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Ninguna educación, adiestramiento o presciencia puede mostrarnos las capacidades secretas que llevamos en nuestro interior. Solo podemos rezar para que esos talentos especiales estén a nuestra disposición cuando más los necesitemos.

Manual Bene Gesserit para acólitas

Muerte.

Paul rodeó el borde de la negrura interior, entró momentáneamente en el infinito y salió de él. Osciló en equilibrio sobre su propia mortalidad. La herida del cuchillo era honda.

Ajeno a lo que sucedía a su alrededor, Paul sintió un frío intenso que se extendía desde las yemas de sus dedos hasta la parte posterior de su cabeza. Oía la fuente de lava como un susurro lejano. A pesar de la dureza del suelo de piedra, se sentía como si estuviera flotando, como si su espíritu entrara y saliera del universo.

Su piel notó una humedad pegajosa y cálida. No era agua. Era sangre… su sangre… formando un gran charco en el suelo. Le cubría el pecho, la boca, los pulmones. Casi no podía respirar. Con cada débil latido, salía más sangre, para no volver…

Y aún le parecía sentir la larga hoja del cuchillo del Emperador en su interior. Ahora recordaba… en los últimos y desesperados días de la yihad de Muad’Dib, el Conde Fenring le había apuñalado.

¿O fue en otro momento? Sí, Paul había probado la hoja de un cuchillo antes.

O quizá fue cuando era el viejo Predicador ciego de las calles polvorientas de Arrakeen, cuando otro cuchillo lo apuñaló. Tantas muertes para una sola persona…

No veía nada. Alguien le oprimía la mano, aunque apenas la sentía, y oía la voz de una mujer joven.

—Usul, estoy aquí. —Chani. Es a ella a quien recordaba por encima de todo lo demás, y se alegró de que estuviera allí con él—. Estoy aquí —repitió—. Toda yo, con mis recuerdos, por favor, vuelve, amado.

Una voz más firme captó su atención, como si hubiera dado un tirón a unas cuerdas que llevaba sujetas a su mente.

—Paul, debes escucharme. Recuerda lo que te enseñé. —La voz de su madre. Jessica…—. Recuerda lo que la verdadera dama Jessica enseñó al verdadero Paul Muad’Dib. Sé lo que eres. Tienes el poder dentro de ti. Por eso no has muerto aún.

Paul encontró las palabras en su garganta y salieron en un barboteo de sangre.

—No posible… yo no… kwisatz haderach… último… —Él no era el ser sobrenatural que cambiaría el universo.

Los ojos de Paul se abrieron, y se vio a sí mismo tendido en el suelo de la gran catedral mecánica. Esa parte de su sueño presciente había resultado ser cierta. Había visto a Paolo riendo por su victoria y consumiendo la especia… pero ahora Paolo también yacía en el suelo, como una estatua caída, paralizado, alelado, con la vista fija en el infinito. El barón estaba muerto, con expresión de irritación e incredulidad en su rostro pastoso. Así pues, la visión era cierta, aunque no le había mostrado todos los detalles.

Junto a Omnius y Erasmo hubo cierto alboroto. Paul miró con ojos empañados. Unos ojos espía entraron revoloteando, proyectando imágenes. El anciano tenía expresión de impaciencia. El Danzarín Rostro Khrone parecía inquieto. Paul oía gritos. Y aquella cacofonía se entretejió formando hebras extrañamente incomprensibles en el mosaico resonante de su cabeza.

—Gusanos de arena que atacan como demonios… destruyen edificios.

—… una estampida… ejércitos que salen de la no-nave. Un gas venenoso que mata…

—He enviado robots de combate y Danzarines Rostro para combatirlos —dijo el anciano de manera tajante—, pero quizá no será suficiente. Los gusanos de arena y los humanos están causando un daño considerable.

Erasmo intervino.

—Reúne a más Danzarines Rostro, Khrone. No los has convocado a todos.

—Es un derroche para los míos. Si combatimos a los humanos, su gas nos envenenará. Si nos enfrentamos a los gusanos, nos aplastarán.

—Entonces que os envenenen o que os aplasten —dijo Erasmo a la ligera—. No hay por qué inquietarse. Siempre podemos crear más.

Las facciones del Danzarín Rostro cambiaron y se emborronaron, mientras una tempestad recorría su cara pastosa. Se dio la vuelta y salió de la sala abovedada.

Entretanto, Yueh levantó la cabeza de Paul, aplicándole técnicas de medicina Suk. Pero Paul volvió a cerrar los ojos y se sumió de nuevo en el dolor. De nuevo estuvo bailando al borde del abismo cada vez más grande que se abría ante él.

—Paul. —La voz de Jessica era insistente—. Recuerda lo que te dije sobre la Hermandad. Quizá no eres el kwisatz haderach último que las máquinas pensantes querían, pero sigues siendo un kwisatz haderach. Tú lo sabes, y tu cuerpo también. Sigues conservando algunos de los poderes de una Reverenda Madre. ¡Una Reverenda Madre, Paul!

Pero a Paul se le hacía difícil concentrarse en sus palabras, se le hacía difícil recordar. Cada vez se sumía más y más en la inconsciencia, la voz de su madre era cada vez más débil, y ya no podía oír ni sentir el latido de su propio corazón. ¿Qué había querido decir su madre?

Si Jessica recordaba su vida pasada, también recordaba la Agonía de especia. Toda Reverenda Madre tenía la capacidad innata de modificar su bioquímica, de manipular y alterar las moléculas del flujo sanguíneo. Así es como decidían los embarazos, como trasmutaban la venenosa Agua de Vida. Y por eso las Honoradas Matres habían buscado con tanto empeño Casa Capitular… Porque solo las Reverendas Madres tenían la capacidad física para combatir las terribles epidemias de las máquinas.

¿Por qué quería su madre que recordara eso?

Atrapado en la oscuridad, Paul sentía el vacío de su cuerpo. Completamente exangüe. Silencioso.

En Arrakis, tiempo ha, él había pasado por su versión particular de la Agonía. Fue el primer varón en lograrlo. Durante semanas había estado en coma, muerto, según los fremen, aunque Jessica no dejaba de insistir en que lo mantuvieran con vida. Paul había visto el lugar estigio a donde las mujeres no podían ir, y había sacado fuerzas de él.

Sí, Paul llevaba esa capacidad consigo. Era un Bene Gesserit varón. Podía controlar su cuerpo, cada célula, cada fibra de cada músculo. Ahora entendía lo que su madre trataba de decirle.

El dolor de la muerte y la crisis de la supervivencia le dieron el impulso que necesitaba. Se puso en pie sobre su dolor y lo utilizó como una palanca para abrir su vida, su primera existencia… los recuerdos de Paul Atreides, de Muad’Dib, sus propios recuerdos como Emperador y más tarde como el Predicador. Siguió la corriente, y volvió hasta su infancia y su aprendizaje con Duncan Idaho en Caladan, y a su casi asesinato como peón en la Guerra de Asesinos que había atrapado a su padre.

Recordaba la llegada de su familia a Arrakis, aunque el duque Leto sabía que aquel lugar era una trampa de los Harkonnen. Los recuerdos pasaban veloces: la destrucción de Arrakeen, su huida al desierto con su madre, la muerte del primer Duncan Idaho, el encuentro con los fremen, el combate a cuchillo con Jamis, el primer hombre al que mató en su vida… su primer paseo a lomos de un gusano, la creación de la fuerza de Fedaykin, el ataque a los Harkonnen.

Su pasado discurría cada vez más deprisa por su cabeza… el derrocamiento de Shaddam y su imperio, el inicio de su yihad, su lucha por estabilizar a la raza humana sin desviarse por la senda oscura. Pero no fue capaz de huir de las intrigas políticas, los intentos de asesinato, el deseo de poder del emperador exiliado Shaddam y la hija aspirante de Feyd-Rautha y dama Fenring… y el mismo Conde Fenring, que trató de matar a Paul…

Ya no sentía su cuerpo vacío, sino lleno de experiencias y saber, lleno de capacidades. Recordaba su amor por Chani y el matrimonio de conveniencia con la princesa Irulan, y al primer ghola de Duncan, Hayt. La muerte de Chani cuando dio a luz a los gemelos Leto II y Ghanima. Incluso ahora, el dolor por la pérdida de Chani parecía mucho mayor que el dolor físico que estaba sufriendo. Si moría en sus brazos, él le causaría ese mismo dolor a ella.

Se recordaba deambulando por el desierto, cegado por la presciencia… y sobrevivió. Se convirtió en el Predicador. Y murió en una calle polvorienta rodeado por la chusma.

Y ahora era todo lo que había sido: Paul Atreides y todos los disfraces que había llevado, cada máscara de leyenda, cada poder, cada debilidad. Y, lo más importante, ahora tenía la capacidad de las Reverendas Madres, el control infinitesimal de su organismo. Como un faro en la noche, su madre le había mostrado el camino.

Mientras su corazón daba sus últimos latidos, Paul buscó en su interior, en un lugar profundo y ahogado. Encontró la herida del cuchillo en su corazón, vio el daño irreparable y descubrió que las defensas de su cuerpo no podían repararlo por sí mismas. Tenía que dirigir mentalmente el proceso de curación.

Aunque hacía apenas un instante parecía que se estaba muriendo, ahora Paul afinó su mente y se convirtió en parte de su propio corazón, que había dejado de latir. Vio el punto por donde la hoja del cuchillo había roto el ventrículo derecho. Había seccionado la aorta, dejando que su sangre se derramara por toda la sala. Pero ya no había más sangre.

Paul reunió las células y las selló. Y luego, gota a gota, empezó a recuperar la sangre de las cavidades de su cuerpo de las que había manado y la reabsorbió en los tejidos. Literalmente, volvió a darse vida.

— o O o —

Paul ignoraba cuánto tiempo había estado en trance. Parecía tan infinito como el coma provocado por una sola gota del Agua de Vida en su lengua. De pronto volvía a ser consciente de la mano con que Chani sujetaba la suya, una mano cálida; y también era consciente de su propio cuerpo, que ya no estaba frío ni temblaba.

—¡Usul! —Oyó el débil susurro de Chani, el tono de incredulidad—. Jessica, algo ha cambiado.

—Está haciendo lo que debe.

Cuando finalmente reunió la fuerza para abrir los párpados, Paul Muad’Dib Atreides volvió al mundo de los vivos, llevando consigo su vida pasada y presente. Y junto con los recuerdos y las capacidades, había encontrado una revelación fantástica y asombrosa…

En ese instante, un Duncan Idaho sofocado y cubierto de sangre entró corriendo en la gran sala, derribando a su paso a robots centinelas. Erasmo indicó con gesto informal que le dejaran pasar. Los ojos de Duncan se llenaron de lágrimas cuando vio a Paul sangrando, apoyado contra su madre y Chani. El doctor Yueh parecía perplejo por el milagro. Duncan corrió hacia ellos.

Tratando de ordenar su pensamiento, Paul colocó la imagen que veía en el contexto de sus conocimientos internos. La primera vez había aprendido muchas cosas al morir, y al regresar como ghola y estar a punto de morir una segunda vez. Siempre había tenido un don especial para la presciencia, y ahora sabía más.

A pesar de su milagrosa recuperación y renacimiento, seguía sin ser el kwisatz haderach perfecto, y evidentemente Paolo tampoco lo era. Conforme su visión se hacía más clara, comprendió algo que ninguno de ellos había previsto… ni Omnius, ni Erasmo, ni Sheeana, ninguno de los gholas.

—Duncan —dijo con voz ronca—. ¡Duncan, eres tú!

Tras vacilar un momento, su viejo amigo se acercó, aquel leal guerrero que había pasado por el proceso ghola más veces que nadie en la historia.

—Es a ti a quien han estado buscando, Duncan. Eres tú.