Mientras hay vida hay esperanza… o eso reza el dicho. Pero para el que es verdaderamente fiel siempre hay esperanza, y no viene determinada ni por la vida ni por la muerte.
MAESTRO TLEILAXU SCYTALE, Mis interpretaciones personales de la Sharia
Bajo el cielo requemado de Rakis, la desesperanza llevó a Waff a un lugar tan desolado y seco como el paisaje que le rodeaba. Sobre una duna vitrificada próxima, solo uno de sus preciosos gusanos blindados se movía aún con los últimos resquicios de vida. Los otros ya estaban muertos. Le había fallado a su Profeta.
Las modificaciones celulares que había introducido eran insuficientes, y ahora no tenía ni especímenes de truchas de arena ni las instalaciones necesarias para crear nuevos gusanos experimentales.
Sentía que los últimos granos de arena se escurrían en el reloj de arena de su vida. Su cuerpo no duraría lo bastante para que probara con una nueva línea de gusanos híbridos ni aunque tuviera el material. Solo la esperanza de restituir a aquellos gusanos a Rakis había impedido que sucumbiera a los daños de su cuerpo ghola acelerado, pero ahora se venía abajo por momentos.
Waff levantó el puño al cielo y, gritando en aquel aire seco y cáustico, exigió respuestas a Dios, aunque ningún mortal tenía derecho a hacerlo. Golpeó las manos contra el suelo duro y agrietado y lloró. Sus ropas estaban sucias, el rostro manchado de restos de hollín. Los cuerpos de los gusanos muertos estaban tirados sobre lo que en otro tiempo había sido una extraordinaria duna. En verdad aquello era el fin de toda esperanza.
Si ni siquiera el Profeta deseaba ya vivir allí, es que Rakis estaba condenado por siempre jamás.
Y entonces, mientras se hacía un ovillo sobre el suelo, Waff notó un temblor que venía de las profundidades de la tierra. Las vibraciones se hicieron más intensas, y Waff levantó sus ojos escocidos con asombro, pestañeando. El último gusano vivo se sacudió, como si también él intuyera que estaba pasando algo importante.
En medio del silbido del aire se oyó un crac estruendoso y una lisura empezó a extenderse por el suelo vitrificado. Waff se incorporó a trompicones y, sin acabar de comprender, observó el avance en zigzag de la grieta, cada vez más dilatada.
Empezaron a aparecer líneas aserradas y anchas, como finas fracturas en una superficie reforzada de plaz cuando la golpeas con fuerza. Las dunas se rompieron y se hincharon, porque lo que fuera que había allí abajo se levantó.
Waff retrocedió tambaleante. A sus pies el último gusano se movió, como si quisiera avisar al maestro tleilaxu de que sus días llegaban a su fin…, y que también él estaba a punto de morir.
Una secuencia de explosiones brotaron como géiseres de arena desde debajo de las dunas. Las grietas se hicieron más anchas aún y dejaron a la vista unas figuras que se movían por debajo. Como si estuviera en medio de un sueño, Waff vio enormes segmentos con piedras y polvo incrustados, inmensos behemoths que se elevaban en medio de una cascada de arena.
Gusanos de arena. Gusanos de arena auténticos… monstruos del tamaño de los que surcaban el desierto en los tiempos en que aquel mundo se conocía como Dune. ¡Una leyenda y un misterio renacidos!
Waff estaba allí, transfigurado, sin acabar de creerse lo que veía, y sin embargo se sentía imbuido de esperanza y respeto, no de miedo. ¿Eran aquellos gusanos supervivientes de los gusanos originales? ¿Cómo podían seguir con vida después del holocausto?
—¡Profeta, has vuelto! —Al principio vio que salían a la superficie cinco gusanos gigantes, luego una docena, todos a la vez. A su alrededor, el suelo se fracturaba más y más. ¡Había cientos de gusanos! Aquel mundo muerto era como un inmenso huevo que estaba eclosionando para dar vida.
Libres de su nido subterráneo, los gusanos de arena se lanzaron en dirección al lejano campamento levantado entre las ruinas de Keen. Waff supuso que engullirían a Guriff y sus prospectores, y a los hombres de la Cofradía.
Los gusanos de arena volverían a recuperar Rakis.
Waff se adelantó extasiado, con las manos en alto en un gesto feliz de adoración.
—¡Mi glorioso Profeta, estoy aquí! —El Mensajero de Dios era tan grande que Waff se sentía como una mota minúscula, indigna de atención.
Su fe volvió a él, y vio que sus esfuerzos insignificantes con relación a Rakis nunca habían sido importantes. Por muy duro que hubiera luchado por sus truchas de arena, tratando de sembrar aquellas dunas muertas con gusanos reforzados, Dios tenía sus propios planes… Dios siempre tenía sus planes. Y mostraba el camino produciendo una avalancha de vida, igual que la revelación muda de una s’tori.
Y entonces Waff se dio cuenta de algo que tendría que haber sabido desde el principio, algo que todo tleilaxu debería entender: si cada gusano de arena que brotó del gran cuerpo del Dios Emperador Leto II contenía una perla del Profeta… ¿cómo podían no ser los gusanos prescientes? ¿Cómo podían no haber previsto la llegada de las Honoradas Matres y la destrucción inminente de Rakis?
Waff dio una palmada de júbilo. ¡Por supuesto! Los grandes gusanos debían de haber visto los terribles destructores. Y, sabiendo que la superficie de Rakis se convertiría en una bola calcinada, guiados por la presciencia de Leto II, algunos habían perforado la tierra y se habían refugiado muy abajo, tal vez a kilómetros de la superficie. Lejos de la parte más afectada.
Este mundo sabe cuidar de sí mismo, pensó Waff.
Los arrogantes humanos siempre habían causado problemas allí. Cuando era un prístino desierto, Rakis era lo que tendría que haber sido antes de que la ambición y el orgullo de los humanos lo terraformaran. Los esfuerzos de los extranjeros por «mejorar» Dune habían resultado en la aparente extinción de los grandes gusanos, hasta que la muerte de Leto II los hizo volver. Después de lo cual, los humanos —las Honoradas Matres— habían vuelto a aniquilar el ecosistema.
Rakis había sido golpeado, pisoteado, violado…, pero al final aquel mundo extraordinario se había salvado a sí mismo. El Profeta había estado allí en todo momento, y había ayudado poderosamente a la supervivencia de Dune. Ahora todo estaba como tenía que ser, y Waff se sentía enormemente complacido.
Dos gusanos gigantes se dirigieron hacia el tleilaxu, que seguía transfigurado. Deslizándose sobre la corteza del suelo, los gusanos levantaron la carcasa flácida de los débiles gusanos de prueba y los devoraron como si no fueran más que migajas.
Abrumado por la alegría, Waff cayó de rodillas y rezó. En el último momento, el maestro tleilaxu alzó el rostro al cielo y exclamó:
—¡Dios, mi Dios, soy tuyo por fin! —Y el gusano saltó, con la velocidad y la furia de un crucero de la Cofradía a punto de estrellarse. Waff aspiró el olor profundo y satisfactorio de la especia y cerró los ojos extasiado mientras la boca cavernosa del monstruo lo engullía. Waff se convirtió en una parte del Profeta.