60

Por definición, nuestra común humanidad tendría que convertirnos en aliados. Sin embargo, la triste realidad es que nuestras similitudes con frecuencia se convierten en vastas diferencias y obstáculos insalvables.

MADRE COMANDANTE MURBELLA, palabras dirigidas a la Nueva Hermandad

El tiempo escaseaba, así que las miles de naves de la Cofradía recién equipadas no pudieron ser sometidas a revisiones y pruebas concienzudas. Los destructores producidos en masa fueron cargados en las naves con pesados blindajes que se habían construido en Conexión y en los diecisiete astilleros satélite. Las cuadrillas estaban realizando los preparativos necesarios para salir hacia el frente.

Recién llegadas después de su reclutamiento en cientos de planetas en riesgo, las comandantes novicias recibían un entrenamiento mínimo que difícilmente bastaría para que hicieran frente al Enemigo en los numerosos puntos vulnerables donde la humanidad estaba tratando de trazar una línea en el espacio. Murbella sabía que a pesar de su valor y determinación, por mucho entrenamiento que recibieran, la mayoría de los combatientes humanos serían aniquilados.

Meses después de que la epidemia hubiera completado su ciclo en Casa Capitular, la madre comandante había abierto las puertas a los refugiados de los planetas evacuados. Al principio tenían miedo de poner el pie en aquel mundo que había estado en cuarentena, pero luego empezaron a llegar de manera continuada. No había muchas alternativas, y los grupos de zarrapastrosos aceptaron la oferta de la Hermandad de refugio a cambio de realizar labores vitales en el esfuerzo de guerra. La política y las viejas facciones tenían que quedar a un lado. Ahora cada vida estaba dedicada a los preparativos para la última batalla contra las fuerzas de Omnius.

Desde Buzzell, la reverenda madre Corysta envió la sorprendente noticia de que los gusanos de mar que estaban causando estragos en las operaciones con las soopiedras producían una suerte de especia. Murbella enseguida sospechó de algún experimento de la Cofradía. No podía ser algo espontáneo. Corysta propuso que los gusanos fueran capturados para la extracción de especia, pero la madre comandante no podía pensar tan a largo plazo. Que hubiera una nueva fuente de especia solo tendría relevancia si la raza humana sobrevivía al Enemigo.

La madre comandante Murbella convocó un gran concilio de delegados de los planetas que estaban en peligro directo de ataque de las fuerzas de las máquinas pensantes. A pesar de su indignación, cada uno de ellos había sido sometido a test celulares para descartar que fueran Danzarines Rostro. Murbella no quería arriesgarse; los insidiosos cambiadores de forma podían estar en cualquier parte.

En la gran sala de reuniones de Central, Murbella caminó junto a la mesa de madera de elacca hasta llegar a su asiento. Utilizando sus capacidades Bene Gesserit de observación, estudió a los allí reunidos, todos movidos por la desesperación. Murbella trató de ver a aquellos representantes con vestimentas y uniformes diversos como líderes militares, generales en la última gran batalla por la humanidad. Las personas que había en la habitación guiarían los grupos de naves y formarían un centenar de barreras defensivas. Pero ¿eran la clase de héroes que necesitaba la humanidad?

Cuando se volvió para mirar a los delegados, Murbella vio inquietud en sus ojos, percibió el olor del miedo en el aire. La inmensa flota enemiga avanzaba como el fuego por el mapa de la galaxia, arrasando un sistema estelar tras otro, dirigiéndose inexorablemente hacia Casa Capitular y los mundos que aún quedaban en el corazón del Imperio Antiguo.

Tras desplazarse a varios planetas atrincherados y estudiar sus preparativos, Murbella había asegurado alianzas con sus líderes, señores de la guerra, consorcios comerciales y unidades menores de gobierno. La visión de Leto II de una Senda de Oro había fragmentado a la humanidad de tal manera que ya no seguían a un único líder carismático, y ahora ella tenía que reparar el daño. En otro tiempo quizá la diversidad fue el camino para la supervivencia, pero a menos que los numerosos planetas y ejércitos actuaran unidos frente a un enemigo mucho más poderoso, todos morirían.

Si la presciencia del Tirano era tan grande, ¿cómo es posible que no hubiera previsto la existencia del gran imperio de máquinas, por muy lejano en el tiempo que estuviera? ¿Cómo es posible que el Dios Emperador no hubiera sabido que otro conflicto titánico esperaba a la humanidad? Murbella sintió un estremecimiento. ¿O sí lo había hecho, y todo estaba saliendo como el Tirano quería?

Tras un considerable esfuerzo, Murbella había ganado una importante batalla al lograr que los diferentes líderes aceptaran que la mejor defensa vendría con un plan unificado —el plan de Murbella— y no de cien batallas independientes y desesperadas. Para hacer llegar su mensaje, había tenido que superar los obstinados tentáculos de las diversas burocracias planetarias. En aquella guerra no había nada fácil.

Muy consciente de la responsabilidad de su posición, Murbella golpeó ligeramente una gran piedra esférica sobre la mesa, provocando un fuerte retumbar para llamar a todos al orden.

—Todos saben por qué están aquí. Debemos preparar una línea de últimas barreras defensivas, un millar por todo el espacio. Muchos de nosotros moriremos… o tal vez todos. No hay alternativa. La única duda es lo que tardaremos en morir y cómo pasará. ¿Moriremos libres y luchando hasta que no quede ninguno… o derrotados y huyendo?

Una cacofonía de voces, acentos e idiomas resonó por la habitación, aunque Murbella había insistido en que utilizaran el idioma galach universal. Utilizó la Voz para atajar aquel clamor.

—¡Las máquinas vienen! Si cooperamos y no nos retiramos ante nuestro Enemigo, es posible que tengamos los medios para detenerlos.

Entre los presentes vio que había oficiales de la Cofradía e ingenieros ixianos. Dados los apretados plazos de entrega, parte del proceso de construcción de las naves de guerra se había hecho de forma inevitablemente precipitada, pero sus inspectoras y supervisoras de línea Bene Gesserit habían controlado las operaciones.

—Nuestras armas y naves están listas, pero antes de que procedamos, tengo una pregunta para todos. —Atravesó a los líderes con su mirada. De haber sido aún una Honorada Matre, sus ojos se habrían vuelto naranjas—. ¿Tendrán el valor y la decisión para llegar a las últimas consecuencias?

—¿Lo tiene usted? —exclamó un hombre con barba de un pequeño planeta en un sistema remoto.

Murbella volvió a utilizar su piedra sónica.

—Mi Nueva Hermandad aguantará el golpe inicial. Ya nos hemos enfrentado a ellos en diferentes sistemas estelares, destruyendo muchas de sus naves, y hemos sobrevivido a sus epidemias aquí, en Casa Capitular. Pero esta guerra no puede ganarse en campos de batalla individuales. —Hizo una señal y Janess manipuló los controles—. Miren esto.

Para sorpresa de los presentes, una gran proyección holográfica apareció y ocupó todo el espacio libre que había en la gran sala de reuniones, con mapas detallados de los numerosos sistemas solares de la galaxia. Una mancha avanzaba indicando las conquistas de las máquinas pensantes, como una marea que anegaba todos los sistemas a su paso. La oscuridad de la derrota y la exterminación ya había ennegrecido la mayoría de los sistemas conocidos en las regiones de la Dispersión.

—Tenemos que concentrar nuestros esfuerzos. Dado que no utilizan motores que pliegan el espacio, van pasando de un sistema a otro. Sabemos la dirección que siguen, y por tanto podemos interponernos en su camino. —Murbella se puso en pie en medio de los planetas y estrellas simulados; su dedo pasó de un punto a otro, por las estrellas y los planetas habitables que quedaban en la trayectoria del Enemigo—. ¡Tenemos que mantener la línea aquí, aquí… por todas partes! Solo si combinamos nuestras naves, comandantes y armas podremos detener al Enemigo. —Su mano pasó sobre las imágenes luminosas que estaban justo delante de las máquinas—. Cualquier otra opción sería cobardía.

—¿Nos está llamando cobardes? —preguntó furioso el hombre de la barba.

Un mercader se puso en pie.

—Sin duda podríamos negociar…

Murbella lo atajó.

—Las máquinas pensantes no quieren ningún mundo en concreto. No vienen en busca de gemas, especia ni ningún otro producto. No tenemos nada que ofrecerles a cambio de la paz. No se comprometerán, seguirán persiguiéndonos vayamos a donde vayamos. —Miró al hombre fanfarrón—. Si huimos del conflicto, podría sobrevivir un tiempo. Pero no habrá escapatoria para sus hijos o sus nietos. Las máquinas los matarán, hasta el último de ellos. ¿Valora su vida por encima de la de sus descendientes? Porque si es así, sí, les llamo cobardes.

A pesar de los murmullos, nadie habló abiertamente. En el gigantesco despliegue estelar, una línea de diminutos fuegos apareció a lo largo del interfaz entre los territorios conquistados por las máquinas y los planetas humanos vulnerables.

Murbella paseó la vista entre los presentes.

—Cada uno de nosotros es responsable de evitar que el Enemigo cruce esta línea. Nuestro fracaso significará la extinción de la raza humana.