—Levántate, Marco —me ordenó mamá. Bajó las manos y las apoyó en la cintura—. Levántate, Marco —repitió con severidad—. ¿Qué haces en el suelo?
—¿Eh? —dije a duras penas—. ¡Mamá… ayúdame! ¡Estoy atrapado dentro de esta cosa! ¡No puedo respirar!
Me miró mientras fruncía el cejo y negaba con la cabeza.
—Marco, no es el momento más adecuado para decir tonterías. ¿Quieres hacer el favor de levantarte del suelo?
¿Tonterías?
—¿Es que no te das cuenta? —grité—. La cabeza de Keith ha desaparecido y se ha transformado en esta sustancia viscosa. Intenté escaparme pero me tragó y…
Mamá se volvió y se dirigió hacia el fregadero. Oí el ruido del agua.
—¿Mamá…?
—Me preocupas, Marco —dijo mamá en voz baja—. No te comportas de forma normal. Venga, levántate. ¡No me gusta que te revuelques por el suelo como si fueras un niño pequeño!
Me senté y miré a mi alrededor.
—¡Vaya! —grité.
No había ninguna criatura viscosa.
Toqué el suelo con las dos manos. Estaba seco.
«¡Estoy soñando de nuevo!», me dije.
La sustancia viscosa no existía. La lucha que habíamos tenido en la escalera no había ocurrido. Se trataba de otro sueño desagradable.
«No estoy sentado en el suelo de la cocina. Estoy durmiendo en la cama y soñando todo esto», pensé.
«Y ahora me voy a despertar y a acabar con esta pesadilla.
»Despierta.
»Despierta, Marco», me ordené.
Me incorporé. Mamá estaba junto al fregadero, bebiendo un vaso de agua.
«¡Despierta, Marco!»
Si era un sueño, ¿por qué no podía escapar del mismo?
Me volví… y me golpeé en la frente con un armario de cocina.
—¡Ayyyy! —El dolor me estalló en la cabeza y me bajó por la nuca y la espalda.
—No estoy soñando —murmuré en voz alta.
Mamá se volvió.
—¿Qué has dicho?
—Que no estoy soñando —repetí, sintiéndome un tanto mareado.
—Por lo menos te has levantado —replicó mamá. Me miró detenidamente—. ¿Te duele la cabeza, Marco?
Sí. Me dolía porque me había dado un golpe con el armario. Sin embargo, lo negué.
—No, estoy bien, mamá.
Salí corriendo de la cocina. Tenía que pensar. Tenía que estar solo y reflexionar sobre todo lo ocurrido.
—¡Marco…! —gritó mamá.
Pero no regresé a la cocina. Subí la escalera y fui a mi habitación. Cerré de un portazo.
—Marco, tómatelo con calma —dijo una voz.
Dejé escapar un grito y miré hacia la cama. Keith estaba sentado sobre la manta con las piernas cruzadas y tenía la almohada entre las manos.
—Siéntate —dijo al tiempo que me indicaba la silla del ordenador—. Respira profundamente. Relájate. Vamos a pasar juntos mucho tiempo. El resto de tu vida.