¿Colgué? ¿O había colgado Keith?

No estoy seguro. Me sentía muy confundido.

Keith no había llamado para interesarse por mi estado. Sabía que quería asustarme.

Pero ¿por qué?

¿Era amigo mío? ¿Alguno de los compañeros de la escuela que quería gastarme una broma? La verdad es que no me parecía una broma muy divertida.

Miré hacia el techo. Me sentía aturdido y cansado. Perdí la noción del tiempo.

No hacía otra cosa que recordar a Gwynnie en la base de lanzamiento del campo. Primero agitaba dos bates. Luego sólo uno. Después el bate se dirigía hacia mi cabeza.

—¡Oh! —gemí.

No podía evitarlo. Debía intentar alejar los recuerdos.

—¿Cómo estás? —susurró alguien.

Vi a mamá. Se había peinado y pintado los labios. Llevaba una camiseta verde v una camisa oscura encima.

—¿Te encuentras mejor? —preguntó—. Te he traído un tazón de cereales. Deberías comer algo. Si no comes, se te hará un agujero en el estómago.

—Mamá… el teléfono —comencé a decir un tanto aturdido—, el teléfono sonó y…

—Sí, ya lo sé —interrumpió—. Era Jeremy. Quería saber si podía venir a verte.

—¿Eh? ¿Jeremy?

Asintió.

—Le dije que todavía no estabas preparado para recibir visitas y que lo mejor sería que viniera mañana.

—No me refería a esa llamada —expliqué. Me incorporé y me apoyé sobre los codos. Ya no me dolía tanto la cabeza. La habitación no daba vueltas, ni se inclinaba.

Me sentía mejor y más fuerte.

—Llamó otra persona —proseguí—. Como no descolgabas el teléfono, respondí yo.

—Pero Marco… —comenzó a decir mamá.

—Era un muchacho muy raro —continué—. Dijo que se llamaba Keith y que vivía en el sótano de esta casa.

La expresión de mamá cambió. Bajó la vista. —¡Oh, vaya! —murmuró.

—Era una llamada espantosa —dije—. ¿Por qué querría alguien llamar y decir que vive en el sótano?

Mamá me puso la mano en la frente.

—Estoy… estoy un poco preocupada por ti, Marco —dijo en voz baja.

—¿Eh? ¿A qué te refieres?

—Tienes que tomártelo con calma —respondió—. No me hiciste caso. Y te dieron un buen golpe en la cabeza.

—Pero, mamá, la llamada…

Le volvió a temblar la barbilla.

—No puedes pensar con claridad, Marco, cariño —dijo.

—¿Por qué? ¿Por qué dices eso? —pregunté.

Entornó los ojos.

—Porque en esta habitación no hay ningún teléfono —respondió.