—¿Eh? —El corazón me dio un vuelco. Solté un grito ahogado y me volví rápidamente.

Entonces vi el maniquí de ropa vieja de mi madre.

Gwynnie se echó a reír.

—Vaya, ha sido un pequeño error.

Me temblaba todo el cuerpo.

—¡No tiene ninguna gracia! —conseguí decir. Intenté asestarle un golpe cariñoso pero me esquivó sin dejar de reír.

—Marco, ríndete —dijo, negando con la cabeza—. Ya sé que intentas asustarme con esta historia de Keith, pero no lo has conseguido. Sé perfectamente que aquí abajo no hay nadie.

—Pero… pero… pero —farfullé—. ¿Me estás diciendo que no me has creído ni un solo momento?

—Por supuesto que no —respondió Gwynnie—. ¿Quién iba a creerse una historia como ésa?

—¿Y tú has pensado que intentaba vengarme de ti por lo del golpe en la cabeza? —pregunté con voz aguda.

Ella asintió.

—Lo que quieres es ir mañana a la escuela y contar a todo el mundo lo mucho que me asustaste —me acusó Gwynnie.

—No. Estás equivocada. Escúchame… —supliqué.

—Ni hablar —me interrumpió. Se volvió y se encaminó hacia la escalera.

—¡Gwynnie, escucha! —rogué, yendo detrás de ella.

Se detuvo al pie de la escalera y se volvió hacia mí.

—No conseguirás asustarme, Marco —afirmó. La luz del hueco de la escalera le iluminaba los ojos. En su rostro se dibujaba una extraña sonrisa.

»No conseguirás asustarme —repitió—. Te demostraré por qué.

—¿Cómo dices? —No entendía qué quería decirme—. Si me creyeras un poco…

—Voy a enseñarte algo —declaró Gwynnie.

Colocó ambas manos en la barandilla de madera. Acto seguido, abrió la boca. Mucho.

Mucho más.

Y la abrió, y la abrió más… hasta que el resto de la cara le desapareció tras la boca abierta.

La lengua le caía pesadamente sobre la barbilla.

Entonces un líquido rosado empezó a brotar de la abertura.

De su boca abierta surgió una sustancia rosada y húmeda, que iba multiplicándose a medida que brotaba.

Al comienzo pensé que tenía un montón de chicles en la boca, pero a medida que la masa rosada surgía de su garganta, abría la boca todavía más y la cabeza le desaparecía detrás de aquélla.

En aquel momento caí en la cuenta…

Caí en la cuenta de que no estaba viendo un chicle.

¡Estaba viendo las tripas de Gwynnie!

Vi unos órganos amarillos adheridos a la carne rosada y brillante. Algo largo y gris surgió retorcido de su boca, envuelto en sí mismo.

Los pulmones de color violeta oscuro le resbalaron por la lengua extendida.

Luego le salió el corazón rojo, tan rojo, tan sorprendentemente rojo por la boca abierta, latiendo, latiendo de forma regular, latiendo envuelto en una humedad sanguinolenta.

—¡Ooooohhhh! —proferí un largo gemido cié terror.

Pero no podía huir. Me veía incapaz de apartar los ojos de Gwynnie mientras le salían las tripas por la boca.

Me quedé allí parado. Observaba sorprendido, paralizado y horrorizado, observaba los órganos latientes adheridos a la carne rosada y supurante.

Permanecí ahí contemplando a Gwynnie hasta que hubo sacado todas sus entrañas.

Entonces abrí la boca para proferir un grito interminable.