Mamá me dijo que no me preocupara. Me aconsejó que esperáramos unos días antes de tomar una decisión.

Sus palabras me hicieron sentir mucho mejor.

Aquella noche me puse a hacer un trabajo en el ordenador. La señorita Mosely nos había puesto una redacción de deberes. Teníamos que escribir una historia desde el punto de vista de otra persona.

Decidí escribir sobre un día normal desde el punto de vista de Tyler. Era divertido intentar introducirse en la mente de un perro.

El coeficiente intelectual de los perros es de diez. Lo aprendí en uno de esos programas de ciencia de la tele. Un coeficiente de diez no da para mucho. Supongo que no son capaces de entender demasiadas cosas con un coeficiente tan bajo. Por eso Tyler siempre parece confundido y sorprendido.

Ésa también es la razón por la que es capaz de pasarse diez minutos ladrándole a una bolsa de basura.

Me senté ante el teclado. Me lo estaba pasando bien. No me suele gustar hacer trabajos, pero éste tenía su gracia.

Cuando sonó el teléfono refunfuñé y seguí tecleando. Esperaba que mamá respondiera pero no fue así.

Me levanté y me acerqué al teléfono que tenía en la mesita de noche. Sentí un escalofrío en la nuca.

¿Sería él? ¿Sería Keith?

Recordé la primera vez que llamó: el día en que me golpearon en la cabeza. Agarré el auricular con la mano pero no lo descolgué. No sabía qué hacer. No quería volver a hablar con él. Quería que desapareciera.

Cuando el teléfono sonó por sexta vez, me acerqué el auricular al oído.

—¿Diga?

—Hola, Marco. Soy yo.

Volvía a sentir un escalofrío. Entonces le reconocí la voz.

—¿Jeremy?

—Sí. Hola. ¿Qué ocurre?

—¿Jeremy? —repetí.

—Sí. ¿Te encuentras bien, Marco? Quería saber qué tal estabas.

—Oh, estoy bien —le dije. Me senté en el extremo de la cama—. Me encuentro bien. Estoy haciendo la redacción.

—Sí, yo también —repuso Jeremy—. ¿Qué punto de vista has escogido?

—El de mi perro —contesté.

Se echó a reír.

—¡Yo he elegido el de mi gato!

—¿Crees que todos los de clase habrán escogido un animal? —pregunté—. Tendría gracia.

Reímos y charlamos sobre varias cosas. Hablar con Jeremy me animó. Estaba empezando a sentirme realmente bien de nuevo.

—Será mejor que siga con los deberes —dije al cabo de unos minutos. Colgué el teléfono y me dirigí al ordenador.

Estaba a punto de sentarme cuando me fijé en el monitor.

Mis escritos, mis palabras, habían desaparecido por completo.

Una cara me miraba desde la pantalla.

¡El rostro de Keith!

—¡No! —proferí un grito.

Entonces un fuerte brazo me rodeó el cuello desde atrás y empezó a apretar con fuerza.