Me desperté y vi el techo.
La luz azul de la lámpara, azul como el cielo, se hacía borrosa y luego aparecía de nuevo, se hacía borrosa y volvía a aparecer con claridad.
Vi el rostro de mi madre.
Parpadeé dos veces. Sabía que estaba en casa.
Mamá tenía los ojos enrojecidos y húmedos. Se había recogido el cabello muy tirante, pero varios mechones se habían soltado y le caían por delante de la frente.
Le temblaba la barbilla.
—¿Marco…?
Gemí.
Me dolía la cabeza. Me dolía todo.
«Lo he conseguido —pensé—. Me he roto todos los huesos del cuerpo.»
—¿Marco…? —susurró de nuevo mamá—. ¿Estás despierto, querido?
—¿Eh? —Volví a gemir.
Tenía algo sobre la cabeza. Algo que me hundía.
¿Era Tyler? ¿Por qué estaba el perro sentado sobre mi cabeza?
Me dolían los brazos y levanté lentamente las manos.
Llevaba una venda. Una venda muy gruesa.
Bajé las manos. La habitación comenzó a dar vueltas. Me agarré con fuerza a los cojines del sofá, temiendo por mi vida.
Miré hacia la luz azul de la lámpara que colgaba del techo. El estudio. Estaba tumbado sobre el suave sofá de piel del estudio.
Volví a ver a mamá. Todavía le temblaba la barbilla. Me cubrió con una manta.
—¿Marco? ¿Estás despierto?—repitió—. ¿Cómo te encuentras?
—Bien —murmuré.
Al hablar me dolía la garganta.
Mamá me clavó la mirada.
—¿Me ves? Soy yo, mamá.
—Sí, te veo —susurré.
Se secó las lágrimas con un pañuelo. Luego volvió a mirarme.
—Veo bien —le dije.
Me dio una palmadita en el pecho.
—Me alegro, querido.
Mi única respuesta fue un lamento.
«Por favor, no digas “¡Te lo advertí!” —pensé. Crucé los dedos, aunque me doliera hacerlo—. Por favor, no digas “Te lo advertí”.»
La expresión de mamá cambió. Frunció el cejo.
—Te lo advertí. Te dije que no jugaras al béisbol —me reprendió.
—No estaba jugando al béisbol. —repliqué—. Era softball.
—Te dije que no jugaras a nada —dijo en un tono severo—. Pero no me hiciste caso. Y te has abierto la cabeza como si fuera una cáscara de huevo.
—¿Eh? —farfullé—. ¿Me la he abierto? ¿Me pondré bien, mamá?
No respondió.
—¿Me pondré bien? —pregunté de nuevo—. Dime la verdad. ¿Qué te ha dicho el médico, mamá? ¿Me pondré bien?