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Incluso cuando quedó atrapado por su propio mito, Muad’Dib señaló que la grandeza solo es una experiencia transitoria. Es del todo imposible prevenir a un verdadero kwisatz haderach contra la soberbia, enseñarle normas o requisitos. Él toma y da a voluntad. ¿Cómo podemos habernos engañado de este modo y pensar que podíamos controlar a alguien así?

Análisis Bene Gesserit

Cuando el Oráculo se desvaneció, Erasmo se quedó mirando al espacio vacío en el centro de la sala, con la cabeza ligeramente ladeada.

—Omnius se ha ido. —A oídos de Duncan su voz sonó hueca—. No queda ningún vestigio de la supermente en la red de máquinas pensantes.

Duncan sentía que su mente corría, expandiéndose, absorbiendo nueva información. El terrible Enemigo que había intuido durante tanto tiempo —la amenaza que las Honoradas Matres habían desatado— ya no estaba. Al eliminar a la supermente, arrancarla del universo y llevarla a otro lugar, el Oráculo había inutilizado la vasta flota de máquinas pensantes, dejándola sin su fuerza rectora.

Y nosotros permaneceremos.

Duncan no sabía exactamente qué había cambiado en su interior. ¿Era simplemente que ahora conocía su Raison d’étre? ¿Había tenido siempre acceso a aquel potencial sin saberlo? Suponiendo que Paul tuviera razón, eso significaba que lo había llevado en su interior durante todos aquellos años, durante todas sus vidas —la original y las ghola—, un poder latente que había ido evolucionando con cada repetición de su existencia. Y ahora, como en un programa genético, tenía que encontrar la forma de activarlo.

Paul y su hijo Leto II tenían la bendición y la maldición de la presciencia. Ahora que habían recuperado sus recuerdos, los dos podían proclamarse kwisatzs haderach. Miles Teg había tenido la capacidad asombrosa de moverse a velocidades que escapaban a la comprensión y podía perfectamente haberse convertido también en kwisatz haderach. Los navegantes de los cruceros reunidos en el cielo podían utilizar su mente para ver a través de los pliegues del espacio y buscar rutas de viaje seguras. Las Bene Gesserit podían controlar hasta la última célula de sus cuerpos. Todos habían sobrepasado las capacidades tradicionales del humano, demostrando con ello su potencial para superarse.

Como kwisatz haderach último y definitivo, Duncan creía que él tendría la capacidad de hacer todas esas cosas y más, de alcanzar el pináculo del humano. Las máquinas pensantes nunca habían entendido el verdadero potencial de los humanos, por más que sus «proyecciones matemáticas» atribuyeran al kwisatz haderach la capacidad de finalizar el Kralizec y cambiar el universo.

Se sentía lleno de confianza, quizá encontraría la forma de realizar cambios grandiosos y épicos… pero no bajo el control de las máquinas pensantes. No, Duncan buscaría su propio camino. Sería un verdadero kwisatz haderach, independiente y todopoderoso.

Con desapasionamiento miró a la anciana con el vestido de estampado floral y delantal de jardinería, con manchas de tierra incluidas. Su rostro parecía bondadoso, como si se hubiera pasado la vida cuidando a otros.

—Una parte de Omnius ha desaparecido de mi interior, pero no todo.

Abandonando por fin el disfraz de anciana, Erasmo recuperó la forma de metal líquido del robot independiente ataviado con una elegante túnica carmesí y dorada.

—Puedo aprender mucho de ti, Duncan Idaho. Como nuevo dios-mesías de la humanidad, eres el espécimen óptimo para mis estudios.

—No soy ningún espécimen para tus análisis de laboratorio. —En sus vidas anteriores eran demasiados los que le habían tratado como si lo fuera.

—Un simple lapsus lingüístico. —El robot sonrió alegremente, como si tratara de velar su violencia—. Hace mucho que ansío un conocimiento perfecto de lo que significa ser humano. Y parece que tú tienes todas las respuestas que tanto he buscado.

—Reconozco el mito en el que vivo. —Duncan recordaba que Paul Atreides había hecho declaraciones similares. Paul se había sentido atrapado por su propio mito, que acabó convirtiéndose en una fuerza que estaba más allá de su control. Sin embargo, Duncan no tenía miedo de las fuerzas que aparecerían, ni a su favor ni en su contra.

Con una visión penetrante, vio a través y alrededor de Erasmo y sus siervos. Al otro lado de la sala veía a Paul Atreides tras su terrible prueba, en pie, algo inestable, ayudado por Chani y Jessica. Paul bebió de una jarra que había cogido de una mesa, cerca del cuerpo del barón.

Fuera, el estruendo de los gusanos de arena contra las defensas robóticas empezaba a remitir. Aunque aquellas inmensas criaturas no habían destruido la catedral, habían causado graves daños en la ciudad de Sincronía.

En el perímetro de la gran cámara, los robots de platino estaban alerta, y las cargas de sus armas internas estaban encendidas, listas para disparar. Incluso sin la supermente, Erasmo podía ordenar fácilmente que dispararan una ráfaga mortífera a los humanos de la sala. El robot independiente podía intentar matarlos en una exhibición petulante de venganza. Y quizá lo haría…

—Ni tú ni tus robots podéis cambiar nada aquí —le advirtió Duncan—. Sois demasiado lentos.

—O bien eres extremadamente confiado, o eres plenamente consciente de lo que puedes hacer. —La sonrisa de metal líquido se volvió más forzada, solo un poco, y las fibras ópticas destellaron con algo más de intensidad—. Tal vez sea esto último, o tal vez no. —De alguna manera, Duncan supo con absoluta certeza que Erasmo desataría todo el poder de destrucción que tenía bajo su control y causaría todo el daño que pudiera.

Antes de que el robot pudiera darse media vuelta, Duncan saltó sobre él con la velocidad de Miles Teg y lo derribó. Erasmo cayó al suelo, con sus armas inutilizadas. ¿Era solo una prueba? ¿Otro experimento?

El corazón le latía acelerado, su cuerpo irradiaba calor, pero se sentía exultante, no agotado. Habría podido luchar con la misma ligereza contra todas las máquinas que Erasmo le mandara. Ante este pensamiento, dejó al robot independiente en el suelo y recorrió el perímetro de la sala a hipervelocidad, derribando a los robots con rápidas patadas y golpes, hasta que sólo quedaron sus despojos. Era tan fácil… antes de que las piezas de metal hubieran tenido tiempo de caer al suelo, Duncan ya estaba de nuevo ante Erasmo.

—He intuido tus dudas y tus intenciones —dijo Duncan—. Reconócelo. Aunque eres una máquina pensante, querías más pruebas ¿no es así?

Erasmo, que estaba tendido sobre la espalda y a través de la cúpula veía los miles de cruceros de la Cofradía del cielo, dijo:

—Suponiendo que seas el superhombre tan largamente esperado, ¿por qué no te limitas a destruirme? Ahora que Omnius no está, si me eliminas habrás asegurado la victoria de la humanidad.

—Si la solución fuera tan sencilla no haría falta un kwisatz haderach. —Duncan sorprendió a Erasmo, y a sí mismo, porque extendió la mano y le ayudó a levantarse—. Para acabar el Kralizec y cambiar de verdad el futuro se necesita más que limitarse a aniquilar al otro bando.

Erasmo examinó su cuerpo y su túnica para comprobar su apariencia, y entonces levantó la vista con una amplia sonrisa.

—Creo que quizá tendremos un encuentro de mentes… y eso es algo que jamás he conseguido realmente con Omnius.