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Todo ser racional necesita de un lugar de extrema serenidad donde la mente pueda divagar después en el recuerdo, a donde el cuerpo ansíe regresar.

ERASMO, notas contemplativas

Ahora que llevas entre nosotros más de un año, ha llegado la hora de que te enseñe mi lugar especial, Paolo. —El robot independiente agitó un brazo metálico, y sus majestuosas túnicas ondearon en torno a su figura—. Y a ti también, por supuesto, barón Harkonnen.

El barón torció el gesto, su voz rezumaba sarcasmo.

—¿Tu lugar especial? El lugar especial de un robot…, seguro que nos va a encantar.

Durante el tiempo que él y Paolo habían pasado en Sincronía, el barón había perdido la reverencia y el miedo por las máquinas pensantes. Parecían torpes y grandotas, llenas de redundancias y muy poco impulsivas. Dado que Omnius creía necesitar a Paolo, y necesitaba al barón para tenerlo a raya, los dos estaban seguros. Aun así, el barón sentía la necesidad de mostrar más descaro y volver las circunstancias para su provecho.

En el interior de la ahora familiar cámara que semejaba una catedral, las paredes se convirtieron en un baño de color, como si unos pintores invisibles estuvieran trabajando incansablemente. En lugar de metal neutro y superficies de piedra, los tonos turbios de verde y marrón dieron forma a realistas árboles y pájaros. El techo opresivo se abrió al cielo, y una peculiar música sintetizada empezó a sonar. Un sendero de gemagrava discurría por el exuberante jardín, con cómodos bancos reclinables a intervalos regulares. Un estanque de nenúfares apareció a un lado.

—Mi jardín de contemplación. —Erasmo formó su sonrisa artificial—. Disfruto enormemente de este lugar. Para mí es especial.

—Al menos las flores no apestan. —Paolo arrancó uno de los coloridos crisantemos, lo olió y lo arrojó a un lado del camino. Tras un año de adiestramiento intensivo, por fin había convertido la personalidad del joven en algo de lo que podía estar orgulloso.

—Todo esto es encantador —dijo el barón secamente—. Y totalmente inútil.

Cuidado con lo que le dices, abuelo, le advirtió la voz de Alia en su interior. No hagas que nos maten. Era uno de sus continuos sermones.

—¿Hay algo que te preocupa, barón? —preguntó Erasmo—. Este debería ser un lugar de paz y contemplación.

¡Mira qué has hecho! Sal de mi cabeza.

Pero es que estoy atrapada aquí contigo. No puedes deshacerte de mí. Ya te maté una vez con el gom jabbar y si te manipulo un poco puedo volver a hacerlo.

—Veo que con frecuencia te torturan pensamientos perturbadores. —Erasmo se acercó—. ¿Quieres que te abra el cráneo y mire dentro? Podría arreglarlo.

¡Ten cuidado conmigo, Abominación! ¡Que a lo mejor acepto la oferta!

El barón contestó con una sonrisa forzada.

—Estoy impaciente por saber cómo podemos colaborar con Omnius. Vuestra guerra contra los humanos ya hace tiempo que dura, y hace un año que somos vuestros invitados. ¿Cuándo podremos hacer lo que queríais que hiciéramos?

Paolo dio una patada a un trozo suelto de hierba en el sendero de gemagrava.

—Sí, Erasmo. ¿Cuándo nos podremos divertir?

—Pronto. —El robot hizo girar sus túnicas y guio a sus acompañantes por el jardín.

El muchacho acababa de pasar su décimo primer cumpleaños y se estaba convirtiendo en un jovencito fuerte, musculoso y diestro. Gracias a la influencia continuada del barón, todo rastro de su personalidad Atreides anterior había desaparecido. Erasmo había supervisado personalmente el vigoroso entrenamiento de Paolo en la lucha contra meks de combate, y todo para prepararlo para su supuesto papel de kwisatz haderach.

Pero el barón seguía sin acabar de entender por qué. ¿Qué podía importarles a los robots una oscura figura religiosa de la historia antigua?

Erasmo les indicó que tomaran asiento en un banco cercano. La música sintetizada y los cantos de pájaros que los envolvían subieron de volumen y se hicieron más enérgicos hasta que se convirtieron en melodías superpuestas. La expresión del robot volvió a cambiar, como si estuviera en un ensueño.

—¿No es hermoso? Lo he compuesto yo mismo.

—Impresionante. —El barón detestaba aquella música, era demasiado blanda y pacífica. Él prefería composiciones más cacofónicas y discordantes.

—Con el transcurso de los milenios, he creado imponentes obras de arte e ilusiones. —El rostro y el cuerpo de Erasmo cambiaron y adoptó una apariencia completamente humana. Incluso sus ropas extravagantes e innecesarias cambiaron, hasta que ante ellos se encontraron a una ancianita de aspecto maternal vestida con estampado de flores y con una pequeña pala en la mano—. Esta es una de mis favoritas. La he perfeccionado con los años, ayudándome con las vidas y más vidas que me traen mis Danzarines Rostro.

Con la pequeña pala cavó en la tierra simulada junto al banco deshaciéndose de unas malas hierbas que el barón sabía que un momento antes no estaban ahí. Un gusano salió de entre la tierra removida y la anciana lo partió por la mitad con la pala. Las dos partes de la criatura se desvanecieron en la tierra.

Un tono afable impregnaba su voz, no muy distinto del de una abuela cuando está contando un cuento a sus nietos junto al lecho.

—Hace mucho tiempo, durante vuestra vida original, querido barón, un investigador tleilaxu llamado Hidar Fen Ajidica creó una especia artificial que llamó amal. Aunque la sustancia resultó tener muchos defectos, Ajidica consumió grandes cantidades y como resultado fue perdiendo la razón y acabó siendo transferido.

—Un fracasado —dijo Paolo.

—Oh, Ajidica fracasó espectacularmente, pero logró una cosa muy importante. Digamos que fue un efecto secundario. A modo de embajadores, creó una especie muy mejorada de Danzarines Rostro, con los que pretendía poblar un nuevo dominio. Los envió a los confines del espacio como exploradores, colonizadores, para que prepararan el camino. Pero murió antes de poder reunirse con ellos. Pobre loco.

La anciana dejó la palita clavada en el suelo. Cuando se incorporó, se llevó la mano a la rabadilla, como si quisiera calmar un dolor.

—Los nuevos Danzarines Rostro encontraron nuestro imperio mecánico y Omnius me permitió estudiarlos. Pasé generaciones trabajando con los cambiadores de forma, aprendiendo cómo extraerles información. Unas máquinas biológicas adorables, muy superiores a sus predecesoras. Sí, están resultando extremadamente útiles para ganar nuestra guerra final.

Al mirar a su alrededor en el jardín ilusorio, el barón vio otras formas, obreros inferiores que parecían humanos. ¿Nuevos Danzarines Rostro?

—Entonces ¿habéis hecho una alianza con ellos?

La anciana frunció los labios.

—¿Una alianza? Son sirvientes, no asociados. Los Danzarines Rostro están hechos para servir. Para ellos, Omnius y yo somos como dioses, maestros más grandes de lo que jamás fueron los tleilaxu. —Erasmo pareció meditar—. Me gustaría que me hubieran traído a algún maestro antes de que las Honoradas Matres los destruyeran a casi todos. El debate habría sido de lo más esclarecedor.

Paolo llevó la conversación de vuelta al tema que le interesaba.

—Como kwisatz haderach final, yo también seré un dios.

Erasmo rio, con la cadencia de una anciana.

—Cuidado con la megalomanía, muchacho. Ha hecho caer a muchos humanos…, entre ellos a Hidar Fen Ajidica. Espero que pronto tendré la clave para que cumplas tu potencial. Tenemos que liberar al dios que se esconde en tu interior. Y para eso se requiere un poderoso catalizador.

—¿Qué es? —preguntó el joven.

—¡Siempre olvido cuán impacientes sois los humanos! —La anciana se sacudió su vestido con estampado de flores—. Por eso me gustan tanto los Danzarines Rostro. En ellos veo el potencial para perfeccionar a los humanos. Ellos son el tipo de humano que las máquinas pensantes podríamos tolerar.

El barón resopló.

—¡Los humanos nunca serán perfectos! Créeme, he conocido a muchos, y todos son decepcionantes en algún sentido. —Rabban, Piter…, incluso Feyd le había fallado al final.

No te olvides de ti, abuelo. Recuerda, a ti te mató una niña con una aguja envenenada. ¡Ja, ja!

¡Calla! El barón se rascó con nerviosismo la coronilla, como si quisiera atravesar la piel y el hueso para arrancársela. Alia calló.

—Me temo que quizá tengas razón, barón. Tal vez los humanos no tienen arreglo, pero no nos interesa que Omnius lo piense, porque entonces los destruirá a todos.

—Pensaba que eso es lo que estabais haciendo —dijo el barón.

—Hasta cierto punto. Omnius está probando sus habilidades, pero cuando encontremos la no-nave, estoy seguro de que nos pondremos manos a la obra. —La anciana estaba haciendo agujeros en la tierra e introducía plantones que aparecían sin más en sus manos.

—¿Qué tiene de especial una nave perdida? —preguntó el barón.

—Nuestras proyecciones matemáticas sugieren que el kwisatz haderach está a bordo.

—Pero ¡yo Soy el kwisatz haderach! —exclamó Paolo—. Y a mí ya me tenéis.

La anciana le dedicó una sonrisa seca.

—Tú eres un plan de emergencia, jovencito. Omnius prefiere la seguridad de la redundancia. Si hay dos posibles kwisatz haderach, él los quiere a los dos.

Con una expresión que denotaba desagrado, el barón hizo chasquear sus nudillos.

—Entonces ¿Creéis que hay otro ghola de Paul Atreides en esa nave? ¡No es probable!

—Yo solo digo que en esa nave hay otro kwisatz haderach. Sin embargo, dado que nosotros tenemos un ghola de Paul Atreides, siempre cabe la posibilidad de que haya otro.