Cuando lleguen de golpe, mis recuerdos serán como una tormenta de arena… e igual de destructiva. ¿Quién puede controlar el viento? Si realmente soy el Dios Emperador, entonces yo puedo.
GHOLA DE LETO II, últimos trabajos preparatorios entregados al bashar Miles Teg
La arena y los gusanos se derramaron sobre las ordenadas calles de la metrópoli de las máquinas. Las criaturas cargaron por las calles como toros salusanos enloquecidos al salir de sus cuadras. Sheeana estaba junto a Leto, viendo cómo la cámara se vaciaba con un ruido ensordecedor, con la boca abierta y los ojos llenos de asombro.
A través de su extraña conexión con los gusanos, la mente de Leto II salió con ellos a la ciudad centelleante. Mientras estaba ante la puerta de la inmensa cámara de carga, sintió una oleada de alivio y libertad. Sin decir una palabra, se zambulló en las arenas movedizas, siguiendo a los gusanos en su éxodo. Dejó que la arena le llevara, como un nadador atrapado en una corriente subterránea y que rápidamente es arrastrado mar adentro.
—¡Leto! ¿Qué haces? ¡Detente!
Leto no podría haberse detenido ni aun queriendo. La corriente de arena lo succionó hacia abajo… justo donde él quería estar. Leto se sumergió bajo la arena, y de alguna manera sus pulmones se adaptaron al polvo, igual que el resto de sus sentidos. Veía sin ojos, como un gusano, e intuía su presencia allí delante, como si los estuviera viendo a través de aguas cristalinas. Había nacido para esto, y también en el pasado, había muerto para esto.
Los recuerdos reverberaban dentro de su ser como ecos del pasado… no como algo visceral, pero sí más poderoso que los conocimientos que había adquirido leyendo los archivos del Ítaca.
Aquellos archivos le hablaban de otro joven, otro Leto II, aunque seguía siendo él. Un pensamiento afloró: Mi piel no es mi piel. En aquel entonces, su cuerpo se había cubierto de truchas de arena, sus cuerpos membranosos formaron una malla con su carne y sus nervios. Le habían dado fuerza, le habían permitido correr como el viento.
Aunque aún conservaba su forma humana, Leto II recordó parte de su fantástico poder, no por sus recuerdos de ghola, sino por la perla de conciencia que el Dios Emperador original había dejado en cada uno de sus descendientes gusanos. Ellos recordaban, y Leto recordaba con ellos.
La historia había sido escrita por tantas personas que le despreciaban, que malinterpretaron lo que se había visto obligado a hacer… condenaban la supuesta crueldad e inhumanidad del Tirano, su predisposición a sacrificarlo todo por la extraordinaria Senda de Oro. Pero ninguna de esas historias —ni siquiera sus diarios testamentarios— habían dejado constancia de la alegría y exuberancia de un hombre joven al experimentar un poder tan inesperado y extraordinario. Ahora Leto lo recordaba todo.
A través de la arena, nadó hacia donde estaban los siete gusanos gigantes, y entonces se impulsó hacia arriba y salió a la superficie. Sabiendo instintivamente lo que tenía que hacer, Leto avanzó trastabillando hacia el gusano más grande, Monarca, se agarró a la parte más pequeña de la cola, saltó sobre los segmentos y trepó como un nativo caladiano descalzo por el tronco áspero de una palmera.
En cuanto Leto tocó al gusano, sus dedos y sus pies parecieron adquirir una adherencia antinatural. Podía trepar y sujetarse como si fuera parte de la criatura. Y en cierto modo era así. En esencia, él y los gusanos eran uno.
Intuyendo que Leto se había unido a ellos, los gusanos se detuvieron como enormes soldados en posición de firmes. Leto llegó finalmente a la cabeza curva de Monarca y desde allí escudriñó el gran complejo de estructuras vivas de metal y percibió el intenso olor de la canela.
Desde aquella posición aventajada, contempló la ciudad de Sincronía, mientras sus edificios cambiaban para transformarse en formidables barricadas e intentar contener a los gusanos de arena. Aquel era el ejército de Leto II, un ariete viviente… y su intención era lanzarlos contra el Enemigo de la humanidad.
Mareado y eufórico por el olor de la especia, Leto se sujetó a los segmentos del gusano, que se separaron y dejaron al descubierto la carne rosa y blanda del interior. A Leto le resultaba seductor, su cuerpo ansiaba la sensación del contacto directo. Así que metió las manos entre los segmentos, en la membrana de tejido blando. Cuando hizo esto fue como si estuviera tocando el centro neurálgico de la criatura, manipulando los circuitos neurales que unían a aquellas criaturas primitivas. La sensación era como una descarga eléctrica. Aquel era el lugar adonde pertenecía por toda la eternidad.
A su orden, los gusanos se elevaron en el aire, como cobras furiosas que ya no tienen interés por la música del encantador de serpientes. Ahora Leto los controlaba. Los siete gusanos cargaron por las calles de la ciudad, y Omnius no podía hacer nada por detenerlos.
Cuando la mente de Leto se fusionó con el gusano más grande, experimentó una oleada de intensas sensaciones y recordó algo similar que otro Leto II había hecho hacía miles de años. De nuevo sintió el contacto rasposo de la arena bajo el cuerpo largo y sinuoso del gusano. Se deleitó en la exquisita sequedad del viejo Arrakis, y supo lo que había significado ser el Dios Emperador, una síntesis de hombre y gusano de arena. Ese había sido el punto culminante de su experiencia. Pero ¿le esperaba ahora algo más grande aún?
Leto II, que había nacido como ghola a bordo de la no-nave, no estaba seguro de cómo habían conseguido los tleilaxu las células originales. ¿Las habían tomado cuando él y Ghanima pasaban por las rutinarias revisiones médicas de niños? De ser así, el ghola de Leto solo habría tenido los recuerdos de un niño normal, hijo de Muad’Dib. Sin embargo ¿y si las células de la cápsula de nulentropía de Scytale habían sido tomadas del Dios Emperador en su momento álgido? ¿Alguna raspadura improbable en su inmenso cadáver vermiforme? ¿Una muestra de tejido tomada por alguno de los devotos seguidores que habían retirado el cuerpo marchito de la orilla del río Idaho?
Mientras su mente se fusionaba con la de Monarca y los otros gusanos, Leto se dio cuenta de que en realidad no importaba. Aquella increíble unión desató todo cuanto guardaba en su cuerpo de ghola y en cada perla de conciencia que los gusanos llevaban muy adentro. Finalmente Leto volvía a ser quien había sido, además de un niño ghola en conflicto: un niño solitario y un emperador absolutista con la sangre de trillones de personas en su conciencia. Comprendía con exquisito detalle los siglos de decisiones, su terrible pesar, su determinación.
Me llaman Tirano porque no entienden mi bondad. El gran propósito que motiva mis actos. No saben que yo preví el conflicto final desde el principio.
En sus últimos años, el Dios Emperador Leto se había alejado tanto de su faceta de humano que había olvidado sus innumerables maravillas, sobre todo la influencia dulcificadora del amor. Pero en aquellos momentos, mientras cabalgaba a lomos de Monarca, el joven Leto recordó cuánto había querido a su hermana Ghanima, los buenos momentos que compartieron en el increíble palacio de su padre, y cómo los habían designado para dirigir el vasto imperio de Muad’Dib.
Ahora Leto era todo lo que había sido en el pasado y más, mejorado por los recuerdos reales de sus experiencias. Con esta nueva visión, mientras los precursores de la especia del cuerpo del gusano pasaban a su sangre, contempló la Senda de Oro que se extendía gloriosamente ante él. Pero incluso con esta notable revelación, no veía lo que esperaba a la vuelta de todas las esquinas que tenía por delante. Había puntos muertos.
Desde lo alto de su gusano, el joven Leto sonrió con determinación, y con un único pensamiento dirigió a su ejército serpentino. Los leviatanes cargaron entre los enormes edificios, reventando las barricadas. Nadie podría detenerlos.
Con las manos hundidas aún en los segmentos del gusano, Leto II cabalgó con un grito de alegría en los labios, mirando al frente con unos ojos que de pronto se habían vuelto de azul sobre azul, y veían lo que otros no podían ver.