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Lo peor de regresar es que el pasado nunca es exactamente como uno lo recordaba.

PAUL ATREIDES, Anotaciones de un ghola

En el Imperio Antiguo, los últimos defensores de Casa Capitular esperaban, tensos y alerta, pero durante días nada cambió. Las naves de guerra de las máquinas no se habían movido, y la bashar Janess Idaho no había tenido nuevas noticias de los cruceros que se habían llevado a la madre comandante. Veloces naves exploradoras se desplazaban entre los cien diferentes puntos de la barrera, y en todas partes encontraban la misma situación.

Todos esperaban. Nadie sabía lo que estaba pasando.

Janess se sintió alarmada y asustada cuando un gran enjambre de naves de diferentes tamaños y configuraciones emergió del tejido espacial. Habló agitada por las líneas de comunicación, llamando a las naves de defensas funcionales que aún quedaban en órbita. Al principio no reconoció la configuración de los recién llegados, pero entonces se dio cuenta de que entre ellas había naves de los humanos y de las máquinas que los motores Holtzman de las inmensas naves de la Cofradía habían arrastrado con ellos.

—¡Identifíquense! —dijo Janess a aquella armada inesperada.

En el puente de su nave, Murbella sonrió a Duncan.

—Esa es tu… nuestra hija.

Él arqueó las cejas y realizó unos rápidos cálculos mentales.

—¿Una de las gemelas?

—Janess. —Murbella frunció ligeramente el ceño—. La otra, Rinya, no superó la Agonía. Había olvidado que no lo sabías. Tanidia, la mediana, también está viva, y está destinada con la Missionaria entre los refugiados. Pero perdimos a Gianne, la pequeña… nació justo antes de que yo me convirtiera en Reverenda Madre. Murió durante la epidemia de Casa Capitular.

Duncan se recompuso. Qué extraño, sentir tanto pesar por la muerte de unas hijas que no había llegado a conocer. Hasta ahora ni siquiera conocía sus nombres. Trató de imaginar qué aspecto debían de tener. Como kwisatz haderach y supermente, podía hacer muchas cosas… casi todo. Pero no podía devolver la vida a sus hijas.

Duncan estudió las facciones de Janess en la pantalla: el pelo oscuro y rostro redondo de su rama de la familia, cuerpo menudo, ojos intensos y una expresión dura que decía que jamás huiría de un reto. Una síntesis de Murbella y él. Activó la línea de comunicación.

—Bashar Janess Idaho, te habla Duncan Idaho, tu padre. Estoy con la madre comandante.

Murbella se inclinó para entrar en el campo de visión de la cámara.

—Tranquila, Janess. La guerra se ha acabado. No tienes nada que temer de nosotros.

Janess parecía recelosa.

—Lleváis naves de las máquinas pensantes con vosotros.

—Ahora son mis naves —dijo Duncan.

La Bashar no se inmutó.

—¿Cómo sé que no sois Danzarines Rostro?

Murbella contestó.

—Janess, cuando nos enfrentamos a las máquinas pensantes y descubrimos que los ixianos y los Danzarines Rostro nos habían engañado, las dos nos comprometimos a morir en un momento de gloria final. No estés tan deseosa de morir ahora que por fin tenemos esperanza.

La imagen de Janess les miraba desde la pantalla. Duncan estaba orgulloso de la prudencia de su hija.

—Nos reuniremos todos en la gran sala de Central —dijo—. Un buen lugar para discutir el futuro. —Duncan sonrió con aire soñador—. En realidad, mientras estuve aquí nunca llegué a ver el interior de Central… estaba confinado en el interior de la no-nave.

Janess vaciló solo un momento, y entonces asintió con gesto brusco.

—Pondremos vigilancia.

Duncan ya añoraba a sus compañeros de la no-nave, pero cada uno de ellos tenía su lugar, un nicho importante que ocupar. Paul y Chani volverían a Arrakis, el lugar adonde siempre habían sabido que pertenecían. Jessica había elegido Caladan, y sorprendió a muchos al pedir a Yueh que la acompañara. Y, en Sincronía, la cápsula de nulentropía de Scytale seguía conteniendo un tesoro en material celular.

Duncan ya había decidido cuál sería el primer encargo para el maestro tleilaxu. El tumulto y los cambios, las repercusiones y adaptaciones se prolongarían durante décadas, puede que incluso siglos. Y necesitaría la ayuda y el Consejo de un gran hombre. Necesitaba a Miles Teg a su lado…

Mientras la nave descendía hacia la ciudad principal de Casa Capitular, Duncan supo que jamás podría ver aquel lugar como su hogar, a pesar del tiempo que había pasado allí. En sus encarnaciones genéticas había experimentado muchos lugares, había conocido a un sinfín de personas. Su presciencia en expansión y su conexión mental con decillones de ojos repartidos por el cosmos y conectados a la red de taquiones de la supermente habían convertido el universo entero en su hogar.

Veo que empiezas a entender la enorme responsabilidad que te he ayudado a asumir, dijo una voz familiar en su mente. ¡Erasmo! Te lo podría haber puesto mucho más difícil, kwisatz haderach, pero decidí cooperar. Esto es solo un eco de mí, un observador. Puedes acceder a mí como desees. Utilizar mis conocimientos como una base de datos. Una herramienta. Tengo curiosidad por ver lo que haces.

—¿Vas a acosarme, como un demonio?

Considérame un consejero, pero mis investigaciones continúan. Siempre estaré aquí para guiarte, y confío en que no me defraudarás.

—Como las Otras Memorias de las brujas, pero más grande y más accesible.

Estás aquí para ayudar a humanos y máquinas… al futuro. Todo está bajo tu mando.

Duncan rio ligeramente para sus adentros por aquel amistoso diálogo entre los dos. Aunque Erasmo estaba en una posición inferior, seguía conservando un orgullo muy humano, incluso si no era más que un eco y un consejero.

Cuando llegaron a Central, Duncan y Murbella entraron en la gran sala uno al lado del otro. Los ojos espía les seguían, junto con un par de robots centinela. Los robots produjeron una profunda turbación en aquellos que esperaban en la sala, pero los humanos tendrían que aprender a dejar a un lado sus temores e ideas preconcebidas.

Sin Omnius, el imperio de máquinas pensantes seguía funcionando, aunque sin una mente ni una misión unificada. Duncan les guiaría, pero no pensaba continuar con aquel ciclo interminable de esclavismo. Las máquinas tenían el potencial de ser mucho más que herramientas o marionetas, más que solo una fuerza destructiva. Algunas no podían ser otra cosa, pero los robots más sofisticados y los mecanismos de asesoramiento podían evolucionar y convertirse en algo muy superior. Erasmo mismo se había convertido en un robot independiente, había desarrollado una personalidad única cuando quedó aislado de la influencia homogeneizadora de la supermente. Con tantas máquinas pensantes repartidas por los diferentes planetas, otras figuras destacarían si se les daba ocasión. Si las guiaban. Si Duncan se lo permitía.

Tenía que encontrar un equilibrio.

El imponente trono de la madre comandante esperaba vacío ante una ventana segmentada que miraba sobre el paisaje árido y moribundo. Janess estaba en pie a un lado, invitando a Murbella a ocupar su sitio, con casi un centenar de guardias de la Nueva Hermandad en alerta en la cámara. Aunque todos los insidiosos Danzarines Rostro habían sido descubiertos y asesinados, Janess no pensaba bajar la guardia, y Duncan se sintió orgulloso por ello.

La joven hizo una reverencia formal.

—Madre comandante, nos alegra tenerla de vuelta. Por favor, ocupe su sitio.

—Ya no es mi sitio. Duncan, tu hija ha sido educada a la manera Bene Gesserit, pero también quiso conocer tu vida. Se entrenó para convertirse en el equivalente a un maestro de espadas de Ginaz.

Con una sensación agridulce al pensar en todo lo que se había perdido, Duncan estrechó formalmente la mano de su hija. Le pareció una mano agradablemente fuerte. Hasta aquel instante, no habían sido más que extraños que comparten un vínculo de sangre y una lealtad patriótica. Su verdadera relación estaba a punto de empezar.

Murbella había librado una larga y encarnizada batalla para combinar las fuerzas enfrentadas de las Honoradas Matres y la Bene Gesserit, y después había tenido que luchar con los grupos dispares de humanos para unirlos en la batalla. A una escala mucho mayor, con sus capacidades recién descubiertas, él forjaría una unión mucho más grande y extensa.

Todo estaba interconectado en un tapiz mucho más apretado de lo que la historia jamás había conocido, y por fin podía Duncan entender el alcance de aquella nueva fuerza que tenía. No era el primer humano de la historia que tenía grandes poderes, y se prometió que no olvidaría lo que había aprendido como peón del Dios Emperador Leto II.

La raza humana jamás olvidaría los miles de años bajo aquel terrible reinado, y en su exhaustiva memoria Duncan llevaba ya un mapa del camino donde estaban señalados los baches para poder evitarlos. El Gran Tirano tenía un defecto que no fue capaz de reconocer. Abrumado por su terrible misión, Leto II se había aislado de su lado humano.

En cambio, Duncan se aferró a la certeza de que Murbella estaría con él, y Sheeana. También podría hablar con su hija Janess, y puede que incluso con Tanidia. Además, llevaba consigo los recuerdos de grandes amigos, de docenas de amores, y una serie de compañeros, esposas, familias, alegrías y creencias.

Aunque era el kwisatz haderach último y tenía un poder inconmensurable, Duncan había conocido lo mejor de lo que significa ser humano. En una vida tras otra. No tenía por qué sentirse alienado y preocupado, cuando podía disfrutar de tanto amor.

Pero el suyo no sería un amor convencional. Su amor necesitaba expandirse más y más, a cada persona, a cada máquina. Una forma de vida racional no era superior a la otra. Y Duncan Idaho era mucho más que la carne que formaba su cuerpo.