El odio brota del fértil terreno de la vida misma.
Antiguo dicho
La no-nave se había alejado del tumulto del planeta de Qelso, dejando atrás a parte de los suyos, parte de sus esperanzas y posibilidades. Duncan había corrido un gran riesgo, puesto que había abandonado la no-nave por primera vez desde hacía décadas. ¿Había delatado su presencia al hacerlo? ¿Podría el Enemigo encontrarle ahora, aprovechando esa pista? Tal vez.
Aunque había decidido no seguir ocultándose, Duncan tampoco quería acarrear la destrucción sobre toda la gente inocente del planeta. Daría un nuevo salto, borraría su rastro. Así pues, una vez más, el Ítaca dio un salto a ciegas por el tejido espacial.
De eso ya hacía tres meses.
A través de un grueso puerto panorámico de plaz, Scytale había visto cómo Qelso se iba empequeñeciendo, y de pronto desaparecía en el vacío. A él no se le había permitido bajar de la nave. A juzgar por lo que había visto, y a pesar del avance del desierto, se habría instalado gustoso en aquel planeta.
Scytale había recuperado sus recuerdos, pero una parte de su ser seguía añorando a su padre, su predecesor, a sí mismo, ahora su mente contenía todo lo que necesitaba. Pero él quería más.
Con su nuevo cuerpo, el maestro tleilaxu seguramente dispondría de un siglo antes de que los errores genéticos acumulativos provocaran un nuevo colapso. Tiempo suficiente para resolver muchos problemas. Pero cuando pasaran esos cien años, seguiría siendo el último maestro tleilaxu vivo, el único guardián de la Gran Creencia. A menos que pudiera utilizar las células del Consejo de Maestros conservadas en la cápsula de nulentropía. Algún día quizá las brujas le permitirían emplear los tanques axlotl para el propósito original para el que los tleilaxu los concibieron.
Cuando aún estaban en Qelso, se había torturado pensando si debía permanecer allí y crear un nuevo hogar para los tleilaxu. ¿Podría construir un laboratorio y material apropiados? ¿Reunir seguidores entre la población? El joven Scytale había estudiado las escrituras, había meditado largamente, y finalmente decidió no quedarse… la misma decisión que tomó el rabino. Seguramente en Qelso jamás podría acceder a la tecnología de los tanques axlotl. Su decisión era perfectamente lógica.
Sin embargo, la desdicha y la ira que el rabino venía manifestando no tenían una explicación tan lógica. Nadie le había obligado a tomar aquella decisión. Desde que la nave abandonó el planeta y sus desiertos, el anciano se había dedicado a deambular por los corredores, diseminando la disensión como un veneno. Era el único de los suyos que quedaba a bordo. Como Scytale.
Aquel hombre santo comía con los otros refugiados, gruñendo por la rudeza con que se le trataba, por lo duro que debía de ser para su pueblo establecer una nueva Sión sin su guía. Garimi y sus seguidoras de línea dura, cuya presencia había sido rechazada en el planeta, no expresaron ninguna compasión por sus males.
Y Scytale, que veía todo esto, llegó a la conclusión de que el rabino era de esas personas que necesitaban tener siempre alguien a quien culpar para sentirse un mártir. Puesto que no podía abandonar el tanque axlotl de quien fuera Rebecca, podía seguir aferrándose a su odio por el orden Bene Gesserit y culparlas a ellas en lugar de responsabilizarse de sus decisiones equivocadas.
Bueno, pensó Scytale, hay odio suficiente para todos.
— o O o —
En sus alojamientos, Wellington Yueh estudió su reflejo en un espejo… el rostro macilento, labios oscuros, mentón afilado. El rostro era más joven de lo que hacían esperar sus recuerdos, pero era reconocible. Después de recuperar sus recuerdos, Yueh se había dejado crecer sus cabellos negros, hasta que fueron lo bastante largos para sujetarlos con un improvisado anillo de la Escuela Suk.
Y sin embargo seguía sin aceptarse del todo a sí mismo. Aún quedaba un paso crítico que dar.
En su mano tenía un punzón indeleble lleno de tinta oscura que dejaría una marca permanente. No era exactamente un tatuaje, y no iba acompañado de ningún implante ni del poderoso condicionamiento Imperial, pero casi. Sus manos eran firmes, los trazos seguros.
Soy un doctor Suk, un cirujano. Soy perfectamente capaz de dibujar una simple figura geométrica.
Un diamante, perfectamente centrado en la frente. Sin vacilar dio un nuevo trazo, unió las líneas y rellenó la figura de color. Cuando terminó, volvió a mirarse. Wellington Yueh le devolvió la mirada desde el espejo, doctor Suk y médico personal de la Casa Vernius y la Casa Atreides.
El Traidor.
Dejó el punzón a un lado, se puso una bata limpia de médico y se dirigió al centro médico. Al igual que el rabino, estaba tan cualificado como las doctoras Bene Gesserit para seguir la evolución de los pacientes y los tanques axlotl.
Recientemente, Sheeana había iniciado un nuevo implante ghola como parte de su programa, utilizando células de la cápsula de nulentropía del maestro tleilaxu. Ahora que Stilgar y Liet-Kynes se habían ido sentía que debía dar ese paso. Y, por motivos de seguridad se negaba a revelar la identidad del niño que se estaba gestando en el tanque.
Las Bene Gesserit seguían diciendo que necesitaban a los gholas, aunque no acertaban a explicar por qué exactamente. De momento, su éxito al despertar los recuerdos de las vidas previas de Yueh, Stilgar y Liet-Kynes no había tenido un paralelo en los otros gholas. Algunas brujas, en particular la censora superior Garimi, seguían manifestando graves reservas sobre lo apropiado de despertar a Jessica y Leto II, debido a sus crímenes pasados. Así que el siguiente ghola al que trataron de despertar fue Thufir Hawat.
Yueh no sabía lo que las brujas habían hecho para tratar de derribar sus barreras, pero no había funcionado. En lugar de despertar, Hawat empezó a tener convulsiones. El viejo rabino estaba presente y corrió a ayudar al ghola de diecisiete años, apartando a las hermanas y reprendiéndolas por el riesgo absurdo que habían corrido.
Pero Yueh, al igual que Scytale, ya tenía sus viejos conocimientos. Ya no era un niño, no tenía que seguir esperando convertirse en algo. Un día, hizo acopio de valor y suplicó a Sheeana que le diera algún trabajo.
—Las brujas me habéis obligado a recordar mi antigua vida. Os supliqué que no lo hicierais, pero vosotras insististeis en despertarme junto con mis recuerdos y mi culpa, también he recuperado capacidades útiles. Déjame ejercer de nuevo como doctor Suk.
Al principio no estaba muy seguro de que las Bene Gesserit aceptaran, sobre todo por la amenaza constante del saboteador… pero cuando vio que Garimi se oponía automáticamente, Sheeana decidió apoyarle. Le dieron autorización para hacer turnos en el centro médico, siempre y cuando estuviera bajo vigilancia.
En la entrada de la cámara axlotl principal, dos agentes femeninos de seguridad escanearon a Yueh cuidadosamente, luego le indicaron que pasara. Ninguna se fijó en la mancha con forma de diamante que lucía en la frente. Y Yueh se preguntó si aún quedaría alguien que supiera lo que esa marca había simbolizado en su día.
Con un silencio preocupado, Yueh inspeccionó los saludables tanques. Varios de ellos producían melange para los stocks de la nave, pero había uno que estaba visiblemente embarazado. Aquel ghola sin nombre se gestaría bajo medidas de seguridad mucho más severas. Yueh estaba convencido de que no sería un nuevo intento de Gurney Halleck, Serena Butler o Xavier Harkonnen. Ni un duplicado de Liet-Kynes o Stilgar. No, seguro que Sheeana quería probar con alguien diferente, alguien que considerara que podía ayudar, y mucho, al Ítaca.
Conociendo la naturaleza impetuosa de Sheeana, a Yueh le asustaba pensar quién sería el bebé. Las hermanas no eran inmunes a las malas decisiones (¡como habían demostrado sobradamente al recuperarle a él!). No podía creer que ninguna de aquellas mujeres lo viera como un salvador o un héroe, y sin embargo él había sido uno de los primeros. Viendo esto, ¿qué pasaría si las brujas tenían curiosidad por estudiar figuras nefastas de los momentos más oscuros de la historia? El emperador Shaddam. La bestia Rabban. O incluso el detestable barón Harkonnen. Yueh ya se imaginaba las excusas de Sheeana. Sin duda insistiría en que, potencialmente, incluso las personalidades más perversas podían proporcionar una información valiosa.
¿A qué serpientes dejarán sueltas entre nosotros?
En la sala principal del centro médico, lejos de los tanques, Yueh se encontró al viejo rabino farfullando mientras recogía un kit médico. Desde que había dejado a los suyos en Qelso, pasaba horas junto al tanque que él llamaba Rebecca. Y aunque detestaba lo que le habían hecho, parecía que le aliviaba que no fuera a ella a quien habían implantado el nuevo ghola.
Las hermanas, que no veían con buenos ojos que el rabino pasara mucho tiempo cerca de los tanques, procuraban tenerle ocupado.
—Voy a hacer unas pruebas a Scytale —le bufó el hombre a Yueh retirándose ya—. Sheeana quiere que pase una revisión… otra vez.
—Puedo hacerlo yo, rabino. Mis obligaciones son pocas.
—No. Clavar agujas al tleilaxu es uno de los pocos placeres que me quedan estos días. —Su mirada se posó en el diamante de la frente de Yueh, pero no hizo ningún comentario—. Acompáñame un trecho. —El rabino sujetó con fuerza el brazo de Yueh y lo arrastró a los corredores, lejos de la mirada vigilante de las Bene Gesserit, cuando le pareció que ya se habían alejado lo suficiente, el anciano se inclinó y le habló en tono conspirador—. Estoy convencido de que Scytale es el saboteador, aunque aún no tengo pruebas. Antes el viejo, y ahora el sustituto. Son todos lo mismo. Ahora que ha recuperado sus recuerdos, el joven Scytale sigue con la insidiosa misión de destruir nuestra nave. ¿Quién puede confiar en un tleilaxu?
¿Quién puede confiar en nadie?, pensó Yueh.
—¿Por qué habría de querer dañar la nave?
—Sabemos que tiene algún sucio plan. Si no ¿por qué llevar células de Danzarines Rostro en su tubo de nulentropía junto con las otras… entre ellas la tuya? ¿Para qué las necesita? ¿No te parece eso bastante sospechoso?
—Las células que fueron confiscadas por Sheeana están seguras. Nadie ha tenido acceso a ellas.
—¿Estás seguro? Quizá quiere matarnos a todos para poder crear un ejército de Danzarines Rostro para él. —El rabino meneó la cabeza. Detrás de sus gafas, sus ojos enrojecidos parecían furiosos—. Y eso no es todo. Las brujas también tienen sus maquinaciones. ¿Por qué crees que no quieren revelar la identidad del nuevo ghola? ¿Sabe Duncan Idaho quién se está desarrollando en ese tanque? —Estiró el cuello y miró por encima del hombro al centro médico, pendiente de las cámaras de seguridad—. Pero tú puedes descubrirlo.
Yueh estaba perplejo, e intrigado, pero no dijo al rabino que él mismo se había planteado algunas de esas dudas.
—¿Cómo? A mí tampoco me lo dirán.
—¡Pero a ti no te vigilan como a mí! Las brujas temen que haga algo para entorpecer su programa, pero ahora que tú has recuperado tus recuerdos, eres su ghola de confianza. —El rabino deslizó en su mano un pequeño disco sellado de polímero, con una gota de una sustancia muy fina en el centro—. Tú tienes acceso a los escáneres. Esto son muestras celulares del tanque embarazado. Nadie me ha visto conseguirlas, pero no me atrevo a hacer yo los análisis.
Yueh se guardó el disco subrepticiamente en el bolsillo.
—¿Quiero yo realmente saberlo?
—¿Puedes permitirte no hacerlo? En tus manos está. —El rabino se escabulló, mascullando. Cargado con su kit médico, se dirigió hacia la cabina del tleilaxu.
La muestra parecía pesar en el bolsillo de Yueh. ¿Por qué mantener en secreto la identidad del nuevo ghola? ¿Qué tramaban las hermanas?
Yueh tardó varias horas en encontrar una oportunidad para colarse en una de las pequeñas cámaras de laboratorio de la no-nave. Como doctor Suk, estaba autorizado a utilizar las instalaciones. Aun así, cotejó la pequeña muestra con el catálogo de ADN tan deprisa como pudo. Comparó las células del ghola con las identificaciones que se habían hecho años atrás, cuando las hermanas revisaron por primera vez el material de la cápsula de nulentropía de Scytale.
Yueh encontró la coincidencia enseguida. Y cuando supo la respuesta, se encogió físicamente.
—¡Imposible! ¡No se atreverían! —Pero en su corazón, mientras recordaba el tormento que Sheeana había utilizado para despertar sus recuerdos, supo que las brujas harían cualquier cosa. Ahora entendía por qué Sheeana no había querido dar a conocer la identidad del ghola.
Aun así, la elección no tenía sentido. Las hermanas tenían muchas otras opciones. Mejores opciones. ¿Por qué no intentar recuperar de nuevo a Gurney Halleck? ¿O a Ghanima, compañera del pobre Leto II? ¿Con qué propósito podían querer recuperar a… se estremeció, Piter de Vries?
Porque a las Bene Gesserit les gustaban los juguetes peligrosos, resucitar a gente y utilizarla como piezas de ajedrez en su gran tablero de juego. Sabía muy bien la clase de preguntas que se plantearían para satisfacer su curiosidad infernal. ¿Estaba corrompida la composición genética de Piter de Vries o era malo porque los tleilaxu le pervirtieron? ¿Quién puede saber mejor cómo piensa el Enemigo que un Harkonnen? ¿Había alguna evidencia que hiciera pensar que el nuevo Piter de Vries saldría tan malo como la vez anterior si no lo exponían a la influencia perniciosa del barón?
Ya se imaginaba a Sheeana mirándole con expresión ceñuda y condescendiente.
«Necesitamos otro mentat. Tú justamente, entre todos los demás, no tendrías que tener los pasados crímenes de un ghola contra él, Wellington Yueh».
No se lo podía creer. Cerró los ojos con fuerza e incluso el falso diamante tatuado en su frente parecía arder. Recordaba cómo le habían obligado a presenciar la interminable tortura de Wanna a manos de aquel perverso mentat. Cómo le clavó un cuchillo con fuerza por la espalda y retorció la hoja. ¡Piter de Vries!
Aún podía sentir el acero afilado desgarrándolo por dentro, una herida mortal, uno de los últimos recuerdos de su primera vida. La risa de Piter reverberaba, junto con los gritos de Wanna en la cámara de tortura… y él no podía ayudarla.
¿Piter de Vries?
Yueh se tambaleó, incapaz de asimilar aquello. No podía permitir que un monstruo semejante volviera a nacer.
— o O o —
Unos días más tarde, Yueh entró en el centro médico y caminó hacia el único tanque embarazado. De momento no era más que un bebé inocente. Incluso si era De Vries, aquel niño ghola no había cometido ninguno de los crímenes del original.
¡Pero lo hará! Está pervertido, es malvado, malicioso. Las hermanas lo criarían e insistirían en despertar sus recuerdos. ¡Y entonces volverían a tenerlo entre ellos!
Y sin embargo Yueh estaba atrapado en su misma lógica. Si el ghola de Piter —todos los gholas en realidad— no podía huir de las cadenas del destino, ¿le pasaría lo mismo a él? ¿Estaba pues destinado a traicionarlos a todos? ¿Estaba condenado a cometer otro terrible error… o tendría que sacrificarlo todo para evitar ese error? Había pensado en consultar a Jessica, pero finalmente decidió no hacerlo. Era su carga, su decisión.
Utilizando la muestra del rabino, Yueh había hecho la comprobación en privado y había visto el resultado. Tenía que hacer aquello solo. Aunque era un doctor Suk, entrenado y condicionado para salvar vidas, a veces era necesaria la muerte de un monstruo para salvar a muchos inocentes.
¡Piter de Vries!
Indirectamente, él había provocado la muerte de Vries la primera vez al dar el diente con gas venenoso al duque Leto, que apretó la mandíbula y lo rompió en presencia del mentat. Yueh había fracasado en tantos sentidos…, había provocado tanto dolor y desengaño… Incluso Wanna habría detestado ver lo que se hizo a sí mismo y lo que hizo a los Atreides.
En cambio ahora… una segunda vida, una segunda oportunidad. Wellington Yueh podía hacer las cosas bien. En teoría cada uno de los niños ghola resucitados tenía una gran misión. Y estaba convencido de que la suya era aquella.
Yueh se debatía tratando de decidir, y el diamante negro que se había pintado en la frente hacía más pesada su carga. En sus recuerdos veía claramente el momento en que se convirtió en doctor Suk, tras superar un régimen completo de Alto Colegio de Condicionamiento Imperial y pronunciar su juramento. «Un doctor suk no tomará una vida humana».
Y sin embargo, su juramento se corrompió, gracias a los Harkonnen. Gracias a Piter de Vries. Qué ironía, que la ruptura de su juramento ahora le permitiera destruir al hombre que le había hecho romperlo. Era libre de matar.
Yueh ya tenía el instrumento de la muerte en el bolsillo de su bata. Sus planes estaban hechos, no se arriesgaría. Dado que las cámaras de seguridad seguían controlando el centro médico y los tanques axlotl, no podría hacerlo en secreto como había hecho el verdadero saboteador. Una vez actuara, todos en el Ítaca sabrían que él había matado al ghola De Vries. Y tendría que afrontar las consecuencias.
La frente se le cubrió de sudor cuando cruzó la habitación. Con aquella guarda Bene Gesserit tan aguda observándolo, no podía demorarse. Las condenadas brujas podían detectar su inquietud, su nerviosismo. Yueh sacó el artilugio, giró un dial como para recalibrarlo y lo insertó en el tanque como si pretendiera tomar una muestra biológica. Y de este modo administró sin trabas una dosis letal de veneno. Por el momento, nadie sospechaba nada.
Ya está. Hecho. Muy apropiado, puesto que De Vries era experto en ingeniosos venenos. Y no había antídoto para aquella toxina; Yueh se había ocupado de eso. En unas horas, aquel De Vries no nacido se encogería y moriría. Por desgracia, el tanque también moriría. Pero era inevitable. Un sacrificio necesario.
Yueh abandonó la cámara y apretó el paso con una sonrisa torva. Mañana no podría esconderse. Thufir Hawat y el bashar Teg revisarían los hologramas e interrogarían a las guardias. Sabrían quién había sido. A diferencia del saboteador, él no podía borrar las imágenes. Le atraparían.
Y a pesar de eso, Yueh se sentía satisfecho consigo mismo por primera vez desde su despertar. Por fin había podido deleitarse con el esquivo sabor de la redención.