Una vez hube llegado abajo, fui corriendo a encender las luces. Encendí hasta las del cuarto de la lavadora.
Jeremy tomó un taco y comenzó a poner tiza en la punta.
—¿Qué te pasa, Marco? —preguntó—. ¿Vas a jugar o no?
—Me gusta jugar con todas las luces encendidas —le dije.
Eché un vistazo detrás de la gran pila de cajas que estaban junto a la caldera. Luego escudriñé en dirección a la caldera para ver si alguien vivía allí.
Sólo había un montón de polvo. Empecé a pensar que me estaba comportando como un verdadero tonto.
¿Por qué iba alguien a vivir en el sótano? Era una idea descabellada.
Fui corriendo hasta la mesa de billar y escogí un taco. Acto seguido, empezamos a jugar.
Jeremy introdujo la bola número tres en la tronera lateral. Volvió a tirar y las bolas salieron disparadas por toda la mesa, pero no entró ninguna.
Me tocaba. Tuve que colocarme entre la mesa y una columna de hormigón e inclinar el taco hacia el techo. No sería fácil tirar desde ese lugar.
Fallé.
—¿Has jugado alguna vez al billar con Gwynnie? —me preguntó Jeremy mientras se situaba junto a la mesa para buscar el ángulo más apropiado.
—No, nunca —respondí—. ¿Es buena?
Se rió.
—Juega al billar igual que al softball. Golpea las bolas con tanta fuerza que las acaba rompiendo. Una vez estábamos jugando en el Centro Juvenil y Gwynnie tiró con tanta fuerza que la bola salió disparada y atravesó la ventana.
—A lo mejor se cree que está jugando al béisbol —bromeé.
Nos reímos. Al reírme, me dolió la cabeza.
¡Pensar en Gwynnie me provocaba dolor de cabeza!
Jeremy lanzó la bola número siete contra la número ocho. La número ocho estuvo a punto de entrar en la tronera de la esquina.
—¡Por poco! —suspiró.
Tal vez no sepáis cómo se juega al billar americano. Si la bola número ocho entra, pierdes.
Sólo así he podido ganar a Jeremy.
—Los gemelos Franklin también estaban jugando en el Centro Juvenil —continuó—, y se pelearon.
Puse los ojos en blanco.
—¿Y qué tiene eso de nuevo?
—Se peleaban por una tontería —explicó—. Discutían sobre cuál era la bola número seis y cuál la número nueve. Empezaron a hacer esgrima con los tacos y se mancharon de tiza azul.
—¡Bien! —murmuré. Golpeé la bola número doce con fuerza, pero no entró—. ¿Por qué crees que siempre se están peleando? —pregunté.
Jeremy se lo pensó antes de responder.
—Porque son gemelos —dijo finalmente—. Ni siquiera ellos mismos saben quién es quién. Por eso tienen que demostrar que son diferentes.
—Buena respuesta —repliqué. Quería reflexionar al respecto, pero oí un sonido extraño y me di la vuelta.
Era el sonido de un rasguño. Y estaba muy cerca.
Un rasguño. Y luego un golpe.
—¿Has oído eso? —le susurré a Jeremy.
Asintió.
—Sí —.Señaló hacia la escalera.
Otro golpe.
En el hueco de la escalera hay una gran despensa. Los ruidos provenían de su interior. Los dos nos quedamos mirando a la puerta de madera de la despensa.
Otro golpe.
—Ahí dentro hay alguien —murmuré—. Alguien que está intentando salir.
Jeremy entornó los ojos.
—¿Por qué se iba a esconder alguien en la despensa?
Me dirigí hacia la puerta de la despensa.
—¿Quién está ahí? —grité.
Silencio.
Otro rasguño. Había alguien detrás de la puerta.
—¿Quién está ahí? —repetí.
Silencio.
Así la manecilla de la puerta. Respiré profundamente y la abrí de un tirón.
Y grité al ver que una criatura saltaba hacia mí.