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¿Cómo pagar a un hombre que ha hecho lo imposible?

BASHAR ALEF BURZMALI, Lamento por el soldado

Cuando Miles se fue, Duncan estuvo mirando unos momentos las proyecciones de los sensores. Sabía lo que el Bashar estaba haciendo.

Después de las explosiones internas, el Ítaca estaba perdido en el espacio, rodeado de naves enemigas con más armas de las que él había visto en una flota entera de los Harkonnen. Las minas habían inhabilitado los generadores del campo negativo, dejando la nave visible y vulnerable en el espacio.

Después de huir durante casi un cuarto de siglo, estaban atrapados. Quizá había llegado la hora de que se enfrentara a sus misteriosos perseguidores. ¿Quién era aquel enemigo invencible y extraño? Lo único que él había visto eran las sombras fantasmales de un anciano y una anciana. Y ahora…

Ante él, en la pantalla el tramo discontinuo de la red cambió, casi se cerró, y entonces volvió a abrirse, como si le estuviera desafiando. Duncan habló en voz alta, aunque en realidad hablaba para sí mismo. Una suerte de oración.

—Mientras tengamos aliento, tendremos una oportunidad. Nuestra misión es identificar la oportunidad, por muy transitoria o difícil que sea.

Teg había dicho que repararía los sistemas. Duncan conocía las capacidades ocultas del Bashar. Durante años las había ocultado a las Bene Gesserit, que temían semejantes manifestaciones como signo de un potencial kwisatz haderach. Y ahora esas capacidades quizá los salvarían a todos.

—No nos falles, Miles.

Las naves que se acercaban dispararon. Duncan apenas había tenido tiempo de renegar y prepararse para el impacto, cuando una andanada de disparos defensivos imposiblemente rápidos interceptaron el fuego enemigo. Dirigidos con precisión, disparados al instante. Fuego enemigo bloqueado.

Duncan pestañeó. ¿Quién había lanzado la andanada de respuesta? Meneó la cabeza. La no-nave tendría que haber sido incapaz de las maniobras básicas de defensa. Un estremecimiento de placer le recorrió la columna. ¡Miles!

De pronto, los sistemas de la cubierta de control empezaron a iluminarse; luces verdes parpadeaban. Uno tras otro, los sistemas volvían a funcionar. Duncan intuyó movimiento y volvió la cabeza a la izquierda.

El Bashar se materializó ante él, pero era un Miles Teg diferente… ya no era el joven ghola a quien Duncan había educado y despertado, sino un hombre espantosamente consumido, seco y viejo como una momia ambulatoria. Teg parecía a punto de desplomarse. Se había forzado mucho más allá de lo que un hombre normal podía aguantar.

—Paneles… activos. —Su voz rasposa le costó más energía de la que le quedaba—. ¡Vamos!

Todo sucedió en un instante, como si también Duncan hubiera entrado en una estructura temporal acelerada. Su primer impulso fue coger a su amigo. Teg se moría, quizá ya estaba muerto. El ajado Bashar ya no podía tenerse en pie.

—¡Vamos… maldita sea! —Fueron las últimas palabras que el Bashar logró que salieran de su boca.

Pensando con lucidez mentat, Duncan volvió al panel de control, prometiéndose no malgastar lo que el Bashar había hecho por ellos. Prioridades. Alcanzó el panel de pilotaje, y sus dedos se movieron como una araña asustada.

Teg se desmoronó, con los brazos y piernas abiertos, tan muerto como una hoja seca, más envejecido incluso que el primer Bashar en los últimos momentos de Rakis. ¡Miles! Tantos años juntos, enseñando, aprendiendo, confiando el uno en el otro… Pocas personas habían significado tanto para él en sus muchas vidas.

Apartó los pensamientos de dolor, pero su memoria mentat le hacía ver cada experiencia clara y diáfana. Miles Teg no era más que una antigua carcasa sobre las placas del suelo. Y no había tiempo para la ira o las lágrimas.

La no-nave empezó a acelerar. Aún veía ante ellos la forma de colarse por la cruel red, aunque ahora además tenía que enfrentarse a una flota entera de naves enemigas. Acababan de disparar una segunda andanada de fuego ofensivo.

Aquel agujero chisporroteaba como si les estuviera invitando. Duncan dirigió la nave hacia allí, moviéndose tan rápido como le permitían sus reflejos humanos. La no-nave soltó aquellos hilos obstinados.

—¡Vamos! —dijo Duncan tratando de hacer que pasara.

Nuevas explosiones rozaron y arañaron el casco del Ítaca, que empezó a balancearse y rodar. Duncan timoneó con toda su habilidad.

Los motores Holtzman estaban al rojo, los paneles de diagnóstico mostraban numerosos errores y fallos de sistema, aunque ninguno resultaría fatal de modo inmediato. Duncan acercó la nave más y más al agujero. Las naves enemigas no podrían interceptarles, no podrían moverse lo bastante rápido para detenerles.

La red seguía rompiéndose. Duncan lo estaba viendo.

Obligó a sus sentidos a volver a los motores, aplicando una aceleración muy superior a la que los sistemas normalmente permitían. En sus frenéticas reparaciones, Teg no se había parado en detalles como mecanismos de seguridad y límites. Con una velocidad cada vez mayor, se liberaron de la red que los encerraba.

—¡Lo estamos logrando! —dijo Duncan al Bashar caído. Como si su amigo aún pudiera oírle.

Una nave enemiga con forma de torpedo saltó al frente. Ningún humano podía pilotar una nave con semejante rapidez, no podía cambiar de dirección con fuerzas que partirían un hueso como un puñado de paja en un puño. Quemando sus motores, el atacante consumió todo su combustible en un único movimiento frontal… para interponerse en su camino.

Duncan no pudo girar a tiempo. La no-nave era demasiado grande, la inercia era demasiada. La nave enemiga suicida arañó el casco inferior del Ítaca, alterando su rumbo volviendo a dañar los motores. El impacto inesperado hizo que la no-nave empezara a girar. La nave enemiga se desvió hacia un lado y estalló, la onda de choque los desvió aún más de su rumbo fuera de control… de vuelta a lo que quedaba de la red.

Duncan renegó lleno de desespero y de rabia.

Sin poder plegar el espacio, la no-nave volvió atrás, entre el gemido de sus motores. Los paneles de control del puente estaban cubiertos de señales rojas que enseguida se apagaron. Una pequeña explosión interna dañó aún más los motores Holtzman. El Ítaca quedó suspendido en el espacio. De nuevo.

—Lo siento, Bashar —dijo Duncan con el corazón destrozado. Ahora que ya no había nada que hacer, se arrodilló junto a la carcasa de su amigo.

Un mensaje apareció en la pantalla principal del puente, una poderosa transmisión de las naves que les rodeaban. A pesar del dolor, a Duncan le sorprendió cuando vio por primera vez el rostro de su Enemigo.

El rostro liso de metal líquido de una máquina racional apareció en pantalla.

—Sois nuestros prisioneros. Vuestra nave ya no puede volar independientemente. Os entregaremos a la supermente Omnius.

¡Máquinas pensantes!

Duncan trató de entender lo que estaba viendo y oyendo. ¿Omnius? ¿La supermente? ¿El Enemigo que se hacía pasar por una agradable pareja de ancianos eran en realidad las máquinas pensantes? ¡Imposible! Las máquinas pensantes habían estado prohibidas durante miles de años, y la última supermente había sido destruida en la Batalla de Corrin al final de la Yihad Butleriana.

¿Máquinas? ¿Aliadas de alguna forma con los Danzarines Rostro?

Las naves enemigas se abalanzaron como hienas sobre un cadáver fresco.