Tanto si las utilizamos como si no, hay redes por todas partes, redes que abarcan nuestras vidas individuales y colectivas. A veces es necesario ignorarlas, por nuestra propia integridad mental.
DUNCAN IDAHO, entrada en el cuaderno de bitácora de la nave
Danzarines Rostro a bordo.
En sus alojamientos, en compañía de la pequeña Alia y un Leto de doce años, Jessica se sentía de nuevo como una madre… después de tantos siglos. Los tres habían compartido un pasado y un linaje, pero no tenían otros conocimientos ni recuerdos en común. Todavía. A Jessica se le antojaba que eran poco más que actores que memorizaban diálogos y representaban papeles, que intentaban ser quienes se suponía que eran. Su cuerpo solo tenía diecisiete años, pero mientras estaba allí, reconfortando a los dos pequeños se sintió mucho mayor.
—¿Qué es un Danzarín Rostro? —preguntó Alia, jugando con un cuchillo afilado que tenía a su lado. Desde que podía caminar, la pequeña demostraba una gran fascinación por las armas, y con frecuencia pedía permiso para practicar con ellas, en lugar de jugar con juguetes más apropiados—. ¿Vienen a por nosotros?
—Ya están en la nave —dijo Leto aún alterado. No se podía creer que Thufir fuera un Danzarín Rostro y él no se hubiera dado cuenta—. ¿Por eso nos están haciendo pruebas a todos?
—De momento no han encontrado más —dijo Jessica. Ella y Thufir habían sido decantados el mismo año. En la guardería, ella había crecido junto al guerrero mentat y en ningún momento detectó ningún cambio en su personalidad. Y no parecía posible que hubiera sido un cambiador de forma desde el principio.
El verdadero Hawat, Maestro de Asesinos y antiguo maestro de armas de la Casa Atreides, había sido veterano en numerosas campañas exitosas, igual que el bashar Miles Teg, y había servido a tres generaciones de Atreides. No es de extrañar que Sheeana y las Bene Gesserit le hubieran considerado un valioso aliado. Por eso habían querido recuperarlo, y ahora todos comprendían el porqué de la crisis cuando intentaron despertar sus recuerdos. Thufir no era realmente Thufir, y quizá nunca lo había sido.
A menos que encontraran células auténticas para crear un nuevo ghola, los pasajeros del Ítaca ya nunca tendrían acceso a las capacidades tácticas y de mentat de Hawat. En realidad, Jessica se dio cuenta de que, después de tanto tiempo, el proyecto ghola había dado bien pocos resultados. Solo Yueh, Stilgar y Liet-Kynes habían vuelto a despertar a sus vidas pasadas, pero los dos últimos se habían ido. Y Yueh, aunque era un diestro doctor Suk, no era una baza especialmente útil para el equipo.
Él ha matado a mi duque Leto… otra vez.
Con la amenaza de los Danzarines Rostro, las minas desaparecidas y los diversos incidentes de sabotaje, la necesidad de los gholas y sus antiguas capacidades se había vuelto más acuciante. Los niños ghola que quedaban por despertar debían de tener capacidades especiales. Los habían recuperado por alguna razón. A todos y cada uno de ellos. Paul, Chani y ella ya tenían una edad adecuada; tal vez incluso Leto. Las medidas graduales y cuidadosas no podían bastar. Ya no.
Suspiró. Si no lo hacían ahora ¿cuándo entonces serían de utilidad sus capacidades históricas? Debo recuperar mis recuerdos.
Si le daban la oportunidad, Jessica podía ofrecer tantas cosas beneficiosas a la no-nave… sin su vida original se sentía como una simple carcasa. En aquellos momentos se puso en pie, tan repentinamente que sobresaltó a Alia y Leto.
—Vosotros dos debéis volver a vuestras habitaciones. —Su voz gruñona no invitaba a discusiones—. Tengo que hacer una cosa importante. Estas Bene Gesserit son unas cobardes, aunque no se dan cuenta. Y no pueden permitirse seguir siéndolo.
En algunas cosas, Sheeana era temeraria e impetuosa, y en cambio en otras se mostraba excesivamente cauta. Sin embargo, Jessica conocía a alguien que no se acobardaría ante la idea de provocarle dolor.
—¿A quién vas a ver? —le preguntó Leto.
—A Garimi.
— o O o —
La Reverenda Madre, de la línea dura, la contempló con expresión pétrea, luego sonrió lentamente.
—¿Por qué habría de hacer esto? ¿Estás loca?
—Solo soy pragmática.
—¿Tienes idea de cuánto te va a doler?
—Estoy preparada. —Miró los cabellos oscuros y rizados de Garimi, sus facciones flácidas y poco atractivas; en cambio Jessica era el ideal de belleza clásica, diseñado por la Bene Gesserit para seducir, una madre procreadora cuyas facciones se habían copiado una y otra vez durante siglos después de su muerte.
—Y sé, Censora Superior, que si hay alguien capaz de infligir ese dolor es usted.
Garimi parecía atrapada entre la risa y el desasosiego.
—He imaginado incontables formas de girar el cuchillo en tu interior, Jessica. He pensado con frecuencia en el daño que causaron tus actos a la vieja Hermandad. Tú desbarataste completamente el programa del kwisatz haderach, creaste un monstruo al que no pudimos controlar. Después de Paul, como consecuencia directa de tu desafío, sufrimos miles de años bajo el yugo del Tirano. ¿Por qué razón habría de querer despertarte? Tú nos traicionaste.
—Eso es lo que usted dice. —Las palabras de Garimi le golpeaban como piedras. Aquella mujer la había atormentado durante años, y también al pobre Leto II. Jessica conocía sus acusaciones, entendía cómo la veía la facción conservadora de la Bene Gesserit. Pero nunca antes había experimentado la profundidad del odio y la ira que la mujer le estaba demostrando en aquellos momentos—. Sus propias palabras dicen mucho, Garimi. La vieja Hermandad. ¿Dónde está su pensamiento? Nosotros estamos viviendo el futuro.
—Eso no quita el terrible dolor que causaste.
—No deja de insistir en que cargue con mi culpa. Pero ¿cómo puedo sentirla si no recuerdo? ¿Se contentará con tenerme como cabeza de turco, alguien a quien fustigar por los imaginarios agravios del pasado? Sheeana quiere que recupere mis recuerdos para que pueda ayudaros. Pero usted, Garimi, tendría que estar tan impaciente como ella. Admítalo… ¿se le ocurre algún castigo mejor que ahogarme en las cosas imperdonables que dice que he hecho a la Hermandad? ¡Despiérteme! ¡Deje que vea por mí misma!
Garimi extendió el brazo y la sujetó por la muñeca. Instintivamente Jessica trató de soltarse, pero no pudo. La expresión de la otra mujer se endureció.
—Voy a compartir contigo. Te daré todos mis recuerdos y pensamientos para que sepas. —Se inclinó sobre ella—. Verteré en tu cerebro cientos de generaciones de vidas que llegaron después de que tú cometieras tu crimen, para que puedas ver el alcance y las consecuencias de lo que hiciste. —Levantó a Jessica de un tirón.
—Eso no es posible. Solo las Reverendas Madres pueden compartir. —Jessica trató de retroceder.
Garimi la miraba con ojos de acero.
—Tú eres una Reverenda Madre… o lo fuiste. Por tanto, llevas una en tu interior. —Sujetó a Jessica por la parte de atrás de la cabeza, la agarró de sus cabellos broncíneos y la acercó con brusquedad. Garimi inclinó la cabeza y pegó su frente a la de Jessica—. Puedo hacer que funcione, soy lo bastante fuerte. ¿Tienes idea de por qué lo hago? ¡Tal vez tanto pesar bastara para paralizarte!
Jessica se resistía.
—O me hará… me hará… más fuerte.
Jessica quería sus recuerdos, sí, pero nunca había querido aceptar las experiencias de Garimi, ni la de las numerosas antepasadas que habían vivido las persecuciones del Dios Emperador de Dune, su nieto. De los que sobrevivieron a los Tiempos de la Hambruna, luchando por superar la adicción a la melange, porque ya no había. Los horrores de aquellas generaciones, que habían dejado una honda cicatriz en la psique humana.
Jessica no quería todo aquello. Garimi insiste en que yo lo provoqué.
Sintió algo en su cabeza y se resistió, pero Garimi era más fuerte, y la obligó a compartir, vertiendo recuerdos, desatándolos. Jessica sentía como si unos martillos le golpearan la cabeza por dentro, tan fuertes que parecía que iba a partir el hueso para salir al exterior. Oyó que algo se partía en la oscuridad, y se preguntó si Garimi habría ganado…
— o O o —
Sacudida, Jessica —la auténtica Jessica, concubina del duque Leto Atreides, Reverenda Madre de la Bene Gesserit— miró a su alrededor con un asombro que jamás habría creído posible. Aunque lo único que veía eran las paredes de la no-nave, recordaba lo buena que había sido su vida con el duque y su hijo Paul. Recordaba los cielos plomizos de Caladan, las espectaculares salidas de sol en Arrakis.
Al final, había golpeado a Garimi. Y en aquel momento salió de las habitaciones de la mujer furiosa, tambaleante, saturada de conocimiento. La avalancha de recuerdos era en parte una bendición y una carga, porque no tenía consigo a su amado duque Leto.
El repentino vacío era como saltar a un hoyo sin fondo. ¡Leto, mi Leto! ¿Por qué no te trajeron de vuelta las hermanas al mismo tiempo que a mí, como a Paul y Chani? ¡Y maldito seas, Yueh, por llevártelo de mi lado por dos veces!
Jessica se sentía profundamente sola, con el corazón consumido y la mente llena de simples recuerdos y conocimientos. Estaba decidida a encontrar una forma de volver a ser útil a la Hermandad.
Cuando regresó a sus habitaciones, encontró a Alia esperándola. Con una agudeza y una inteligencia muy superior a la que le correspondían por su edad, la niña la miro con calma y dijo:
—Madre, he dicho al doctor Yueh que recuperarías tus recuerdos. Ahora tiene más miedo de ti. Podrías matarle con una mirada. Le estuve persiguiendo y le di una patada por ti.
Jessica trató de resistir el odio automático por Yueh. El viejo Yueh.
—No debes hacer eso. Sobre todo ahora. —El traidor hacía bien en temer que recuperara sus recuerdos, por bien que antes ella ya conocía sus crímenes y los había perdonado. Pero eso fue con mi cabeza, no con mi corazón. Mientras estaba allí, sus recuerdos y emociones recuperados clavaron la daga más adentro.
Movida por una fuerte emoción, no pudo contenerse y abrazó a Alia con fuerza. Y entonces miró a su hija por primera vez.
—Soy tu madre otra vez.