El futuro nos envuelve, y se parece mucho al pasado.
MADRE SUPERIORA SHEEANA, durante el acto fundacional de la Escuela Ortodoxa en Sincronía
El Ítaca, retorcido y amarrado permanentemente, se había convertido en el nuevo cuartel general del grupo escindido de Sheeana. Innovadores arquitectos humanos, en colaboración con robots de construcción, habían remodelado la gran nave para convertirla en un edificio único e imponente. El puente de navegación, en la cubierta más alta, se abrió y se convirtió en una torre de observación.
La madre superiora Sheeana contempló la imponente ciudad reconstruida de Sincronía. Ahondando en su profunda reserva de recuerdos, encontró paralelos en las escuelas Bene Gesserit originales, en Wallach IX, que también se fundaron en un entorno urbano. Aquí se conservaban muchas torres con agujas y algunas hasta podían moverse como antes, procesando materiales en industrias automatizadas.
Años atrás, Duncan y las voluntariosas máquinas le habían ayudado a reconstruir aquella inusual metrópoli, aunque buscó un equilibrio entre su trabajo «milagroso» y la necesidad de dejar que los humanos hicieran las cosas por sí mismos. Él y Sheeana conocían los riesgos de dejar que la gente se volviera demasiado cómoda, y no tenía intención de dejar que recurrieran a él para cosas que podían hacer ellos solos. En la medida de lo posible, la humanidad debía resolver sus propios problemas.
Al mismo tiempo, grupos de máquinas pensantes habían empezado a desarrollarse aparte, con objetivos manejables, ocupando nichos que habrían sido imposibles para un humano: planetas arrasados, asteroides helados, lunas vacías. La galaxia era inmensa, y la mayor parte no permitía la existencia de vida biológica. Había más lebensraum de lo que ningún imperio necesitaría.
Algunos robots habían empezado a manifestar rasgos de personalidad, un carácter propio. Duncan sugirió que con el tiempo quizá llegarían a convertirse en algunos de los pensadores y filósofos más grandes de la historia. Sheeana no lo veía así, y rezaba para que sus alumnas especiales en Sincronía le demostraran que se equivocaba.
Cada mes, nuevas candidatas llegaban para unirse al centro ortodoxo de la Bene Gesserit en Sincronía, mientras que otras se unían a la Nueva Hermandad de Murbella, en Casa Capitular. Tras haber superado algunas dificultades iniciales, ahora los dos órdenes colaboraban en armonía. Sheeana y sus maneras estrictas atraían a un tipo determinado de acólita, y sabía que eso habría gustado a Garimi.
Sheeana probaba a todas las aspirantes con dureza y rechazaba a todas las que no fueran las mejores. Muy lejos de allí, la orden de Murbella atraía a sus propias acólitas. En aquel nuevo universo, había sitio de sobra para las dos visiones.
El programa reproductor convencional de la Bene Gesserit estaba de nuevo en su apogeo, y su corazón se llenaba de alegría al ver cada día a tantas mujeres embarazadas. En el exterior, entre la gente que entraba y salía del cuartel general, contó a siete. La imagen le daba esperanzas de que su orden se extendería y tendría continuidad en el futuro de la humanidad.
Ese mismo día, más tarde, el maestro tleilaxu Scytale contactó con ella en el puente de navegación, que se había convertido en su centro de operaciones. Transmitía desde uno de sus laboratorios en la ciudad y parecía alegre en lugar de acosado.
—He terminado de catalogar las células que quedaban y he eliminado las trazas de Danzarines Rostro. Podemos reintroducir algunos de estos caracteres genéticos en la Bene Gesserit.
—Después de Duncan, no crearemos ningún otro kwisatz haderach. Ni siquiera se plantea. —Por lo que a ella se refería, muchas cosas no tenían por qué volver a suceder…
—Mi intención es solo preservar nuestros conocimientos. Es como encontrar las semillas de hermosas plantas que ya han quedado olvidadas. No tendríamos que desecharlas sin más.
—Quizá no, pero debemos crear estrictos mecanismos de seguridad.
Scytale no parecía preocupado por las restricciones que Sheeana le imponía.
—Creo sinceramente que los tleilaxu recuperarán su saber perdido. —Y se apresuró a añadir—: Con algunos cambios para mejor por supuesto.
—Para el progreso de la humanidad.
Sheeana nunca le había visto trabajar tan duro. Scytale había utilizado las células de su cápsula de nulentropía para desarrollar gholas del último consejo de Tleilaxu y ahora los pequeños le seguían a todas partes. A Sheeana le recordaba a una mamá pata seguida por sus patitos.
Scytale educó al grupo de un modo distinto a lo que era la tradición para los varones de su raza. En alojamientos separados, también estaba educando a hembras tleilaxu —a partir de células descubiertas recientemente—, aunque nunca serían relegadas a las condiciones terribles y degradantes de sus predecesoras. Nunca se volvería a obligar a las mujeres tleilaxu a convertirse en tanques axlotl, así que no había peligro de que apareciera una nueva tanda de mujeres feroces y vengativas como las Honoradas Matres. En particular Sheeana y sus hermanas controlarían a los miembros del Consejo muy de cerca, para asegurarse de que no corrompía de nuevo al pueblo tleilaxu como habían hecho antes.
Habría tanques axlotl, por supuesto… siempre había mujeres que se ofrecían voluntarias por motivos personales, mientras que otras dejaban instrucciones para que sus cuerpos se utilizaran en caso de sufrir algún grave accidente. Como siempre, las Bene Gesserit satisfacían sus propias necesidades.
Cuando terminó su conferencia con Scytale, la Madre Superiora miró a través de los amplios ventanales del puente de navegación. A lo lejos, en el horizonte, más allá de los nuevos límites de la reluciente ciudad, el suelo estaba revuelto y levantado, y muchas de las estructuras geométricas construidas por Omnius estaban derrumbadas y aplastadas.
Ajustó una de las ventanas, incrementando el grado de aumento. Desde aquel lugar aventajado, podía ver el nuevo desierto, y a uno de los gusanos de arena, que se elevaba entre los desechos, buscando con su cabeza sin ojos. Luego la criatura descendió con violencia, rompiendo parte de una pared. Como gusanos de tierra grandes y decididos que trabajan el sustrato, habían iniciado el proceso de convertir los edificios abandonados en un desierto, más de su gusto.
Pronto, pensó Sheeana, iría y hablaría con ellos de nuevo.
Miró a la pequeña que tenía a su lado y cogió su pequeña mano. Quizá algún día llevaría a su protegida con ella, el joven ghola de Serena Butler.
Nunca sería demasiado pronto para preparar a Serena para su papel.