Al cabo de unos minutos, mamá y Gwynnie entraron en la habitación.
—Te hemos traído un capricho —me anunció Gwynnie. Me dio una chocolatina Milky Way, mi preferida.
—La enfermera ha dicho que puedes comer lo que te apetezca —dijo mamá. Se acercó a la cama—. ¿Te ha visto el doctor? ¿Qué te ha dicho?
—Me ha dicho que seguramente podré ir a casa mañana —informé—. Pero mamá…
Me miró con fijeza.
—¿No vas a comerte la chocolatina? —preguntó Gwynnie.
—Más tarde —respondí con brusquedad.
—¡Pero si es tu preferida! —insistió Gwynnie.
Yo sabía lo que quería. ¡Quería un mordisco!
Pasé por alto sus comentarios y levanté la mirada hacia mi madre.
—Mamá, el doctor Bailey me ha dado esta carta. No sé de dónde ha salido. Es de ese chico llamado Keith, ya sabes, el del sueño. Pero eso es imposible. ¿Cómo…?
—¿Qué carta? —interrumpió mamá—. Enséñamela, Marco. Déjamela leer.
Hice ademán de tomar la carta. La había dejado encima de la manta.
No, no estaba ahí.
La busqué a tientas por encima de la cama.
No.
Me levanté y seguí buscando. ¿Se había caído al suelo?
No. No estaba en el suelo.
Levanté la almohada y miré debajo. Levanté la sábana y la manta y busqué bajo el colchón.
—Qué extraño —murmuré, negando con la cabeza—. La he tenido en la mano. La acabo de dejar aquí encima hace un minuto.
Mamá y Gwynnie se miraron la una a la otra.
—¡De verdad! —protesté.
—Quizá debas guardar cama —dijo mamá—. No creo que al doctor Bailey le parezca una buena idea que estés levantado.
—Pero tengo que encontrar esa carta —insistí.
—Se te está derritiendo la chocolatina —dijo Gwynnie.
—¡La chocolatina me importa un bledo! —exclamé—. He recibido una carta de ese muchacho que dice que vive en nuestro sótano. ¡Y quiero demostrároslo!
—Deja de gritar, Marco —me regañó mamá—. Estás confuso, necesitas descansar.
—Pero… pero… —farfullé.
Dirigí la mirada a la puerta justo cuando el doctor Bailey asomaba la cabeza.
—¡Bueno, bueno! —dijo sonriente—. Marco, ¿ya te has levantado? ¿Te sientes con fuerzas?
—Doctor Bailey, ¡dígaselo! —grité—. Me acaba de traer una carta, ¿verdad? Cuénteles lo de la carta que me ha traído.
El doctor Bailey levantó extrañado las espesas cejas negras.
—¿Una carta? —preguntó—. ¿Qué carta?