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Para derrotar a los humanos, una opción es volverse como ellos, no darles cuartel, perseguir y destruir hasta el último hombre, mujer y niño. Igual que intentaron hacer ellos con nosotros.

ERASMO, banco de datos sobre violencia humana

Con mi curiosidad, años de existencia y mi comprensión de los humanos y las máquinas —meditó Erasmo mientras él y Duncan permanecían unidos, fusionados mental y físicamente—, ¿acaso no soy el equivalente mecánico de un kwisatz haderach? ¿El camino más corto para las máquinas pensantes? Puedo estar en muchos lugares a la vez y ver un millar de cosas que Omnius ni siquiera podría imaginar.

—No eres un kwisatz haderach —dijo Duncan. De pronto fue consciente de que sus compañeros corrían hacia él. Pero ahora el metal líquido fluía sobre sus hombros y su rostro, y no sentía ningún deseo de apartarse.

Duncan dejó que la reacción física entre él y el robot continuara. No quería escapar. Como nuevo portaestandarte de la humanidad su obligación era avanzar. Así que abrió su mente y dejó que los datos entraran.

Una voz resonaba en su cabeza, más fuerte que el torbellino de recuerdos y el flujo de datos. Puedo imprimir todos los códigos claves que buscas, kwisatz haderach. Tus neuronas, incluso tu ADN, forman la estructura de una nueva base de datos interconectada.

Duncan sabía que ya no habría vuelta atrás. Hazlo.

Las compuertas mentales se abrieron y su mente se llenó con las experiencias del robot y la información fría y organizada. Y empezó a ver las cosas desde este punto de vista que tan ajeno le resultaba.

Durante miles y miles de años de experimentación, Erasmo había tratado de comprender a los humanos. ¿Cómo podían seguir siendo tan misteriosos? El increíble abanico de experiencias del robot hacía que incluso las numerosas vidas de Duncan Idaho parecieran algo insignificante. Visiones y recuerdos pasaban furiosos por la mente del kwisatz haderach, y supo que necesitaría mucho más que una vida para cribar toda aquella información.

Vio a Serena Butler en carne y hueso, con su bebé, y la sorprendente reacción de la multitud a lo que Erasmo pensó que no era más que una muerte insignificante. Humanos enfervorecidos que se levantaron en una lucha que no tenían ninguna posibilidad de ganar. Humanos irracionales, desesperados y, al final, victoriosos. Incomprensible. Ilógico. Y sin embargo, habían conseguido lo imposible.

Durante quince mil años, Erasmo había ansiado comprender, pero le faltaba la revelación más importante. Duncan podía sentir al robot hurgando en su interior, buscando el secreto, no por ninguna necesidad de dominación o conquista, sino porque necesitaba saber.

A Duncan le resultaba difícil concentrarse en medio de tanta información. Finalmente, se retiró, y sintió que el metal líquido se movía en la dirección contraria, separándose de él… aunque no del todo, porque su estructura celular interna había quedado transformada para siempre.

En una epifanía, se dio cuenta de que era una nueva supermente, pero de una clase muy distinta a la original. Erasmo no le había engañado. Con ojos que se extendían por centillones de sensores, Duncan podía ver todas las naves enemigas, los robots de combate y operarios robóticos, cada pequeño eslabón en el imponente imperio renacido.

Y él podía detenerlo todo. Si quería.

Cuando Duncan volvió a su ser, a su cuerpo relativamente humano, miró a través de sus ojos a la gran sala. Erasmo estaba ante él, separado, sonriendo con lo que parecía una satisfacción auténtica.

—¿Qué ha pasado, Duncan? —preguntó Paul.

Duncan dejó escapar un largo suspiro.

—Nada que no haya empezado yo, Paul, pero estoy aquí, he vuelto.

Yueh se acercó apresuradamente.

—¿Estás herido? Pensábamos que habrías quedado atrapado en un coma igual… igual que él. —Y señaló con el gesto a Paolo, que seguía inmóvil.

—Estoy bien… aunque he cambiado. —Duncan miró a su alrededor, a la sala abovedada, y miró afuera, a la inmensa ciudad con una desconocida sensación de asombro—. Erasmo lo ha compartido todo conmigo… incluso lo mejor de sí mismo.

—Un resumen adecuado —dijo el robot, innegablemente complacido—. Al fusionarte conmigo y ahondar en mi interior, te has colocado en una posición de vulnerabilidad. De haber querido ganar este juego, habría tratado de hacerme con tu mente y programarte para que hicieras lo más ventajoso para mí y las máquinas pensantes. Igual que hice con los Danzarines Rostro.

—Pero yo sabía que no lo harías —dijo Duncan.

—¿Por presciencia o por fe? —Una sonrisa astuta apareció en el rostro del robot—. Ahora tienes el control de las máquinas pensantes. Son tuyas, kwisatz haderach… todas, incluido yo. Ahora tienes todo lo que necesitas. Con ese poder en tus manos, cambiarás el universo. Es el Kralizec. ¿Lo ves? Después de todo, hemos hecho que la profecía se convierta en realidad.

En apariencia solo en lo que quedaba de un vasto imperio, Erasmo dio una vuelta por la sala.

—Puedes desconectarlas a todas permanentemente, si es lo que deseas, eliminar a las máquinas pensantes para siempre. O, si tienes valor, puedes hacer algo más útil con ellas.

—Desconéctalas, Duncan —dijo Jessica—. ¡Acaba con esto ahora! Piensa en los trillones de personas que han matado, en los planetas que han destruido.

Duncan se miró las manos con asombro.

—¿Es eso lo más honorable?

Erasmo mantuvo un tono de voz cuidadosamente neutro, no suplicante.

—Durante milenios he estudiado a los humanos y he tratado de entenderles… incluso los he emulado. Pero ¿cuándo fue la última vez que los humanos se molestaron en considerar lo que las máquinas pensantes podían hacer? Os limitáis a despreciarnos. Vuestra Gran Convención con su terrible mandamiento. «No crearás una máquina a semejanza de la mente humana». ¿Es eso lo que quieres realmente, Duncan Idaho? ¿Ganar esta última guerra exterminando hasta el último vestigio de las máquinas… igual que quería hacer Omnius con vosotros? ¿No detestabais a la supermente por esa actitud obcecada? ¿Tienes tú la misma actitud?

—Preguntas mucho —comentó Duncan.

—Y de ti depende elegir una sola respuesta. Te he dado lo que necesitas. —Erasmo se detuvo y esperó.

Duncan sentía una extraña imperiosidad, contagiada tal vez de Erasmo. Las posibilidades rodaban por su cabeza, acompañadas por una marea de consecuencias. Con una creciente consciencia, supo que para que Kralizec acabara tenía que poner fin al eterno cisma entre hombre y máquina. Las máquinas pensantes habían sido creadas por el hombre pero, aunque estaban interconectados, cada bando había tratado repetidamente de eliminar al otro. Tenía que encontrar un terreno común entre los dos, no imponer el dominio de uno sobre el otro.

Duncan veía el gran arco de la historia, una evolución social de proporciones épicas. Miles de años atrás, Leto II se había unido a un gran gusano de arena y así adquirió inmensos poderes. Siglos después, bajo la dirección de Murbella, dos grupos opuestos de mujeres habían aunado sus fuerzas, fusionando sus culturas individuales en una unidad sintetizada más fuerte. Incluso Erasmo y Omnius representaban las dos caras de una misma identidad, creatividad y lógica, curiosidad y datos rígidos.

Duncan vio que hacía falta un equilibrio. El corazón humano y la mente de la máquina. Lo que había recibido de Erasmo podía convertirse en un arma o una herramienta. Tenía que utilizarlo correctamente.

Debo convertirme en una síntesis de hombre y máquina.

Su mirada se encontró con la de Erasmo, y esta vez conectaron sin necesidad de establecer contacto físicamente. De alguna forma el kwisatz haderach conservaba una imagen de Erasmo en su interior, del mismo modo que las Reverendas Madres llevaban las Otras Memorias con ellas.

Duncan respiró hondo, y pensó en la gran pregunta.

—Al manifestaros en la forma de un anciano y una anciana, tú y Omnius demostrasteis las diferencias entre vosotros. Erasmo, al tiempo que conservabas tu independencia, adquiriste el vasto banco de datos de la supermente, el intelecto, mientras que Omnius a su vez aprendió de ti lo que es el corazón, lo que significa tener sentimientos humanos… curiosidad, inspiración, misterio. Pero ni siquiera tú conseguiste asimilar todos los aspectos que buscabas en el humano.

—Y sin embargo ahora puedo hacerlo. Con tu consentimiento, por supuesto.

Duncan se volvió a mirar a Paul y los otros.

—Después de la Yihad Butleriana, la humanidad se excedió al prohibir toda inteligencia artificial. Al prohibir todo tipo de ordenadores, los humanos nos estábamos negando una herramienta útil.

Esta reacción exagerada provocó inestabilidad. La historia ha demostrado que prohibiciones tan drásticas y draconianas no pueden sustentarse.

—Y sin embargo —dijo Jessica con escepticismo—, al erradicar los ordenadores durante tantas generaciones nos obligó a ser más fuertes e independientes. Durante miles de años la humanidad ha evolucionado sin la ayuda de construcciones artificiales que piensen y decidan por nosotros.

—Igual que los fremen aprendieron a vivir en Arrakis —dijo Chani visiblemente orgullosa—. Es algo bueno.

—Sí, pero eso también nos ha tenido atados de manos y ha impedido que alcanzáramos nuestro potencial. Solo porque las piernas de un hombre se harán más fuertes andando, ¿le negaremos un vehículo? Nuestra capacidad de memorizar aumenta mediante la práctica continuada, ¿deberíamos negarnos por ello los medios para escribir o registrar nuestro pensamiento?

—No hay por qué tirar al bebé por el retrete, por utilizar uno de vuestros antiguos clichés —dijo Erasmo—. En una ocasión, yo tiré a uno por un balcón. Y las consecuencias fueron extremas.

—No aprendimos a sobrevivir sin las máquinas —dijo Duncan, cristalizando sus pensamientos—. Simplemente, las redefinimos. Los mentats son humanos cuyas mentes están entrenadas para funcionar como una máquina. Los maestros tleilaxu utilizaron los cuerpos de las mujeres como simples tanques axlotl… máquinas de carne con las que fabricar especia o gholas.

Cuando Paul le devolvió la mirada, a Duncan el rostro del joven le pareció muy, muy viejo. Recuperarse de su vida pasada le había consumido más que la herida. Como kwisatz haderach, como Muad’Dib, Emperador y Predicador ciego, Paul comprendía su dilema mejor que ninguno de los presentes. Asintió levemente.

—Ninguno de nosotros puede decidir por ti, Duncan.

Duncan dejó que sus ojos se perdieran en el vacío.

—Podemos hacer mucho, mucho más. Ahora lo veo. Humanos y máquinas cooperando, sin que ninguno de los dos lados esté esclavizado al otro. Y yo estaré en medio, como un puente entre los dos.

El robot contestó con genuino entusiasmo.

—¡Ahora lo entiendes, kwisatz haderach! Tú me has ayudado a entender a la vez que tú entendías. También me has mostrado el camino más corto. —El rostro de metal líquido de Erasmo cambió, como una versión mecánica de un Danzarín Rostro, y se convirtió de nuevo en la anciana afable—. Mi larga búsqueda ha terminado. Por fin, después de miles de años, puedo entender. —Sonrió—. De hecho, ya no hay nada que me interese.

La anciana fue hasta el lugar donde Paolo seguía transfigurado, con la mirada en blanco, clavada en lo alto.

—Este kwisatz haderach fallido es una lección para mí. El muchacho ha pagado el precio del saber excesivo. —Los ojos fijos de Paolo parecían cada vez más secos. Seguramente se consumiría y moriría de hambre, perdido en el laberinto infinito de la presciencia absoluta—. No deseo aburrirme de este modo. Así que te pido una cosa, kwisatz haderach, que me ayudes a comprender algo que nunca he podido experimentar de verdad, el último y fascinante aspecto de la humanidad.

—¿Una exigencia? —preguntó Duncan—. ¿O un favor?

—Una deuda de honor. —La anciana le dio unas palmaditas en la manga con una mano nudosa—. Ahora eres el epítome de las mejores cualidades del hombre y la máquina, permite que haga algo que solo los seres vivos pueden hacer. Guíame en mi muerte.

Duncan no había previsto aquello.

—¿Quieres morir? ¿Y cómo puedo ayudarte a hacerlo?

La anciana encogió sus hombros huesudos.

—Todas tus vidas y tus muertes te han convertido en un experto en la materia. Mira en tu interior y lo sabrás.

Durante milenios, después de la Yihad Butleriana, Erasmo había considerado la posibilidad de distribuir copias de sí mismo, igual que había hecho Omnius, pero no lo había concretado. Esto habría hecho su existencia mucho menos estimulante y significativa. Después de todo, era un robot independiente, y tenía que ser único.

Duncan vio que, junto con los códigos y mandos para controlar a la hueste de máquinas pensantes, había recibido también los mandos que regulaban la vida de Erasmo. Podía desconectar al robot con la misma facilidad con que Erasmo había desconectado a los Danzarines Rostro.

—Tengo curiosidad por saber qué hay del otro lado de la gran división entre la vida y la muerte. —El robot miró a Khrone y las figuras idénticas de los otros cambiadores de forma que yacían en el suelo.

Pero no era tan sencillo como darle a un interruptor o enviar un código. Duncan había vivido y había muerto una vez y otra, y había aprendido más de la vida y la muerte que nadie. ¿Quería Erasmo que comprendiera si un robot podía o no tener un alma, ahora que los dos habían estado en la mente del otro?

—Quieres que te sirva de guía —dijo Duncan—, no de verdugo.

—Una manera elegante de decirlo, amigo mío. Creo que lo entiendes. —La anciana le miró; ahora su sonrisa tenía un toque de nerviosismo—. Después de todo, Duncan Idaho, tú lo has hecho muchas veces. Pero para mí es la primera.

Duncan le tocó la frente. La piel era tibia y seca.

—Cuando estés listo.

La anciana se sentó en los escalones de piedra. Cruzó las manos sobre el regazo y cerró los ojos.

—¿Crees que volveré a ver a Serena?

—No puedo contestarte a eso. —Con una orden mental, Duncan activó uno de los nuevos códigos que poseía. Desde el interior de su mente, buscando sus numerosas experiencias de la muerte, mostró a Erasmo lo que sabía, incluso sin entenderlo él mismo plenamente. No estaba seguro de que aquel antiguo robot independiente pudiera seguirle. Erasmo tendría que buscar su propio camino. Sus caminos se separaban, llevando a cada uno en un viaje totalmente distinto.

El cuerpo ajado cayó quedamente sobre los escalones, y un largo suspiro brotó de los labios de la anciana. Su expresión era de una serenidad completa… y entonces quedó totalmente inmóvil, con los ojos fijos.

E incluso después de muerto, el robot conservó su figura humana.