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Cada humano, por muy altruista o pacífico que sea, lleva en su interior la capacidad de una violencia tremenda. Esta cualidad me resulta particularmente fascinante, sobre todo porque puede permanecer latente durante extensos períodos y estallar de forma inesperada. Pensemos si no en la mujer, tradicionalmente dócil. Cuando estas dadoras de vida deciden quitarla, su ferocidad es un bonito espectáculo.

ERASMO, notas de laboratorio

En Casa Capitular, la reunión de Reverendas Madres degeneró rápidamente en sentimientos asesinos.

Con los ojos relampagueando, Kiria se puso en pie y apartó la silla-perro.

—Madre comandante, tiene que aceptar ciertos hechos. Casa Capitular ha quedado más que diezmada. Los ixianos aún no nos han proporcionado los destructores que prometieron. Sencillamente, no podemos ganar esta lucha. Mientras no lo admitamos no podremos hacer planes realistas.

Murbella miró a la antigua Honorada Matre con ojos cansados e imperturbables.

—¿Como por ejemplo? —La madre comandante se manejaba con tantas crisis, obligaciones y problemas irresolubles que apenas podía concentrarse en los informes que llegaban a una central eminentemente vacía. La epidemia ya había pasado, todos los que tenían que morir habían muerto. Con la excepción de los habitantes de la estación científica de Shakkad, aislada en el desierto, los únicos supervivientes del planeta eran Reverendas Madres.

Y mientras, las máquinas pensantes habían seguido avanzando por el espacio, adentrándose más en el Imperio Antiguo… aunque al enviar sondas exploradoras y plagas a Casa Capitular habían roto el patrón lógico de su avance. Omnius sin duda conocía la importancia de la Nueva Hermandad. Una victoria clave allí podía acabar con las luchas dispersas en el resto de la humanidad.

—Cojamos lo que necesitemos —dijo Kiria—, copiemos nuestros archivos y perdámonos en el universo desconocido para crear nuevas colonias. Las máquinas pensantes son implacables, pero nosotras podemos ser rápidas e impredecibles. Por la supervivencia de la humanidad y de la Hermandad, debemos dispersarnos, reproducirnos y seguir con vida. —Las otras Reverendas Madres observaban con cautela.

En su interior Murbella sentía arder la ira.

—Esas viejas actitudes han demostrado ser equivocadas una y otra vez. No podemos sobrevivir simplemente huyendo o reproduciéndonos más deprisa de lo que Omnius puede matarnos.

—Muchas hermanas piensan como yo… las que aún viven, claro. Nos ha dirigido durante casi un cuarto de siglo, y su política ha fracasado. En Casa Capitular casi todos han muerto. Esta crisis nos obliga a reconsiderar nuevas alternativas.

—Querrás decir viejas. Tenemos demasiado trabajo por delante para reabrir este viejo debate. ¿Ya está listo el test genético para los Danzarines Rostro? Es de importancia vital para todos los gobiernos planetarios importantes. Nuestros científicos llevan semanas estudiando los cadáveres y debemos enviar…

—No cambie de tema, madre comandante. Si no es capaz de tomar una decisión racional, de ver que tenemos que adaptarnos a las circunstancias, entonces la desafío por el liderazgo.

Laera se apartó de la mesa, perpleja, mientras Janess observaba a su madre sin demostrar ninguna emoción. Cuando la epidemia cumplió su ciclo, la joven Bashar regresó de las batallas del perímetro.

Murbella se permitió una sonrisa fría mientras miraba a Kiria. Su voz rezumaba acidez.

—Pensaba que habíamos acabado con estas tonterías hacía años. —Murbella había luchado contra numerosas oponentes, las había matado a todas. Pero Kiria estaba dispuesta a volver a intentarlo—. Elige un lugar y una hora.

—¿Elegir? Muy típico, madre comandante… posponer lo que debe hacerse ahora. —En un destello veloz como un impulso nervioso, Kiria saltó golpeando con el pie. Murbella giró, doblando la espalda con una flexibilidad que incluso a ella la sorprendió. El borde mortífero del pie de Kiria quedó a un suspiro de su ojo izquierdo. La atacante cayó de pie, lista para seguir peleando—. No podemos elegir un lugar y un momento para luchar. Debemos estar siempre listas, adaptarnos. —Volvió a saltar, con las manos extendidas y los dedos rígidos como estacas para ensartar la garganta de Murbella.

Ella se apartó. Antes de que su oponente pudiera apartar la mano, Murbella la agarró por el brazo y la estampó contra la mesa del consejo, provocando un revuelo de láminas de cristal riduliano. Kiria se estrelló contra una silla-perro. En un furioso reflejo, su puño atravesó la piel peluda del plácido animal y derramó su sangre por el suelo. Aquella pieza viva de mobiliario murió con apenas un instante de alarma y dolor.

Murbella saltó sobre la mesa y de una patada arrojó un proyector holográfico contra su oponente. El borde afilado del aparato golpeó a Kiria en la frente y provocó un corte que sangró profusamente. La madre comandante se agachó, lista para defenderse de un ataque frontal, pero Kiria saltó bajo la mesa y la volcó haciendo fuerza con la espalda. Murbella cayó y Kiria saltó sobre la mesa volcada y se arrojó sobre la madre comandante. Le rodeó la garganta con manos ágiles en una forma primitiva pero efectiva de asesinato.

Con los dedos rígidos, Murbella golpeó el costado de Kiria con la suficiente fuerza para romperle dos costillas, pero al mismo tiempo sintió el chasquido de sus dedos al romperse. En lugar de retirarse como esperaba, Kiria se retorció de dolor, levantó a Murbella por el cuello y le golpeó la cabeza con fuerza contra el suelo.

A Murbella le pitaban los oídos y sintió que el cráneo se le partía. Puntos negros de inconsciencia revoloteaban ante sus ojos como diminutos buitres esperando carne fresca. Tenía que mantenerse despierta, seguir luchando. Si se desmayaba, Kiria la mataría. Y si la derrotaba, no solo perdería su vida, también perdería la Hermandad. El destino de toda la humanidad dependía de aquel momento.

Janess observaba a su madre angustiada, pero Laera y las otras Reverendas Madres estaban bien entrenadas y no intervinieron. La unificación con las Honoradas Matres había requerido ciertas concesiones por parte de la Bene Gesserit, incluido el derecho de todas a desafiar el liderazgo de la madre comandante.

Kiria seguía apretando, mientras Murbella trataba de respirar. Bloqueando el dolor de sus dedos rotos, golpeó las palmas con fuerza contra las orejas de Kiria. La mujer se tambaleó y Murbella aprovechó para sacarle su ojo derecho con un índice retorcido, dejándole la cara cubierta de sangre y una sustancia gelatinosa.

Kiria se apartó, encogiéndose, tratando de ponerse en pie, pero Murbella la siguió con un torbellino de patadas y golpes. Sin embargo, su oponente no estaba derrotada. Kiria estampó su talón contra el esternón de Murbella y luego asestó un golpe lateral en el abdomen. Algo se rompió por dentro; Murbella notaba el daño, pero no sabía hasta qué grado sería grave. Echando mano de sus reservas de energía, apartó a Kiria con el hombro.

La Honorada Matre enseñó los dientes, dejando ver las encías ensangrentadas. Concentrándose, Kiria reunió todas sus fuerzas para golpear, sin preocuparse por su ojo destrozado. Pero cuando apoyó el pie, resbaló con un charco de sangre de la silla-perro. Esto le hizo perder el equilibrio por un momento… lo suficiente para darle la ventaja a Murbella. Sin dudar, la madre comandante le asestó un golpe tan fuerte que se partió la muñeca… junto con el cuello de Kiria. Su oponente cayó muerta al suelo.

Murbella se tambaleó. Janess corrió a su lado, con expresión preocupada, para ayudar a su madre, a su superiora. Murbella levantó un brazo. Su muñeca rota colgaba con flacidez, pero consiguió controlar el gesto de dolor de su rostro.

—Puedo mantenerme en pie sin ayuda.

Algunas de las Reverendas Madres más jóvenes se habían replegado contra la pared de la cámara, con los ojos desorbitados y expresión intensa.

Murbella deseaba con toda su alma dejarse caer en el suelo junto a su víctima, dejar que el agotamiento y el dolor tomaran el control. Pero no podía permitírselo… no con tantas Reverendas Madres mirándola. No debía dar muestras de debilidad, sobre todo ahora.

Recuperando el aliento, apurando sus últimas chispas de resistencia, Murbella habló con voz neutra.

—Ahora me iré a mis alojamientos y me curaré. —Y, en voz más baja, añadió—: Janess, que me envíen de la cocina una bebida energética regeneradora. —Lanzó una mirada despectiva al cadáver de Kiria, luego miró a Janess, Laera y las impresionadas espectadoras de la sala—. ¿O alguna de vosotras quiere retarme aprovechando mi desventaja? —Con gesto desafiante, levantó su muñeca rota. Nadie aceptó el reto.

Herida por dentro y por fuera, Murbella no recordaba muy bien cómo consiguió llegar a sus alojamientos. Caminaba muy despacio, pero no quiso aceptar la ayuda de nadie. Las otras Reverendas Madres, viendo su determinación, la dejaron en paz.

Cuando llegó a su habitación la bebida de especia ya le estaba esperando. ¿Cuánto he tardado en llegar aquí? Un sorbo y ya sintió la energía resurgir por todo su cuerpo. Bendijo en un murmullo a Janess; su hija había pedido una bebida especialmente potente.

Tras dejar dicho que no la molestaran, Murbella cerró con llave su puerta y se terminó el resto de aquel poderoso bebedizo. Reforzó las reparaciones internas que ya había iniciado, tanteando con delicadeza para comprobar el alcance de los daños. Finalmente, permitiendo que el dolor inundara sus sentidos, Murbella evaluó lo que Kiria le había hecho. El grado de los daños internos la asustó. Nunca en un desafío había estado tan cerca de perder.

¿Se congregarán el resto de Reverendas Madres bajo mi mando… o empezarán a olfatear mi debilidad como hienas hambrientas?

Murbella no podía permitirse perder el tiempo ni la energía peleando contra su gente. Quedaban muy pocas después de la epidemia. ¿Y si los Danzarines Rostro volvían a infiltrarse en la Hermandad? ¿Es posible que alguno de ellos, adiestrado en alguna técnica exótica de lucha, se hiciera pasar por una oponente Honorada Madre y la matara? ¿Y si algún Danzarín Rostro se convertía en la madre comandante de la Hermandad? Desde luego, si eso pasaba, todo estaría perdido.

Se recostó en su lecho, cerró los ojos y se sumió en un trance curativo. El tiempo era fundamental. Tenía que recuperar fuerzas. Las fuerzas de Omnius habían localizado su mundo y pronto llegarían.