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La vida consiste mayoritariamente en determinar qué hay que hacer, momento a momento. Nunca me ha asustado tomar decisiones.

DUNCAN IDAHO, Un millar de vidas

A través de la cúpula rota de la catedral, un Duncan preocupado vio que el cielo parpadeaba como un calidoscopio. Gran multitud de naves aparecieron entonces, arrastradas por los cruceros controlados por navegantes.

Incluso antes de recibir la señal, Duncan intuyó que alguien muy especial viajaba a bordo de una de aquellas naves. Su mente expandida le mostró su rostro, apenas cambiado a pesar de los años. ¡Murbella! A una parte pasada de él le aterraba volver a estar cerca de ella, pero ahora era mucho más de lo que fue. Estaba impaciente por verla.

Un millar de cruceros de la facción de los navegantes estaban suspendidos sobre Sincronía, sin saber muy bien cuál era su papel, ahora que el Oráculo se había ido. Utilizando sus nuevas capacidades, Duncan se comunicó con todos ellos en un lenguaje con un común denominador. Los navegantes le entenderían, al igual que las máquinas pensantes y los humanos. Apenas tuvo que hacer ningún esfuerzo para lograrlo.

Cambios importantes. Cambios necesarios.

Las naves humanas enviaron transportes ligeros. Mientras miraba por las claraboyas de la cúpula, Duncan vio la estela que dejaban en la atmósfera y supo que Murbella bajaba con ellos. Ella bajaría la primera, y la vería. Habían pasado casi veinticinco años…, apenas un tic del reloj eterno, y sin embargo parecía una eternidad. Duncan esperó.

Pero la mujer que entró en la sala fue Sheeana, cansada y agotada por la lucha en la ciudad mecánica. Sus ojos parecieron llenarse de interrogantes cuando vio la sangre del suelo, los robots destrozados, los cuerpos postrados del barón y Paolo. Con solo mirar a los cuatro gholas, Sheeana supo que Paul y Chani habían recuperado sus recuerdos.

Reparó en el cuerpo inmóvil de la anciana en las escaleras y la reconoció. A través de su boca, la voz interior de Serena Butler habló:

—Erasmo mató a mi bebé inocente. Él fue el responsable de…

Duncan la interrumpió.

—En el momento del fin no le he odiado. Creo que le compadecía. Me ha recordado la muerte del Dios Emperador. Erasmo era defectuoso, arrogante, Y sin embargo extrañamente inocente, lo movía una curiosidad insaciable… Lo malo es que no era capaz de procesar las cosas que sabía.

Sheeana miró como si esperara que los ojos de la anciana se abrieran de golpe y una mano como una garra la aferrara.

—Entonces, ¿Erasmo está realmente muerto?

—Totalmente.

—¿Y Omnius?

—Desaparecido para siempre. Y las máquinas pensantes ya no son nuestros enemigos.

—Entonces, ¿las controlas? ¿Han sido derrotadas? —El asombro brillaba en su rostro.

—Son aliados… herramientas… socios independientes, no esclavos, diferentes. Tenemos un nuevo paradigma que comprender, y un montón de nuevas definiciones que crear.

— o O o —

Cuando los correos llegaron a la sala escoltando a Murbella y una partida de hombres de la Cofradía y hermanas, Duncan dejó las preguntas a un lado y se limitó a mirarla.

Ella se paró a medio paso.

—Duncan… apenas has cambiado en más de dos décadas.

Él rio.

—He cambiado más de lo que podría medir ningún instrumento. —Todas las máquinas de la sala, de la Ciudad entera, se volvieron hacia él por el comentario.

Duncan y Murbella se abrazaron, sin saber muy bien si aquel contacto volvería a encender sus sentimientos pasados. Pero los dos intuían algo diferente en el otro. La marea del tiempo había excavado un profundo abismo entre ellos.

Mientras tocaba a Murbella, Duncan sintió una tristeza agridulce al pensar en el daño que aquel amor adictivo le había hecho. Las cosas no podrían volver a ser como antes entre ellos, sobre todo ahora que él era el kwisatz haderach. Además, ahora dirigía a las máquinas, aunque no era una nueva supermente, ni tampoco una marioneta. Ni siquiera sabía cómo seguirían funcionando sin una fuerza que las controlara. Tendrían que adaptarse o morir, algo que los humanos habían hecho durante milenios.

Desde el otro lado de la Sala, Duncan reconoció el destello de los ojos de Sheeana… un destello de preocupación, no de celos; ninguna Bene Gesserit se permitiría jamás la flaqueza de los celos. De hecho, Sheeana era una Bene Gesserit tan estricta que había preferido robar la no-nave de Casa Capitular y huir con sus refugiados a someterse a los cambios que Murbella impuso en la Hermandad.

En aquel momento, habló a las dos mujeres.

—Nos hemos liberado de las trampas que nos pusimos el uno al otro. Te necesito, Murbella,… y a ti, Sheeana. El futuro nos necesita a todos más de lo que puedo expresar con palabras. —Un número infinito de pensamientos mecánicos corría por su mente, y sabía que había una cantidad incontable de planetas humanos que necesitaban una ayuda que solo él podía ofrecer.

Con un pensamiento, hizo salir a los robots guardianes de la sala, como en un ejercicio militar. Luego expandió su mente por las vías vacías de la red de taquiones y el universo. Con su conexión instantánea con todas las naves humanas que habían quedado bajo el control de las máquinas ixianas y las naves de batalla vinculadas al mando de Omnius —ahora de Duncan—, convocó a las naves al antiguo planeta de las máquinas, haciéndolos saltar a todos simultáneamente a través del tejido espacial. Todos se reunirían en Sincronía.

—Murbella, tú naciste libre, fuiste adiestrada como Honorada Matre y finalmente te convertiste en Bene Gesserit para poder unir los cabos sueltos. Del mismo modo que fuiste una síntesis entre Honorada Matre y Bene Gesserit, yo soy la fusión entre la humanidad y las máquinas pensantes. Yo estoy en ambos dominios, los comprendo a ambos, y crearé un futuro donde los dos puedan vivir.

—Y… ¿qué eres, Duncan?

—Soy el kwisatz haderach último y una nueva forma de supermente… y al mismo tiempo no soy ninguno de los dos. Soy algo distinto.

Murbella miró a Sheeana, asustada, y volvió a mirarle a él.

—¡Duncan! Las máquinas pensantes han sido nuestros enemigos mortales desde antes de la Yihad Butleriana… durante más de quince mil años.

—Mi intención es deshacer ese nudo gordiano de desentendimiento.

—¡Desentendimiento! Las máquinas pensantes han masacrado a trillones de seres humanos. La epidemia de Casa Capitular por sí sola ha…

—Tal es el coste de la inflexibilidad y el fanatismo. Con frecuencia las bajas no son necesarias. Honoradas Matres y Bene Gesserit, humanos y máquinas pensantes, corazón y mente. ¿Acaso no nos hacen más fuertes nuestras diferencias en lugar de destruirnos? —La gran cantidad de información que Erasmo le había proporcionado quedaba equilibrada por el saber que él había adquirido a lo largo de sus numerosas vidas—. Nuestra lucha ha llegado a su fin. Estamos en un momento de cambio. —Flexionó la mano, y pudo sentir que allá afuera había incontables máquinas pensantes escuchándole, esperando—. Tenemos el poder para hacer eso y mucho más.

Utilizando el saber de la presciencia y el cálculo perfecto, Duncan impondría una paz duradera. Teniendo a la humanidad y las máquinas en la palma de su mano, podía controlarlos a todos y tomar sus poderes, evitar que volvieran a una guerra. Podía imponer la cooperación entre los cruceros de la facción de los navegantes, las naves ixianas modificadas y la flota de máquinas pensantes.

Con su presciencia evolutiva, preveía un futuro conjunto para máquinas y humanos… y sabía cómo ponerlo en práctica a cada paso del camino. Cuánto poder… mucho más que el del Dios Emperador y Omnius juntos. Pero el poder había acabado por corromper a Leto II. ¿Cómo podría él, Duncan, manejar aquella carga, mucho más pesada?

Incluso si le movían las intenciones más altruistas, habría opositores. ¿Acabaría corrompiéndose, a pesar de sus buenas intenciones? ¿Lo recordaría la historia como un déspota peor aún que el Dios Emperador?

Ante aquella avalancha de preguntas y responsabilidades, Duncan se prometió a sí mismo aprovechar las lecciones de sus numerosas vidas por la supervivencia de la raza humana y las máquinas pensantes. Kralizec. Sí, ciertamente, el universo había cambiado.