MEHI

Año 2618 a. C.

Según el método de trabajo que me autoimpuse desde crío, y a pesar de que conocía literalmente las escrituras de los papiros de los mejores arquitectos y constructores y las enseñanzas recientes de los maestros, no concebía otra manera de partir de las anteriores construcciones que visitándolas, aunque solo fuera para rendirles tributo y rezar para que sus secretos me fuesen transferidos.

Y realmente me hacía falta, pues no tenía nada que indicara que fuera a triunfar donde el famoso Hemiunu había fracasado.

Nada.

Reflexioné.

Toda la sabiduría arcana sobre construcción empezaba y terminaba en Imhotep.

Comencé pues por su pirámide, donde reposaba el faraón Djoser el magnífico, desde no hacía tanto: unos ochenta años.

Recité, como tenía costumbre, las lecciones que guardaba en mi mente para reflexionar y tratar de encontrar un punto de partida: Djoser significa sagrado, o santo.

Lo que daba que pensar. El mayor anhelo del rey debió ser desde siempre la divinidad, por encima del gobierno del país, tal vez.

Repasé las enseñanzas.

Imhotep, o «el que llega en paz», hijo de Kanefer, que fue jefe de las obras del país del Sur y del Norte.

Lo que en mis tiempos sería Hemiunu, así como sacerdote de Ra. No era casualidad.

Sus títulos ya resultaban abrumadores:

Canciller del rey en el bajo Egipto, primero después del rey, administrador del gran palacio, noble heredero, gran sacerdote de Heliópolis, carpintero, escultor y fabricante de vasijas de piedra, jefe de justicia, superintendente de los archivos reales, vigilante de lo que aportan el cielo y la tierra del Nilo, vigilante del país, jefe de los magos, portador de las fórmulas que hacen eficaces los ritos, el mayor de los videntes, el que ve al grande…

El gran hombre. A la sombra de su propio rey. El rey cuya obsesión fue la eterna juventud. Tampoco era casual. Su máxima búsqueda fue la que su faraón perseguía, y no otra. Me pregunté si no perdió media vida buscando un imposible.

Ni yo sabría decir en qué materia fue Imhotep más inteligente o, como se decía, tocado por los dioses.

En medicina, eran famosos sus escritos sobre los usos anestésicos de la flor de la amapola, sus tratados de anatomía, examen, diagnóstico, tratamiento y pronóstico de multitud de heridas con tal precisión que aún no se han mejorado. Sus enseñanzas sobre suturas craneales, la meninge, la superficie externa del cerebro, el líquido cefalorraquídeo, las pulsaciones intracraneales… Incluso él mismo se aplicaba algunas de las enseñanzas de manera práctica, como el ejercicio de presión en las arterias carótidas para calmar el dolor de cabeza al disminuir el flujo de sangre al cerebro.

Yo congeniaba especialmente con sus enseñanzas, porque, de cientos de consejos médicos escritos, solo en una ocasión recurrió a la magia, siguiendo el método de la razón por encima de la superstición, tan extendida como reprobable.

Sus textos literarios eran guardados como obras de arte, y todos conocían el canto del arpista. Favoreció las artes escritas al generalizar el uso del papiro, hasta entonces reservado a una élite escasa.

Como administrador no fue menos famoso. Salvó a Egipto de una terrible hambruna gracias a su previsión de almacenar grano.

Patrono de los escribas, se le asoció a Thot, dios de la sabiduría, la escritura y el conocimiento, y en su tumba se dejan ofrendas de ibis momificados.

Pensé que fue sumo sacerdote en un tiempo en el que la residencia real y el centro administrativo estaban situados en una zona cuyo dios principal era Ptah, aunque la capital religiosa fuera Heliópolis, cuna del culto a la cosmogonía solar de Ra, lo que me dijo que no lo tuvo nada fácil. Las intrigas religiosas habían sido la mayor causa de guerra, exceptuando las invasiones extranjeras.

Me encontraba frente a su obra más notoria. La pirámide escalonada, tantas veces imitada, aunque en menor proporción. Uno podía quedarse un día entero admirándola. El complejo adyacente era un mero añadido, por más lujo arquitectónico y técnica que denotara en su época.

La pirámide escalonada resultaba grandiosa por su perfección, por mucho que sabía que la disposición de las hileras de piedras y su tamaño no eran extrapolables a grandes bloques, cuya estructura requería un estudio totalmente aparte, pues sabía muy bien que las pirámides anteriores y aquella, por majestuosas que parecieran, no eran sino una sucesión de mastabas superpuestas.

Conocía muy bien su estructura. Era una de las cosas que no le importó transcribir, quizás conocedor de que su pirámide era aún imperfecta. No en vano se empezó por cavar en el terreno original un pozo en el que se perforó la cámara funeraria. Una vez enterrado Djoser, se levantó sobre el pozo una primera mastaba de forma plana, a la que se le hicieron dos añadidos en longitud, que no en altura y, más tarde, un primer añadido en forma de pirámide de cuatro escalones, y uno posterior de seis.

Incuso después, en pozos paralelos que conectaron con la cámara funeraria de la que derivaron otras cámaras, fueron enterrados príncipes y esposas reales.

Imhotep difundió las proporciones del triángulo sagrado, que respondía a tres-cuatro-cinco. Las relaciones simples del triángulo sagrado las conocían hasta los niños:

La hipotenusa es igual al cateto menor más la mitad del cateto mayor.

El cateto mayor es igual al doble de la diferencia de la hipotenusa con el cateto menor.

La hipotenusa es igual a la diferencia que hay entre el doble del cateto mayor con el menor.

Por tanto, diseñar un triángulo sagrado a partir del valor de uno de los catetos era simple: multiplicar dicho valor por tres cuartos.

La principal aplicación del triángulo sagrado era que podía utilizarse para construir ángulos rectos, pues la unión de tres palos o barras, cuyas longitudes estén en la proporción tres-cuatro-cinco, forman un triángulo rectángulo. Eso se hacía también posible con la ayuda de una cuerda dividida mediante nudos en doce partes iguales.

Una pirámide diseñada con un ángulo sagrado contendría cuatro triángulos en su estructura, en cada uno de los apotemas de las caras.

Resultaba insultantemente abrumador que el cálculo de las pirámides se basara en algo tan simple.

Eso resultaba fácil. Pero la verdadera aplicación práctica era la que tenía que ver con el desplazamiento de los bloques de las hiladas y la altura de los mismos. Era Hemiunu el que, brillantemente, había llegado a tal conclusión. Y del mismo modo, se podía servir de la proporción para cortar el bloque de revestimiento de la pirámide, el exterior de cada hilada.

El sabio Imhotep sobrevivió a su rey Djoser e intentó una nueva construcción de una pirámide mejorada a partir del éxito y la investigación de la escalonada de Saqqara para el rey Sejemjet, pero la estructura fue abandonada cuando alcanzó una altura de unos diez codos.

Claro que solo reinó ocho años, y el siguiente rey, Khaba, seis.

Paseé por el complejo funerario de Djoser, recreándome en la belleza de su decoración y perdí la noción del tiempo.

Pero me estaba yendo por las ramas. Volví a mis cavilaciones. Lo que sabía, sin duda, era que antes de Imhotep no se construía sino en adobe, y el paso a la piedra requirió mucha investigación en cuanto a empujes y cargas de pesos, con su consiguiente precio en construcciones imperfectas, como la de Huni en Meidun, o la romboidal en Dahsur.

Me desplacé a Meidun.

La pirámide escalonada de Huni, padre de Snefru, se había concebido como una sucesión de mastabas al estilo de la de Imhotep. Fue Hemiunu el que la concluyó por orden del faraón Snefru, en un gesto que le honró de cara al pueblo, pues no era común una generosidad de tal magnitud. Sin embargo, el método de reconstrucción de Hemiunu, desde la pirámide original en forma de tres mastabas superpuestas a la forma final como pirámide lisa, estaba condenada al derrumbe por la disposición de las capas lisas, en paralelo a las caras de la pirámide y sin sostén alguno. No aguantaría mucho tiempo.

Pero incluso a pesar de su evidente imperfección, la pirámide de Huni en Meidun resultaba impresionante.

Se había creado como una pirámide escalonada y Snefru alisó sus caras, pues Imhotep veía la pirámide como una escalera hacia el cielo, mientras que la nueva concepción la concebía como una ascensión a través de las paredes lisas del edificio, que materializan la forma pura de los protectores rayos del dios sol Ra, con quien va a reunirse el alma del faraón.

Algo tenía de revolucionario, pues no todo eran defectos a pesar de que las caras lisas se derrumbarían. Era la primera vez que la cámara funeraria no estaba excavada en la roca, sino presente en el cuerpo de la pirámide, aunque al nivel de la primera hilada de bloques.

Me di cuenta de que el hecho de que aquella pirámide tuviera las caras lisas respondía a que el faraón ya había pedido a Hemiunu lo que ahora me pedía a mí.

Finalmente, visité la llanura de Dahsur, donde se enterraba por entonces a los pudientes. Allí se había construido la que pretendía haber sido la morada de eternidad de Snefru, cuyo proyecto abandonó para encargarme una nueva a mí ante el fracaso manifiesto del jefe de constructores, que sin embargo tenía un gran mérito. No podía reprocharle mucho.

Su aspecto resultaba muy extraño, pues a una cierta altura su inclinación cambiaba, dándole el aspecto de una pirámide elevada sobre una colina de piedra.

Era una pena. El proyecto era grandioso, y de haber sido terminado con éxito, hubiera resultado una descomunal morada digna de su rey.

Pero cuando dos terceras partes estaban levantadas, las bóvedas revelaron fallos de contención, y uno de los pasillos a las cámaras funerarias también creó grietas. El colapso estructural era evidente, y los estudios de Hemiunu concluyeron que debía limitarse la carga. La manera más evidente de hacerlo era cambiar el ángulo de las caras, lo que limitó su altura unos cuarenta codos.

Me llamó mucho la atención que la rampa procesional hasta el templo partiera de una de las esquinas de la pirámide en vez de acceder a una de las caras.

Su tamaño era grandioso. Y su altura. Pero la inclinación cortada la convertía en una extraña construcción. Su perfil destacaba al sol. ¡Por Maat!

Aquello no era una pirámide. Se parecía a la que el mismo Hemiunu terminó de alisar, notándose que había partido de aquella.

El mismo Imhotep se revolvía en su tumba.

Miré asqueado el templo a un lado de la pirámide. Había sido construido tan hipócritamente falso el uno como la otra. Incluso habían copiado el perfil de la pirámide para los muros exteriores del templo en un intento burdo y patético de disimular su defecto ante el pueblo. No me extrañaba que el faraón estuviese tan enfadado. Aquello no garantizaría la eternidad de nada.

Había repasado cientos de veces el cálculo de las cargas de acuerdo a los ángulos y al lecho del terreno. Estaba condenado al derrumbe, por mucho que hubieran presentado la obra al faraón como un éxito.

Paseé durante horas por la enorme llanura de Dahsur. El atardecer perfilaba la silueta oscura de multitud de mastabas en perfecta disposición, en calles en ángulos rectos perfectamente delimitados. Las enormes masas blancas de las caras de las mastabas, que calmaban el espíritu, contrastaban con la imperfecta y descomunal pirámide que hablaría de la inutilidad del maestro de construcciones que la firmó.

El color del cielo apaciguó un poco mi ira. Pero frente a mí había un espacio vacío inmenso. Mucho más amplio incluso que el que ocupaba aquel engendro.

Hacía calor, pero una certeza me hizo temblar de frío.

Aquel era el espacio reservado a la morada de eternidad de Snefru.

Y yo sabía que aquel suelo no aguantaría un monstruo de tal envergadura: los cimientos y las primeras hileras de una pirámide como jamás se había visto.

Tendría que hablar con el rey. Su pirámide no se construiría allí, o no tendría forma de pirámide perfecta.