MEHI

Año 2618 a. C.

—¿Me estás diciendo que los antiguos estaban confundidos? ¿No sois capaces de levantar una pirámide y pretendes escudarte en eso?

El rey se mostraba inflexible. No quería escuchar más que las palabras que deseaba que se hicieran realidad, pero yo no era un cortesano adulador.

—Majestad, la pirámide de Mehi se vino abajo porque el terreno no aguantó tanto peso.

—Pues reforzad los cimientos.

—Los cimientos cederán si la capa que hay debajo no es firme. Tal vez no sea cuestión de años, ni de una o dos vidas, pero caerá tan cierto como que construiré lo que me pidáis.

El faraón se serenó. El arquitecto le había hecho llamar a Dahsur para que estudiara las opciones. Creía que se trataba de meras formalidades, como decoración o estructuras de cámaras.

—¿Qué me propones?

—Que la trasladéis a la llanura de Guiza. La piedra es mejor y la construcción se asentará sobre la base rocosa de la misma cantera. Allí podremos levantarla tan alto como queramos. Además, está más cerca y se verá mucho más hermosa.

—¿Entre colinas?

—La colina de al lado es de piedra de mala calidad. Si no podemos utilizarla, la abriremos para construir templos y mansiones. Le pondremos un impuesto, obligaremos a construir con ella y sacaremos provecho.

Snefru sacudió la cabeza.

—No lo entiendes. No se trata de que sea más grande. Imhotep descubrió que las medidas perfectas ayudan a conservar el cuerpo. Pero esa es solo una parte. De la otra, del alma, no sabemos nada. ¡Nada!

—¿Y vuestros astrólogos?

—Unos inútiles que solo saben predecir buenas venturas, como las viejas en los mercados.

Me tomó por los hombros.

—Yo tengo confianza en ti, y sé que puedes hacer una gran pirámide, pero sin los papiros de Imhotep, su ubicación sin fundamento haría que sirviese tan poco como aquella —señaló la de Hemiunu con gesto de asco—. Lo único que tengo claro es que generaciones de sabios han construido aquí. Y es la única y pobre garantía que tengo sobre este lugar. No tengo ninguna sobre Guiza.

—Comprendo.

—Entonces dime qué opciones tenemos, aquí. Supongo que habrás considerado eso.

Yo estaba preparado para llegar a este punto, pero no esperaba que fuese tan rápido, sin poder presentarle batalla. Suspiré.

—El ángulo y la inclinación perfectos son imposibles con esta base, por mucho que aseguremos los cimientos.

Snefru se agarró el estómago.

—¿Quieres que me entierren allí? —gritó—. ¿No me das alternativas?

Yo sonreí.

—No. No me rendiré tan pronto. He realizado pruebas de peso con ángulos distintos, teniendo en cuenta que tenemos la referencia de peso e inclinación de la pirámide de Huni. Podéis ver las maquetas.

Le llevé a una enorme estancia en el palacio que se me había asignado.

Había mesas con varias maquetas de pirámides a pequeña escala. Snefru se interesó por todas ellas, examinándolas desde distintos ángulos, pero cuando se volvió hacia mí, su ceño estaba de nuevo fruncido.

—Muy bonitas. Pero eso no me garantiza que cumplan su cometido. Si el ángulo no es…

—Venid.

El faraón levantó las cejas, asombrado por mi insistencia. Nadie se atrevía a interrumpirle, aunque no mostró enfado, sino una curiosidad que le llevó a seguirme en silencio a otra estancia oscura, iluminada apenas por unas velas.

Pasó por debajo de una cortina de lino para evitar que entraran insectos, detrás de mí.

—Explícate.

Yo sonreí.

—Lo que veis es una réplica de las pirámides de la otra sala. Pero estas están huecas. He hecho muchas pruebas en cada una, poniendo trozos de carne en posiciones diferentes, hasta que he determinado la más conveniente a nuestro propósito, y he dispuesto las pirámides de distinto ángulo con trozos de carne cortada en el mismo momento.

Me miró asombrado. La sombra de la herejía cruzó por sus ojos, pero terminó sonriendo sin dejar de abrir la boca.

—Continúa.

—Todas estas pirámides son factibles en el suelo de Dahsur. Juzgad por vos mismo.

Vi como el rey se acercaba a las pirámides con reverencia, incluso con miedo. Se agachaba y miraba los pedazos de carne, arrugando en algunos casos la nariz, asintiendo en otros. Repetía gesto en todas, mostrando un respeto ceremonial nada reprochable. No en vano, su propio cuerpo era lo que iba a estar dentro de una pirámide proporcional a una de aquellas maquetas.

Seguramente la sombra de enfado era por compararle con un mísero pedazo de carne cruda. Pero era muy inteligente y comprendió al instante.

No dije nada, permaneciendo de pie durante el largo proceso ceremonial del examen del rey, que duró tanto que tuve que caminar para evitar que mis piernas se durmieran.

Al fin, Snefru vino hacia mí y me abrazó, conmovido. Yo le devolví el abrazo con afecto. Me tomó del hombro y me llevó hasta donde estaba la que yo sabía que elegiría.

—¿Esta es la que tú hubieras escogido?

—Así es. El ángulo no llega a ser el perfecto, pero es colosal. Más ancha y un poco menos alta de lo que debiera, pero será recordada por siempre, y vos con ella.

El rey señaló la carne, preguntando sin hablar.

—Sí. Es la posición exacta. Os mantendrá en condiciones de ser devuelto a la vida durante mucho tiempo.

Calló durante un rato.

—¿Y en cuanto a…?

Abrí los brazos.

—Ahí mandáis vos. Todo lo que tenemos es vuestro recuerdo de las conversaciones con Rahotep.

Asintió con la cabeza.

—Quiero que vaya orientada en el sentido del sol. Que la cara noble sea la Este y apunte al sol de la mañana, en vez de la orientación de Imhotep Norte-Sur. Debe recrear el viaje de la barca solar que lleva el alma del difunto en el viaje análogo al que Ra recorre cada día. Por eso ordenaré construir dos grandes barcas simbólicas que colocaremos en dos fosos secos al lado de la pirámide.

El rey rechinó los dientes.

—Maldito si recuerdo nada más.

Yo callé. No podía aportar nada. Le miré interrogativo. Se encogió de hombros y asentí. No tenía ni idea del porqué.

—Comenzaré las obras en breve.

Él asintió emocionado, sin dejar de mirar aquel pedazo de carne. No se atrevió a preguntar cuánto tiempo llevaba ahí sin corromperse. Me miró interrogándome con la mirada. Yo reí, encantado de complacerle.

—Podríais comeros esa carne tranquilamente.

Alargó la mano y la cogió, agitando levemente el brazo como si fuera un trofeo. La olió con fuerza, como si fuera la primera flor del año, y se la llevó a la boca con furia, masticando con gesto de asco al principio, ampliando una sonrisa de niño a medida que comprobaba que el sabor de la carne era, efectivamente, saludable. Ya lo creo que se comió aquel pedazo de carne. Nunca pensé que se atreviera a hacerlo, pero jamás ninguna carne le supo mejor. Tragó el último pedazo con aire de triunfo sin dejar de mirarme, sonriente. Parecía volver a ser un niño.

Al fin salimos, pero se volvió a agarrarme con sus brazos fuertes. No parecía un faraón, sino un soldado o un campesino.

—Es importante que termines esta pirámide lo antes posible, porque voy a endurecer mi postura contra la nobleza y el clero, y temo represalias. Voy a convertir mi palacio en un auténtico fortín, pero… Ahora que ya nada espero del clero, no cederé más a su chantaje.

Asentí, aunque no pude evitar un cierto escalofrío. Si le ocurría algo…

—De todos modos, tanto tú como Uni continuareis investigando por si llegaran a aparecer pistas sobre los papiros. No puedo permitir que vuelvan a perderse conocimientos. Como sabes, voy a institucionalizar un grupo de escribas funcionarios a mi servicio para poner por escrito y conservar todos nuestros avances… ¡Ah!, por cierto… Uni está ocupado siguiendo una pista.

»Quiero que hagas transcribir cómo se embalsama un cuerpo con la nueva técnica. No quiero volver a pagar dos veces por ese conocimiento, y no confío en sacerdotes ni funcionarios espías. Ya he tenido demasiado de eso.

—¿Qué? ¿Yo?

El faraón ya estaba muchos cuerpos por delante de mí. Juraría que sonreía.