Abrí los ojos y parpadeé, aunque me costaba un poco. Tenía la boca completamente seca.
«Debo de haber dormido bastante tiempo», me dije.
Tumbado en la cama, levanté los brazos. Me dolían los músculos.
La cabeza también me dolía.
Haciendo un esfuerzo y gimiendo, levanté la cabeza de la almohada. Luego me apoyé sobre los codos.
—¡Ay! —murmuré. Poco a poco, comencé a ver con claridad el sótano. Estaba mareado… mareado y débil.
—¡Keith… te has despertado!
Oí la voz de mamá. Y luego la vi.
Abrí la boca para saludarla, pero sólo pude toser. Me aclaré la garganta.
—¡Al fin has despertado, Keith! —exclamó mamá—. ¡He esperado tanto que llegara este momento!
Moví la cabeza con fuerza, intentado ordenar mis pensamientos. Miré a mi alrededor con la esperanza de ver con claridad.
Sí. Allí estaba yo. Sano y salvo en el sótano, donde mamá y yo vivimos.
Pero ¿qué me había ocurrido? ¿Por qué había estado dormido durante tanto tiempo?
Vi imágenes extrañas en mi mente.
Mamá me apartó con suavidad el pelo que me caía sobre la frente.
—¿Qué has soñado? —me preguntó en voz baja.
—He so-soñado q-que a Marco le daban un golpe en la cabeza con un bate de béisbol —tartamudeé.
Mamá se mordió el labio inferior.
—¿Has soñado con Marco? —inquiró al tiempo que me clavaba una dura mirada.
Asentí.
—Sí. Le golpearon con un bate y yo…
—Pero fue a ti a quien golpearon con un bate, Keith —interrumpió mamá—, no a Marco.
—En el sueño todo era al revés —le dije—. He soñado que subía a la habitación de Marco y que le explicaba quién era yo. Le dije que vivía en el sótano.
Mamá se sentó al borde de la cama.
—¿Qué ocurrió después?
—Se enfrentó a mí —expliqué—. Fue horrible. Me empujó escalera abajo. ¡Estaba tan asustado!
Mamá entornó los ojos.
—Keith, te lo advertí, ¿no? Te advertí que nunca jugaras con los humanos…
—Sí, pero… —comencé a decir.
—Nunca juegues con los humanos, Keith —me reprendió—. Eres un monstruo. No debes olvidarlo jamás. —Suspiró—. Que tengas la apariencia de un ser humano no significa que puedas entablar amistad con ellos.
—Lo sé. Lo sé —refunfuñé.
¿Cuántas veces había oído el mismo aburrido sermón? ¡Cientos!
—Te advertí que no jugaras con Marco y los otros humanos —prosiguió mamá—, pero no me hiciste caso. Y mira… mira lo que ha pasado por no hacerme caso.
Levanté la mano y me toqué la venda que tenía en la cabeza.
—Te golpearon en la cabeza con un bate, Keith —me dijo mamá con voz temblorosa—. Te hicieron mucho daño. No me extraña que hayas tenido esas horribles pesadillas.
—Mamá, por favor… —Intenté sentarme.
Pero mamá me empujó con suavidad e hizo que me recostara de nuevo.
—No debes jugar con los humanos —siguió sermoneándome. Una vez que mamá empieza, es imposible pararla—. Tenemos que tener cuidado, Keith, mucho cuidado.
—¡Lo sé! ¡Lo sé! —grité—. Me sé el sermón de memoria, mamá. Somos monstruos y vivimos en el sótano de Marco y Gwynnie. Y si descubren que estamos aquí, se asustarán e intentarán echarnos.
Mamá frunció el ceño.
—Ya sé que te tienta mucho subir y jugar con ellos —dijo—, pero espero que lo que ha ocurrido te haya servido de escarmiento. Me tenías muy preocupada, Keith.
—Lo siento, mamá. A partir de ahora tendré cuidado —prometí.
Eso pareció satisfacerla. Me sonrió.
—De acuerdo —dijo—. Necesitas descansar. Saca las tripas y duerme un poco.
—Lo haré —repliqué.
Le di las buenas noches y vi que se iba al otro lado del sótano.
Abrí la boca y empecé a sacar las tripas. Me sentía tan bien haciéndolo. Era refrescante.
El corazón y las arterias se deslizaron hacia fuera entre los dientes. Había sacado la mitad del estómago cuando oí un ruido.
¡No!
¡Un ruido en la escalera!
Miré hacia arriba… y vi a Marco.
¿Me había visto?