Cuando Leto II tuvo la visión de su Senda de Oro, previó la dirección que debía tomar la humanidad, pero en su visión había puntos muertos. No supo ver que él no era el kwisatz haderach último.
Comisión Bene Gesserit para el descubrimiento de hechos
En los once años que habían pasado desde que Jessica regresó a casa, cada vez veía más claro que había cosas que no podía recuperar. Sí, aquel planeta podía ser Caladan, o Dan, pero aquella no era la misma casa que ella y el duque tanto amaron.
Una noche de tormenta, mientras caminaba por el castillo restaurado, todos los detalles incongruentes acabaron por hacérsele insoportables. En uno de los pasillos de uno de los pisos superiores, Jessica se detuvo y abrió un armario de madera de elacca finamente tallada, un objeto de anticuario que algún decorador habría puesto allí. Esta vez, se quedó mirando el interior y en un impulso presionó una pieza de madera que sobresalía en un rincón. Para su sorpresa, se abrió un panel, y dentro encontró una pequeña estatuilla de un grifo. La estatuilla era el antiguo símbolo de poder de la Casa Harkonnen. Tal vez la había puesto allí el barón ghola, como recordatorio del carácter falso del castillo.
Mientras contemplaba la estatuilla, sintiendo que aquel objeto era algo negativo, pensó en todo lo que había trabajado desde su regreso a Caladan. Al frente de cuadrillas de obreros locales habían desmantelado las cámaras de tortura del barón y los ofensivos laboratorios del danzarín rostro Khrone de las cámaras inferiores. Y durante todo el proceso ella había trabajado codo con codo con los equipos de limpieza, sudando, restregando cada mancha llena de ira, cada mota de aquella presencia no deseada. Pero el castillo seguía lleno de recordatorios. ¿Cómo podía empezar de nuevo cuando había tantas cosas del pasado —al menos aquel eco de un pasado equivocado y distorsionado— por todas partes?
A su espalda, moviéndose con discreción, el doctor Yueh dijo:
—¿Estáis bien, mi señora?
Ella lo miró. El hombre tenía una expresión de profunda preocupación; mientras esperaba, sus labios oscuros se curvaron hacia abajo.
—Mire a donde mire, veo cosas que me recuerdan al barón. —Miró con el ceño fruncido la figura que tenía en la mano—. Algunos de los artículos de este castillo son auténticos, como el escritorio con el escudo del halcón, pero la mayoría son copias baratas.
En un impulso repentino, Jessica se acercó a la ventana segmentada y la abrió para dejar entrar el viento tempestuoso de la noche. Y arrojó la figurilla al mar con gesto dramático. Las olas la erosionarían y la fragmentarían en trozos irreconocibles. Un destino apropiado para un icono de los Harkonnen.
El viento frío y mojado entró con un susurro en el pasillo, llevando consigo gotas de lluvia. Fuera, las nubes se abrieron para mostrar una luna en cuarto creciente en el horizonte, arrojando una luz fría y amarillenta sobre el mar.
Unos momentos después, Jessica arrancó un tapiz de pared que nunca le había gustado, y estuvo a punto de tirarlo también por la ventana, pero… no quería contaminar aquel hermoso planeta, así que lo arrojó al suelo y decidió que a la mañana siguiente iría directo al vertedero.
—Quizá tendría que echar abajo el castillo entero, Wellington. ¿Podremos eliminar alguna vez esa tara?
Yueh estaba perplejo por la sugerencia.
—Mi señora, este es el hogar ancestral de la Casa Atreides. ¿Qué pensaría el duque…?
—Esto no es más que una reconstrucción, plagada de errores. —Una ráfaga de viento le apartó los cabellos de bronce del rostro.
—Quizá pasamos demasiado tiempo tratando de recrear lo que vemos en nuestros viejos recuerdos, mi señora. ¿Por qué no construir y decorar vuestra casa como os apetezca?
Ella pestañeó mientras la fría lluvia le golpeaba el rostro y mojaba su vestido verde y la alfombra.
—Pensé que este lugar ayudaría a mi Leto, le reconfortaría, pero quizá lo hice más por mí que por él.
Un niño de diez años con pelo negro azabache llegó corriendo, y sus ojos de color humo se abrieron con expresión entusiasmada y alarmada al ver la ventana abierta. Lo que más le sorprendió fue que ni Jessica ni Yueh hicieran nada mientras la lluvia empapaba los tapices y la alfombra.
—¿Qué pasa?
—Estaba pensando que nos traslademos a otro sitio, Leto. ¿Te gustaría que buscara una casa normal en el pueblo? Quizá allí seríamos más felices, lejos de tanta pompa.
—¡Pero me gusta este castillo! Es el castillo de un duque. —Jessica no era capaz de pensar en su Leto como un niño. Llevaba botas de pescador y camiseta a rayas, como los que vestía la primera vez que Jessica fue a Caladan como concubina comprada a la Bene Gesserit.
En aquel entonces, el joven noble le puso un cuchillo al cuello…
Yueh sonrió.
—Un duque… Esos títulos ya no significan nada ahora que el Imperio ha desaparecido. ¿De verdad necesita la gente de Caladan a un duque?
La reacción de Jessica fue automática, y se dio cuenta de que no había pensado en el concepto.
—La gente sigue necesitando líderes, no importa el nombre que les demos. Y nosotros podemos ser buenos líderes, como ha hecho siempre la Casa Atreides en el pasado. Mi Leto será un buen duque.
Los ojos del muchacho centelleaban, mientras escuchaba embobado. Detrás de sus facciones jóvenes, Jessica veía la simiente del hombre al que amaba. Aquel joven Atreides estaba entre los primeros de una nueva generación de gholas creados por Scytale. El bebé había sido trasladado a Caladan y bautizado allí… igual que el Paul original.
Desde que abandonaron Sincronía, Jessica y Yueh habían tratado de recuperarse, inmersos en el proceso de devolver parte de su gloria a aquel planeta oceánico. Los hilos enmarañados de sus vidas originales y sus vidas ghola les habían convertido en aliados inesperados, en dos personas que comparten una tragedia y un pasado. Finalmente, aunque jamás podría recuperar a su amada Wanna, Yueh había encontrado un poco de paz.
En cambio, Jessica sabía que su duque la esperaba. Con el tiempo se haría un hombre. Cuando recuperara sus recuerdos, su edad física no importaría.
La relación de Jessica con Leto sería un tanto inusual, pero no más que las relaciones de todos los gholas mal emparejados que habían crecido en la no-nave. Como Bene Gesserit, Jessica podía retrasar su proceso de envejecimiento y, puesto que había melange en abundancia por las operaciones en Casa Capitular, Buzzell y Qelso, los dos gozarían de una extensa vida. Prepararía a Leto, y cuando llegara el momento, le ayudaría a desatar su verdadero despertar. Y, milagrosamente, volvería a ser el hombre al que amaba, con todos sus pensamientos y recuerdos.
Solo tenía que esperar una o dos décadas. Como Bene Gesserit, Jessica tendría paciencia.
Jessica cogió su pequeña mano. Esta vez no habría razones políticas para impedir su matrimonio, si es lo que Leto quería. A Jessica lo único que le importaba es que pudieran volver a estar juntos.
—Cuando por fin recuerdes, todo volverá a ser igual, Leto. Y todo será diferente.