¿Estamos en la Senda de Oro o nos hemos desviado del camino? Durante tres milenios y medio rezamos para que se nos liberara del Tirano, pero ahora que no está, ¿hemos olvidado cómo vivir sin una guía tan severa? ¿Sabemos cómo tomar las decisiones necesarias, o nos perderemos irremediablemente en la espesura y nos moriremos de hambre por nuestros propios fallos?
MADRE SUPERIORA DARWI ODRADE, Considerando mi epitafio, archivos sellados Bene Gesserit, registrado antes de la Batalla de Conexión
Con una gran agitación, Garimi se negó a tomar asiento en los alojamientos privados de Sheeana tantas veces como se le ofreció. Ni siquiera el cuadro de Van Gogh de la pared parecía interesarle. El robo de las minas había llevado las tensiones de siempre a un nivel nuevo y descarnado. Los equipos de búsqueda no habían sido capaces de localizar ninguno de aquellos explosivos. Sheeana sabía que la severa Censora Superior tenía sus sospechas.
—Tú y el Bashar no habéis hecho un buen negocio en Qelso —dijo Garimi—. Dejar allí a toda esa gente y ese material… sin pedir nada a cambio.
—Repusimos suministros.
—¿Y si algún acto de sabotaje afecta nuestros sistemas de soporte vital? Liet-Kynes y Stilgar eran los más capacitados en temas de conservación, reciclaje y reparaciones. ¿Y si los necesitamos? ¿Piensas desarrollar otros dos?
Sheeana la enfureció, pues se limitó a contestar con una sonrisa tranquila y divertida.
—Podría hacerse, pero pensé que sospechabas de todos los niños ghola. ¿Y me dices que quieres que vuelvan Liet y Stilgar? Además, quizá Liet tenía razón; quizá era su destino permanecer en Qelso.
—Bueno, ahora sabemos que ninguno de los dos era el saboteador… aunque con Yueh no estoy del todo convencida.
Sheeana miró las luminosas pinceladas de color que el artista de la antigüedad había convertido en una imagen tan poderosa. Van Gogh era un genio.
—Di un paso necesario, basándome en nuestras necesidades y prioridades.
—¡Difícilmente! Te plegaste a las exigencias de aquellos nómadas asesinos cuando no quisieron aceptar a las Bene Gesserit en su planeta. Tendríamos que haber creado una nueva escuela allí, y en cambio ahora… ¡la nave podría explotar en cualquier momento!
Ah, ahí está, eso es lo que realmente le preocupa.
—Sabes perfectamente que habría estado encantada de dejar que tú y tus seguidoras os instalarais allí. —Se obligó a reír—. Pero no estaba dispuesta a iniciar una guerra con la población de Qelso. Podemos enseñar a otros los entresijos de los sistemas de soporte. La nave sobrevivirá, como ha hecho durante décadas.
Garimi, que no estaba de humor, dijo:
—¿Sobrevivir cómo? ¿Creando otro ghola que nos salve? Esa es siempre tu solución, tanto si se trata de una Abominación como Alia, un traidor como Yueh o Jessica, o un tirano como Leto II. Al menos Pandora tuvo el sentido común de cerrar la caja.
—Pues yo la quiero bien abierta. Quiero recuperar la historia, sobre todo a Paul Atreides… y Thufir Hawat. Sin duda los conocimientos del Maestro de Armas de la Casa Atreides nos serían muy útiles.
—Hawat fracasó estrepitosamente la última vez que trataste de despertarle.
—Volveremos a intentarlo. Y Chani será un excelente incentivo a la hora de despertar a Paul. Jessica también está a punto. Incluso Leto II.
Los ojos de Garimi destellaron.
—Estás jugando con fuego, Sheeana.
—Estoy forjando armas. Y para eso hace falta fuego. —Sheeana se dio la vuelta, indicando claramente que la conversación se había terminado—. He escuchado tus opiniones tantas veces que me las sé de memoria. Hoy comeré con los gholas. Quizá ellos tengan nuevas ideas.
Indignada, la mujer de cabellos oscuros salió tras Sheeana y la siguió hasta el comedor. De pronto Leto II salió de un ascensor, solo y callado, como siempre. El joven de doce años con frecuencia vagaba por los corredores de la no-nave en solitario. En aquellos momentos, miró a las dos mujeres y pestañeó, pero no dijo nada.
Un niño extraño y ensimismado.
Antes de que Sheeana pudiera impedirlo, la Censora superior avanzó hacia Leto, con aire rígido e intimidador. Garimi tenía un nuevo objetivo contra el que dirigir su ira y su frustración.
—Y bien, Tirano, ¿dónde está tu Senda de Oro? ¿Adónde nos ha llevado? Si tan presciente eras, ¿por qué no nos alertaste de la llegada de las Honoradas Matres o el Enemigo?
—No lo sé. —El muchacho parecía auténticamente perplejo—. No me acuerdo.
Garimi lo estudió con desagrado.
—¿Y si recordaras qué? ¿Serías el Dios Emperador, el mayor carnicero de toda la historia de la humanidad? Sheeana cree que podrías salvarnos, pero yo digo que el Tirano podría fácilmente destruirnos. Es lo que mejor se te da. No os quiero ni a ti ni a tu monstruoso ego de vuelta, Leto II. Tu Senda de Oro es un camino sin salida, un cenagal.
—La Senda de Oro no es de este muchacho —dijo Sheeana sujetando a la mujer con fuerza por el brazo—. Déjale en paz.
Leto dio un paso rápido para rodearlas y se alejó a toda prisa por el corredor. Garimi observó con gesto triunfal a Sheeana, que se limitó a mirarla como si fuera una necia que se deja llevar por un estallido irracional.
— o O o —
A Leto los ojos y los oídos le escocían por las acusaciones de la Censora Superior, pero no pensaba llorar. Una persona sabia no malgasta el agua tratando de ahogar sus emociones; eso lo sabía del viejo Dune. Mientras se alejaba de Sheeana y la insufrible Censora Superior y de todos los que pensaban que sabían lo que había que esperar de él, el muchacho negó en silencio lo que había dicho Garimi y trató de bloquear las cosas que él mismo sabía.
Yo fui el Dios Emperador, el Tirano. Yo creé la Senda de Oro… pero mientras mis recuerdos me estén vedados, ¡no puedo entender realmente qué significa! A pesar de todo lo que había aprendido de su vida original, Leto se sentía como un niño de doce años que no había pedido volver a nacer.
Dirigió su tubo de transporte a las cubiertas inferiores, buscando un lugar donde sentirse más cómodo y seguro. Al principio, pensó en buscar el viento huracanado de las cámaras de recirculación de aire y los conductos que bombeaban la atmósfera, pero las estrictas medidas de seguridad impuestas por el bashar Teg y el amigo de Leto, Thufir, le habían cerrado todo acceso.
Antes de su desagradable encuentro con Garimi, Leto iba a buscar a Thufir para su sesión de entrenamiento. Aunque el otro ghola tenía diecisiete años y responsabilidades junto al Bashar, entrenaba con frecuencia con Leto. A pesar de su juventud y su tamaño, Leto II era altamente competitivo, incluso frente a un oponente más grande y más fuerte. En los últimos años cada uno había sido un reto para el otro.
Pero en aquellos momentos Leto necesitaba estar solo. Llegó a los niveles inferiores y se plantó ante el acceso principal a la enorme cubierta. Las cámaras de seguridad ya le habrían localizado. Tragó con dificultad. Nunca se había atrevido a entrar allí solo, aunque había pasado horas mirando a los gusanos cautivos a través del plaz.
Dos jóvenes guardias estaban en el corredor, controlando el acceso a la cubierta. Al ver que el muchacho se acercaba, se pusieron en alerta.
—Esta es una zona restringida.
—¿Restringida para mí? ¿Sabéis quién soy?
—Eres Leto el Tirano, el Dios Emperador —dijo la mujer; como si estuviera contestando la pregunta de una censora. Era Debray, una de las hijas que las Bene Gesserit habían engendrado en el espacio después de la huida de la no-nave.
—Y esos gusanos forman parte de mí. ¿No recordáis la historia?
—Son peligrosos —contestó el guarda masculino—. No tendrías que entrar.
Leto miró a aquellos dos con calma.
—Sí, debo hacerlo. Sobre todo ahora. Necesito sentir la arena, percibir el olor a melange, los gusanos. —Entrecerró los ojos—. Podría ayudarme a recuperar los recuerdos, tal como desea Sheeana.
Debray pensó en esto, frunciendo el ceño.
—Sheeana dijo que había que utilizar cualquier método posible para provocar el despertar de los gholas.
El guarda se volvió a su compañera.
—Busca a Thufir Hawat e infórmale. Esto es altamente irregular.
Leto se acercó a la pesada puerta.
—Solo quiero entrar, no me alejaré de la escotilla. Los gusanos siempre se quedan por la zona del centro ¿no es verdad? —Y con descaro utilizó los sencillos controles para abrir la puerta—. Conozco a esos gusanos. Thufir lo entenderá. Él tampoco ha podido recuperar aún sus recuerdos.
Antes de que los guardias se pusieran de acuerdo para detenerlo, Leto estaba dentro. La arena misma parecía emitir una especie de chisporroteo, de estática. La temperatura era cálida, el aire estaba tan seco que la garganta le quemaba. El poderoso olor a arena y canela impregnaba sus fosas nasales. Desde el extremo más alejado de la cubierta de un kilómetro de largo, los grandes gusanos se dirigieron hacia él.
El solo hecho de estar sobre la arena hizo viajar al muchacho a un lugar sobre el que había leído profusamente en la biblioteca de la no-nave. El verdadero Arrakis, que había pasado de desierto a jardín durante su extensa vida. Ahora el calor seco requemaba su piel. Leto respiraba en alientos profundos y relajantes, cuajados de olor a melange.
Sin molestarse en ser silencioso, Leto avanzó por la arena, hundiéndose hasta las rodillas en las dunas. No hizo caso de los gritos de advertencia de los guardias y siguió alejándose de la pared de metal. Aquello era lo más parecido a un desierto que aquellos gusanos habían conocido.
Leto trepó a lo alto de una duna y, mientras miraba a los límites de la cubierta, imaginó cuán extraordinario debió de ser Arrakis. Ojalá pudiera recordar. La duna sobre la que estaba era pequeña comparada con una real; también los siete gusanos de la cubierta eran más pequeños que sus ancestros, que habían crecido sin trabas.
Ante él, el gusano de mayor tamaño se deslizaba por la arena, seguido de los otros. Leto sentía una conexión con ellos. Era como si aquellas magníficas bestias intuyeran su dolor mental y quisieran ayudarle, incluso si sus recuerdos aún estaban encerrados en una cámara ghola.
Inesperadamente las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas… no de ira por Garimi, sino de alegría y reverencia. ¡Lágrimas! No fue capaz de controlar el flujo de humedad. Quizá si moría allí, su cuerpo se reabsorbería en la carne de los gusanos y atrás quedarían sus miedos y expectativas.
Aquellos gusanos eran sus descendientes, cada uno con un pedacito de su antigua conciencia. Somos una misma cosa. Leto los llamaba. Aunque sus células de ghola aún no habían liberado los recuerdos de los miles de años de su vida original, los gusanos también tenían recuerdos profundos.
—¿Estáis soñando ahí dentro? ¿Estoy yo ahí?
A unos cien metros de él, los gusanos se detuvieron y volvieron a sumergirse en la arena uno tras otro. Intuía que su presencia no era una amenaza, Sino una… protección. ¡Le reconocían!
Desde la puerta, Leto oyó una voz familiar que gritaba su nombre. Al mirar vio al ghola de Thufir Hawat haciéndole señas para que volviera.
—Leto, cuidado, no tientes a los gusanos. Eres mi amigo, pero si alguno de ellos te come no pienso saltar a su garganta para recuperarte. —Thufir trató de reír, pero parecía muy nervioso.
—Solo necesito estar a solas con ellos. —Leto notó que algo se movía bajo la arena. No temía por su seguridad, pero no deseaba poner en peligro la vida de su amigo. Percibió una fuerte vaharada, el olor acanelado de la especia.
—¡Sal de ahí! ¡Ahora!
Y entonces, controlando el miedo, Thufir se aventuró a acercarse más, hasta que estuvo a solo unos metros.
—¿Suicidarte con un gusano? ¿Es eso lo que pretendes? —Miró atrás, a la entrada, preguntándose claramente si aún estaría a tiempo de volver. Líneas de preocupación surcaban sus facciones. Parecía aterrado, por sí mismo y por Leto, y trataba de controlar sus instintos. Y a pesar de ello siguió avanzando, como si se sintiera arrastrado hacia su amigo.
—Thufir, quédate atrás. Tú corres más peligro que yo.
Los gusanos sabían que había alguien más en sus dominios. Pero parecían mucho más agitados de lo que podía justificar la presencia de un intruso. Leto intuyó odio, una reacción desquiciada e instintiva. Saltó hacia Thufir para salvarle. Su amigo parecía debatirse consigo mismo.
Hubo un estallido de arena y los gusanos los rodearon a los dos.
Las criaturas se elevaron sobre las dunas bajas, sus rostros redondos se movieron a un lado y a otro, buscando.
—Leto, tenemos que irnos. —Thufir lo agarró por la manga. Su voz era ronca, irregular—. ¡Vamos!
—Thufir, no me harán daño. Y siento… siento que podría hacer que se fueran. Pero están profundamente trastornados. Hay algo… ¿en ti? —Leto intuía algo que no acababa de entender.
Simultáneamente, los gusanos saltaron como arietes contra los dos muchachos. Thufir saltó para apartarse de Leto y perdió pie. Leto trató de ir hacia él, pero el gusano más grande apareció repentinamente entre los dos, esparciendo polvo y arena. Otra bestia surgió del otro lado de un Thufir transfigurado, estirando su cuerpo sinuoso en el aire.
Thufir dejó escapar un grito estremecedor. No sonaba en absoluto como el amigo que Leto conocía. Ni siquiera sonaba a humano.
Los gusanos atacaron a Thufir, pero no se limitaron a devorarlo. Como si les moviera la sed de venganza, el gusano más grande se dejó caer encima de él, aplastando su cuerpo contra la arena. Un segundo gusano se irguió y rodó sobre el cuerpo roto de Thufir Hawat. Y un tercero. Luego los tres retrocedieron, como si estuvieran orgullosos de lo que habían hecho.
Leto corrió hacia el cuerpo trastabillando por la arena, ajeno a la amenaza de los gusanos. Se dejó caer por una duna y cayó a cuatro patas junto a la figura parcialmente enterrada.
—¡Thufir!
Pero el rostro que vio no era el de su amigo. Las facciones eran pálidas y neutras, el pelo incoloro, la expresión inhumana. Los botones negros de los ojos estaban desenfocados y muertos.
Thufir era un Danzarín Rostro.