—Hummmmm.
Hice esfuerzos para respirar.
El brazo me apretó con más fuerza.
Levanté los brazos y me volví con brusquedad.
Entonces vi a Gwynnie.
Ella dio un paso atrás con rostro sonriente.
—¿Eh? —dije con voz ahogada—. ¿Qué pretendías hacer?
—¿Te he asustado? —sonrió abiertamente.
—No —respondí, respirando con dificultad—. Estoy acostumbrado a que la gente entre en mi cuarto sin que me dé cuenta y me estrangule por detrás.
Se echó a reír.
—Quería darte una sorpresa. Supongo que no soy consciente de la fuerza que tengo.
—Seguro que sí—dije, al tiempo que me frotaba la nuca—. ¿Qué estás haciendo aquí, Gwynnie?
Se dejó caer en la silla del ordenador.
—En realidad he venido a disculparme.
—¿Qué? —Me quedé boquiabierto.
—En serio —insistió. Utilizó ambas manos para retirarse la melena de grueso cabello negro que le caía sobre los hombros—. Siento la broma que he hecho hoy en clase. Ya sabes, lo de golpearte otra vez en la cabeza.
—Sí. Y a me acuerdo —reconocí, poniendo los ojos en blanco.
—Ha sido una verdadera estupidez —siguió diciendo Gwynnie—. No sé por qué lo hice. Así que quería decirte que lo siento.
—Gwynnie, me seguiste después de clase —me quejé—. Me perseguiste con un bate de béisbol y…
—¡No! —exclamó a la vez que se ponía en pie de un salto—. ¡Te he seguido para pedirte disculpas!
—En ese caso, ¿por qué llevabas el bate? —inquirí.
—Porque me tocaba batear. Eso es todo. —Le cambió la expresión—. ¿De verdad pensabas que iba a golpearte en la cabeza otra vez?
—Pues… —No quería decirle que precisamente era eso lo que pensaba. Ella había dicho en la escuela que yo le tenía miedo. Todo el mundo se habría reído de lo «gallina» que era Marco por haber huido de una persona que sólo quería disculparse.
Gwynnie clavó sus ojos verdes en mi rostro.
—Sabes, me arrepiento de lo ocurrido, Marco —dijo con voz queda—. No dejo de pensar en el otro día cuando agité el bate y te di. No dejo de pensar en cómo caíste de rodillas, gritando.
Exhaló un suspiro.
—Estaba… estaba muy asustada. Te quedaste tendido en la hierba. No te movías. Yo… yo pensé… —Apartó la mirada.
—Estoy bien —le dije—. Ahora estoy bien, de verdad.
—Bueno, es que hasta ahora no había tenido la oportunidad de disculparme —contestó Gwynnie—. Por eso he venido. —Levantó la mirada hacia mí—. ¿De verdad estás bien?
Asentí. Acto seguido me acordé de Keith.
—Tengo un problema grave —confesé a Gwynnie—. Ese muchacho. No deja de perseguirme, de llamarme. Aparece en mi habitación.
Abrió sus ojos verdes en señal de sorpresa.
—¿Un chico? ¿En tu habitación?
Asentí nuevamente.
—Mira. ¡Su cara está en la pantalla del ordenador! —señalé—. Estaba haciendo la redacción, me he levantado a responder al teléfono y, al volver, lo que había escrito ya no estaba. ¡Y su rostro me miraba desde el monitor! ¡Mira!
Gwynnie observó la pantalla. Acto seguido, se volvió hacia mí con expresión confundida.
—Marco —dijo mirándome con atención—. ¡El ordenador está apagado!