El desierto tiene una belleza que no podría olvidar ni en mil vidas.
PAUL MUAD’DIB ATREIDES
Bañadas por la luz dorada del amanecer, dos figuras avanzaron por la cresta de una duna con pasos irregulares, para no atraer a los grandes gusanos de arena. Caminaban una al lado de la otra, inseparables.
Dune era cálido, pero no como en los viejos tiempos. Debido a los graves daños causados al medio, el clima se había enfriado y la atmósfera era menos densa. Pero con el regreso de los gusanos, el plancton de arena y las truchas de arena, el viejo planeta había empezado a recuperarse. Como solía decir el padre de Chani, Liet-Kynes, en Dune todo estaba ligado, un ecosistema completo, que incluía la tierra, el agua disponible y el aire.
Y, gracias a Duncan Idaho, una ingente fuerza de trabajo de máquinas curtidas que continuaban con el proceso de excavación en latitudes en las que los gusanos aún no habían vuelto, el ejército mecánico preparaba mecánicamente la arena sección a sección, abriendo el camino para que los gusanos pudieran ampliar su territorio. Las plantaciones masivas y el trabajo de fertilización realizado por poderosos tractores mecánicos y excavadoras pensantes había estabilizado el suelo calcinado, permitiendo establecer una nueva biomatriz, mientras los duros colonos de Paul controlaban el crecimiento y realizaban sus propios trabajos. Mediante su pensamiento, Duncan se aseguró de que las máquinas pensantes entendían lo que había significado Dune antes de que los extranjeros empezaran a jugar con su ecosistema. Una tecnología a la que se había dado un uso equivocado había arrasado el planeta, y ahora la tecnología ayudaría a su recuperación.
Paul se detuvo a cien metros de la formación rocosa más cercana, donde una cuadrilla de trabajo había encontrado las ruinas de un sietch fremen abandonado. Con un grupo de colonos decididos, él y Chani habían estado recuperando el lugar con sus propias manos. A la manera de antes.
En otro tiempo, él había sido el legendario Muad’Dib, al frente de un ejército de fremen. Ahora se contentaba con ser un fremen moderno, líder de setecientas cincuenta y tres personas que habían establecido austeros habitáculos entre las rocas, y que estaban en el proceso de convertirse en un próspero sietch.
Paul y Chani volaban regularmente con equipos de reconocimiento. Lleno de un nuevo optimismo, Paul veía el increíble potencial de Dune. Cerca de las ruinas del Sietch, había descubierto una gruta subterránea que él y sus seguidores pensaban irrigar e iluminar artificialmente, para un proyecto de plantación de hierbas, tubérculos, flores y arbustos. Lo suficiente para sustentar a una pequeña población de nuevos fremen, pero no para alterar el ecosistema desértico que los gusanos estaban recuperando, año tras año.
Algún día, hasta puede que volviera a montar a los grandes gusanos.
Paul se volvió hacia el horizonte para ver el pálido sol levantarse sobre el océano de dunas.
—Dune está despertando, igual que nosotros.
Chani sonrió, porque ante ella veía al amado Usul de sus recuerdos y al ghola con el que se había criado. Y amaba a los dos Pauls por sí mismos. Su abdomen solo abultaba un poco; en su interior su hijo empezaba a hacerse notar. Cinco meses y sería el primer bebé nacido en el planeta después de su nueva colonización. En su segunda vida, Chani no tenía que preocuparse por intrigas imperiales, anticonceptivos secretos ni comidas envenenadas. Su embarazo sería normal y el bebé —o bebés, si de nuevo eran bendecidos con gemelos— tendría un gran potencial y no cargaría con la maldición de tener un terrible propósito.
Chani, más en comunión con el clima que Paul, se volvió hacia la brisa fresca. El sol empezó a desplegar una amplia gama de cobrizos por el polvo.
—Será mejor que volvamos al sietch, Usul. Se prepara una tormenta.
Paul la contempló mientras caminaba con aquella gracia, con sus cabellos rojos agitándose a su espalda. Chani entonó el canto de marcha de los amantes, con palabras que oscilaban bellamente en un ritmo irregular, como la cadencia de sus pies:
Háblame de tus ojos
y te hablaré de tu corazón.
Háblame de tus pies y
te hablaré de tus manos.
Háblame de tus manos y
te hablaré de tu despertar.
Háblame de tus deseos
y te hablaré de tu sed.
Cuando estaban a medio camino de las rocas, se levantó viento. La arena les azotaba el rostro. Paul se abrazó a Chani, tratando de protegerla de aquel viento abrasivo con su cuerpo.
—Sí, se prepara una buena tormenta —dijo ella, cuando llegaron finalmente a la entrada del sietch y entraron a toda prisa—. Una tormenta purificadora. —Bajo la luz tenue de un globo de luz, la alegría encendió sus facciones.
Paul la cogió del brazo, la hizo girar y le quitó arena de los ojos y la boca. Y entonces la atrajo hacia sí y la besó. Chani pareció fundirse en sus brazos, riendo.
—¡Vaya, al final has aprendido cómo tratar a tu mujer!
—Mi sihaya —dijo mientras la abrazaba—. Te he querido durante cinco mil años.