Todo hombre tiene una sombra… algunos más oscura que otros.
El Canto de la Shariat
Mientras Yueh estaba bajo arresto y era interrogado, se produjo un nuevo acto de sabotaje.
Las hermanas Bene Gesserit convocaron al pasaje en el gran auditorio para una reunión de emergencia. Garimi parecía especialmente agitada; Duncan Idaho y Miles Teg estaban alerta. Scytale, siempre como extranjero, observaba con mirada concentrada. ¿Qué habría pasado ahora? ¿Me culparán a mí?
¿Era peor que el asesinato de otro ghola y su tanque axlotl? ¿Había muerto alguien más? ¿Habían soltado otra reserva de agua al espacio, mermando los nuevos suministros conseguidos en Qelso? ¿Stocks de especia contaminados? ¿Cubas de alimentos destruidos? ¿Habían hecho daño a los siete gusanos cautivos?
El tleilaxu se recostó en su asiento, observando a la riada de personas que llegaban desde los corredores y tomaban asiento formando grupos con amigos o compartiendo su opinión con otros. La tensión se palpaba en todos ellos. Más de doscientas personas se reunieron allí, la mayoría intrigadas, alarmadas, asustadas. Solo unas pocas censoras permanecían en secciones aisladas con los niños más pequeños nacidos durante el viaje; otros ya eran lo bastante mayores para que los trataran como a adultos.
El Bashar hizo el anuncio personalmente.
—Unas minas explosivas han desaparecido de la armería. Ocho de las ciento doce que hay… desde luego, suficiente para dañar gravemente la nave.
Tras un breve silencio, las conversaciones se reanudaron en un sinfín de susurros, exclamaciones y acusaciones.
—Las minas —repitió Teg—. En Casa Capitular fueron colocadas en el exterior de la nave como mecanismo de autodestrucción por si Duncan o algún otro trataba de llevársela. Y ahora ocho de ellas han desaparecido.
Sheeana se situó junto al Bashar.
—Yo desactivé esas minas personalmente para que la nave pudiera escapar. Quedaron guardadas bajo llave, y ahora han desaparecido.
—Si no están, es posible que las hayan arrojado al espacio…
O que las hayan colocado en el casco de la nave como bombas de relojería —dijo Duncan—. Sospecho que se trata de esto último, y que nuestro saboteador tiene nuevos planes para nosotros.
El rabino se lamentó en voz alta.
—¿Veis? Más incompetencia. Tendría que haberme quedado en Qelso con el resto de los míos.
—Tal vez las robó usted —espetó Garimi.
El hombre la miró horrorizado.
—¿Te atreves a acusarme? ¿A un hombre santo de mi posición? Primero Yueh dice que le manipulé para que matara al ghola, ¿y ahora tú insinúas que he robado unos explosivos? —Scytale veía perfectamente que aquel anciano frágil no podría haber levantado ni una de aquellas pesadas minas, no digamos ocho.
—Yueh ha estado bajo la vigilancia constante de Thufir Hawat y la mía propia —dijo Teg—. Incluso si él mató al bebé ghola y al tanque, no puede haber robado las minas.
—A menos que tenga un cómplice —dijo Garimi, y sus palabras suscitaron una nueva oleada de murmullos.
—Descubriremos quién las cogió. —Sheeana atajó los murmullos—. Y dónde las ha escondido.
—Hemos oído promesas similares en los últimos tres años —siguió diciendo Garimi lanzando una mirada significativa a Teg y Thufir—. Pero nuestra seguridad ha sido totalmente ineficaz.
Paul Atreides estaba sentado en una de las primeras filas, cerca de Chani y Jessica.
—¿Tenemos la seguridad de que esas minas han desaparecido hace poco? ¿Con qué frecuencia se comprueba la armería? Quizá Liet-Kynes o Stilgar se las llevaron para su guerra contra las truchas de arena sin avisar.
—Tendríamos que evacuar la nave —dijo el rabino—. Buscar otro planeta, o regresar a Qelso. —Su voz vaciló—. Si las brujas no hubierais… Si no os hubierais… llevado a Rebecca, ahora yo podría estar a salvo con mi gente. Podríamos habernos instalado todos allí.
Garimi frunció el ceño.
—Rabino, durante años ha alentado la disidencia con sus argumentos hirientes y destructivos sin ofrecer alternativas.
—Yo solo digo lo que veo. Esas minas robadas son solo el último de una serie de actos de sabotaje. Si después de morir otros cuatro tanques axlotl mi Rebecca sigue con vida es solo por casualidad. Y ¿quién ha dañado los sistemas de soporte vital, los tanques con las reservas de agua? ¿Quién ha contaminado las cubas de algas y ha destruido las esterillas de filtración del aire? ¿Quién echó ácido en las junturas de la ventana de observación en la cámara de los gusanos de arena? Hay un criminal entre nosotros y cada vez es más temerario. ¿Por qué no le habéis encontrado? Scytale guardaba silencio y escuchaba el debate. Todos temían que hubiera nuevos incidentes y que las minas robadas destruyeran o dañaran de modo irreparable la gran nave.
El tleilaxu no tenía duda de que tarde o temprano las sospechas recaerían sobre él debido a su raza, pero podía demostrar su inocencia. Tenía registros de laboratorio, imágenes de seguridad, una coartada sólida. Y sin embargo, alguien tenía que haber cometido aquellos actos de sabotaje.
Cuando la agotadora reunión se disolvió, el rabino pasó ante Scytale apresuradamente, diciendo que pensaba quedarse velando a Rebecca.
—¡Para asegurarme de que nadie más trata de matarla!
Y cuando pasaba, Scytale percibió el olor habitual del rabino, tenue y extraño, con un toque sutilmente distinto.
Instintivamente, Scytale emitió un silbido apenas audible en una complicada melodía que recordaba de muy lejos en sus vidas pasadas. El rabino no hizo caso y se alejó. Scytale frunció el ceño, no muy seguro de haber notado una momentánea vacilación en el anciano.