Mientras miraba a Marco, aspiré todo lo que había echado. El corazón y las venas me entraron de nuevo en el cuerpo. Luego me tragué los pulmones.

¿Me había visto Marco?

Sí.

Había desorbitado los ojos y estaba boquiabierto.

De repente, me entró pánico. Sentí un escalofrío en la espalda.

«Ésta es la peor de las pesadillas —pensé—. Me ha descubierto. Un ser humano me ha visto.»

¿Que haría ahora?

Miré a Marco y esperé a que hablara.

Tardó un buen rato. Agarró la barandilla y se sujetó a ella con fuerza. Escudriñó el oscuro sótano y luego me clavó la mirada, como si no creyera lo que estaba viendo.

—¿Quién eres? —preguntó finalmente con voz asustada.

Tragué saliva.

¿Qué debía decirle? ¿Cuál era la respuesta más apropiada?

No tenía mucho tiempo para pensar.

—¿Quién eres? —repitió un poco más alto.

—Eh… ¡estás soñando! —grité.

No apartó la mirada.

—Vuelve atrás —le dije—. Esto es un sueño. ¿Me creería?