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En una guerra la apuesta es a todo o nada… conquistar es salvarlo todo, sucumbir es perderlo todo.

Guerrero de la vieja Tierra

Mientras las máquinas pensantes mantenían un estrecho cordón en torno a la no-nave, Sheeana vio cómo Jessica se llevaba el cadáver de la pequeña Alia. Qué doloroso debía de resultarle aquello. Ahora que había recuperado sus recuerdos, Jessica sabía muy bien quién era Alia y el potencial que tenía. Qué cruel ironía. Santa Alia del Cuchillo muerta por obra de un cuchillo.

Jessica acunó a la niña en sus brazos, temblando mientras trataba de contener los sollozos. Cuando levantó la vista para mirarla, en sus ojos Sheeana vio una expresión fría y mortífera. Duncan estaba a su lado, y su rostro era como una máscara sombría de ira.

—Tendremos nuestra venganza, mi Señora. Entre nosotros somos tantos los que despreciamos al barón que no podrá sobrevivir mucho tiempo. —Incluso Yueh estaba acuclillado con aire asesino, como un arma cargada.

Paul y Chani se cogieron de las manos, sacando fuerza el uno del otro. Leto II observaba en silencio, conteniendo sin duda una avalancha de pensamientos enfrentados en su mente. Aquel niño siempre parecía más de lo que se veía a simple vista, como un iceberg gigante, cuya masa se oculta bajo la superficie. Sheeana hacía tiempo que sospechaba que él podía ser el más poderoso de los gholas que había creado.

Jessica levantó la cabeza bien alto, buscando fuerza en su interior.

—La llevaremos a mis habitaciones. Duncan, ¿puedes ayudarme? El doctor Yueh, desesperado por tener su perdón, no se separó de ellos.

Sheeana contemplaba el retablo, llena de ansiedad, frustración, ira. Habían perdido al Bashar, Alia había muerto, y tres de sus gholas —Paul, Chani y Leto II— aún no tenían sus recuerdos. Stilgar y Liet-Kynes se habían quedado en Qelso y Thufir Hawat había resultado ser un Danzarín Rostro. Ahora que por fin se enfrentaban al Enemigo y necesitaban que los gholas cumplieran con sus destinos, ¡no tenía disponible a casi ninguna de aquellas «armas»! Solo estaban Yueh y Jessica… y Scytale, si es que podían contar con el tleilaxu.

El agotamiento amenazaba con colapsarla. Llevaban tanto tiempo huyendo, llevando a cuestas sus planes y esperanzas sin encontrar nunca el final… Y sin embargo esto no era lo que todos esperaban.

La voz tranquila y distante de Serena Butler despertó de nuevo en su interior, enfurecida ante la revelación de la identidad del Enemigo. Hablaba con un conocimiento de primera mano. Las perversas máquinas siempre han querido exterminar a la humanidad. Ellos no saben olvidar.

—Pero fueron destruidas —dijo Sheeana en voz alta.

Parece que no. Trillones de personas murieron durante la Yihad Butleriana, pero ni siquiera eso fue suficiente. Al final no fue suficiente.

—Me complace poder conoceros por fin —dijo una voz rasposa de mujer. Una anciana llegó sola por el corredor de la no-nave, con una amplia sonrisa en su rostro arrugado. A pesar de su edad, se movía con ligereza, y tenía un aspecto mortífero.

Sheeana enseguida dedujo que aquella debía de ser la misteriosa anciana que les perseguía implacablemente.

—Duncan nos ha hablado de ti.

La mujer sonrió de una forma inquietante, como si pudiera leer los pensamientos más íntimos y las intenciones de Sheeana.

—Habéis sido una presa muy problemática. Tantos años desperdiciados… ¿Ya habéis adivinado cuál es mi identidad?

—Eres el Enemigo.

De pronto, el rostro de la anciana, su cuerpo y sus ropas ondearon como metal líquido. Al principio Sheeana pensó que sería otro Danzarín Rostro, pero la cabeza y el cuerpo adquirieron el brillo del platino pulimentado, y las ropas de matrona se convirtieron en una túnica extravagante. El rostro era liso, con la misma sonrisa, pero en unas facciones radicalmente distintas. Un robot.

En lo más recóndito de su conciencia, Sheeana notó un tumulto en las Otras Memorias. Y entre el clamor de voces, la voz de Serena Butler se elevó a un grito: ¡Erasmo! ¡Destrúyelo!

Con gran esfuerzo, Sheeana aplacó las voces de las Otras Memorias y dijo:

—Eres Erasmo. El que mató al hijo de Serena Butler y provocó una yihad que duró cientos de años contra las máquinas pensantes.

—Veo que aún se me recuerda, después de tanto tiempo… —El robot parecía complacido.

—Serena te recuerda. Ella está dentro de mí, y te odia.

Una expresión de auténtico placer iluminó el rostro del robot.

—¿Serena Butler en persona está ahí? Ah, sí, sé de vuestras Otras Memorias. Los Danzarines Rostro nos han traído a muchas de vuestras Bene Gesserit.

En su interior, de nuevo el clamor de voces.

—Yo soy Serena Butler y ella es yo. Aunque han pasado miles de años, el dolor es tan agudo como el primer día. No podemos olvidar lo que destruiste y lo que iniciaste.

—Solo era una vida… era un simple bebé. Sin duda verás que tu raza tuvo una reacción desproporcionada, ¿no es cierto?

Sheeana percibió un cambio en el tenor y la cadencia de su propia voz, como si una fuerza interior se estuviera adueñando de su cuerpo.

—¿Solo una vida? ¿Solo un bebé? —Serena hablaba, poniéndose al frente de las innumerables vidas. Y Sheeana dejó que hablara. Después de tanto tiempo, aquel enfrentamiento con su gran verdugo correspondía a Serena—. Esa única vida llevó a la derrota militar de vuestro Imperio Sincronizado entero. La Yihad Butleriana fue un Kralizec por derecho propio. El fin de esa guerra cambió el curso de la historia del universo.

A Erasmo pareció gustarle la comparación.

—Ah, qué interesante. Y quizá el fin de este Kralizec invierta ese resultado y nos vuelva a poner a las máquinas pensantes al mando.

De ser así, esta vez será mucho más eficaz.

—¿Es así como prevés el fin del Kralizec?

—Lo preferiría. Algo debe cambiar en esencia. ¿Puedo contar con tu ayuda?

—Nunca. —La voz proyectada de Serena era fría e implacable.

Al mirar al robot independiente, Sheeana entendió más que nunca que era parte de algo mucho más grande e importante que una vida individual, que estaba conectada al vasto continuum de ancestros femeninos del pasado y —esperaba— del futuro. Una reunión destacable pero ¿sobreviviría?

—Veo un fuego que me es familiar en tus ojos. Si una parte de ti es realmente Serena Butler, debemos ponernos al día. —Las fibras ópticas de Erasmo destellaron.

—Serena ya no desea hablar contigo —dijo Sheeana con su voz.

Erasmo no hizo caso del desprecio.

—Llévame a tus habitaciones. La guarida de un humano dice mucho sobre su personalidad.

—No lo haré.

La voz del robot se endureció.

—Sé razonable. ¿O prefieres que decapite a algunos de tus compañeros para incentivarte? Pregunta a Serena Butler… ella sabe que lo haré.

Sheeana lo miró furiosa.

El robot siguió hablando, con voz tranquila.

—Aunque por el momento una simple conversación contigo en tus habitaciones calmará mi apetito. ¿No prefieres eso a una carnicería?

Indicando a los otros que se quedaran atrás, Sheeana dio la espalda al robot y fue hacia uno de los ascensores que aún funcionaban. Erasmo la siguió deslizándose sobre el suelo.

En su habitación, el robot pareció intrigado por el Van Gogh. Casitas en Cordeville era uno de los objetos más antiguos de la civilización humana. En pie, rígido, Erasmo lo admiró.

—¡Ah, sí! Lo recuerdo. Lo pinté yo mismo.

—Es la obra de un artista terrano del siglo XIX, Vincent Van Gogh.

—He estudiado al loco de Francia con gran interés, pero te aseguro que este es uno de los lienzos que yo mismo pinté hace miles de años. Copié el original con la más completa atención al detalle.

Sheeana se preguntó si aquello podía ser cierto.

Erasmo descolgó el delicado cuadro de la pared y lo examinó de cerca, pasando sus dedos de metal sobre el delgado plaz que protegía la áspera superficie de óleo.

—Sí, recuerdo cada pincelada, cada espiral, cada punto de color. Ciertamente, es la obra de un genio.

Sheeana contuvo el aliento, pues sabía lo antiguo y valioso que era, a menos que fuera una imitación.

—El original era obra de un genio. Si es como dices, entonces lo único que hiciste es copiar la obra maestra de otro. Solo puede haber un original.

Sus fibras ópticas brillaron como una galaxia de estrellas.

—Si es lo mismo, exactamente igual, entonces los dos son obra de un genio. Si mi copia es perfecta hasta la última pincelada, ¿no es como tener un segundo original?

—Van Gogh era un hombre creativo y con inspiración. Tú te limitaste a copiar lo que él hizo. Ya puestos también podrías decir que los Danzarines Rostro son una obra de arte.

Erasmo sonrió.

—Algunos de ellos lo son.

De pronto, con manos poderosas, el robot rasgó el cuadro y lo hizo añicos. Y, como si aquello fuera un signo de puntuación en su grotesco despliegue, giró y pisoteó las piezas rotas.

—Pues aquí tienes un poco de temperamento artístico. —Y, cuando ya se iba, añadió—: Omnius llamará pronto al kwisatz haderach a su presencia. Hemos esperado esto durante mucho tiempo.