Vosotros solo veis dureza, devastación y fealdad. Eso es porque no tenéis fe. A mi alrededor yo veo un paraíso en potencia, porque Rakis es el lugar donde nació mi amado Profeta.
WAFF, de los tleilaxu
Cuando vio por primera vez Rakis, tanta desolación llenó su corazón de pesar. Pero cuando el crucero de Edrik los depositó a él y su pequeño equipo de ayudantes de la Cofradía allá abajo, sintió la intensa alegría de volver a pisar el planeta desértico. Sentía la llamada sagrada en sus huesos.
En su vida anterior había pisado aquellas arenas, había estado cara a cara con el Profeta. Había salido a lomos de un gran gusano de las ruinas del sietch Tabr, junto con Sheeana y la reverenda madre Odrade. Sus recuerdos ghola estaban corrompidos e incompletos, llenos de irritantes lagunas. Waff no recordaba sus últimos momentos, cuando las rameras rodearon el planeta y desplegaron sus temibles destructores. ¿Corrió él buscando en vano un refugio, mirando atrás como la esposa de Lot para ver por última vez la ciudad condenada? ¿Vio explosiones y llamaradas que avanzaban hacia él?
Pero las células de otro ghola de Waff habían sido desarrolladas en un tanque axlotl en Bandalong como parte del proceso habitual. El Consejo secreto de los kehl ya había planificado la inmortalidad en serie de todos los maestros tleilaxu mucho antes de que nadie supiera de la existencia de las Honoradas Matres. Lo siguiente que recordaba es que le obligaron a recuperar su pasado en medio de un espectáculo de marionetas, mientras aquellas brutales mujeres asesinaban uno a uno a sus gemelos, hasta que uno —él— se sumió en un estado de crisis lo bastante profundo para romper la barrera ghola y ver en su pasado. Al menos una parte.
Sin embargo, hasta ahora Waff no había visto el Armagedón que las rameras habían hecho caer sobre su mundo sagrado.
El ecosistema de Rakis había sido destruido. Buena parte de la atmósfera se había consumido, la tierra era estéril, la mayoría de las formas de vida estaban muertas, desde el microscópico plancton de arena hasta los gigantescos gusanos. En comparación, el antiguo Dune parecía acogedor.
El cielo era de un púrpura oscuro, con un toque de naranja. Mientras la nave volaba en círculos buscando un lugar menos infernal donde aterrizar, Waff estudió un panel con lecturas atmosféricas. El nivel de humedad era anormalmente elevado. En algún momento de su historia geológica, Arrakis había tenido agua en superficie.
Pero las truchas de arena la habían aislado, Los bombardeos debían de haber liberado los ríos y mares subterráneos de los acuíferos.
Las espantosas armas de las Honoradas Matres no solo habían convertido las dunas en un paisaje lunar calcinado, también habían levantado inmensas nubes de polvo que, a pesar de las décadas transcurridas, aún no se habían asentado del todo. Las tormentas de Coriolis serían peores que nunca.
Waff y su equipo seguramente tendrían que llevar una protección corporal especial y mascarillas suplementarias para respirar. Los pequeños barracones tendrían que estar sellados y presurizados. A Waff no le importaba. ¿Tan distinto era eso a vestir un destiltraje? Quizá por la escala, pero en esencia era lo mismo.
El transporte ligero voló en círculos sobre las ruinas de una extensa metrópolis que en tiempos de Muad’Dib se conocía como Arrakeen; luego, durante el reinado del Dios Emperador, se conoció como ciudad del Festival de Onn, y más adelante, tras la muerte de Leto II, la ciudad con foso de Keen. Ahora que no tenía que esconderse, ahora que los gusanos de mar se habían instalado con éxito en Buzzell, Waff se alegró de tener a aquellos cuatro colaboradores para ayudarle en la dura tarea que le esperaba.
Mientras estudiaba la superficie, distinguió las formas geométricas de lo que habían sido calles y edificios. Sorprendentemente, en la penumbra de los turbios días del planeta, también localizó numerosas fuentes de iluminación artificial y unas pocas estructuras de construcción reciente.
—Parece que ahí abajo hay un campamento. ¿Quién más puede haber venido a Rakis? ¿Qué puede haberles traído aquí?
—Lo mismo que a nosotros —dijo el hombre de la Cofradía—. Especia.
Waff meneó la cabeza.
—Muy poca debe de quedar, al menos hasta que reintroduzcamos a los gusanos. Y nadie más puede hacerlo.
—¿Peregrinos entonces? Quizá sigue habiendo quien viene en un hajj —comentó un segundo ayudante. Waff sabía que de Rakis había salido un vertiginoso batiburrillo de grupos religiosos escindidos y de cultos.
—Seguramente —sugirió un tercer ayudante— se trata de cazadores de tesoros.
Waff citó un pasaje del Canto de la Shariat:
—«Cuando la avaricia y la desesperación se unen, los hombres consiguen gestas sobrehumanas… aunque por motivos equivocados».
Consideró la posibilidad de buscar otro lugar para su campamento, pero finalmente decidió que si unían sus recursos con los de aquellos desconocidos todos tendrían más posibilidades de sobrevivir en aquel entorno inhóspito. Nadie sabía cuándo volvería Edrik a buscarlos, o si volvería, ni cuánto tiempo le ocuparía su trabajo con los gusanos de arena, ni cuánto tiempo le quedaba. Su intención era quedarse allí lo que le quedaba de vida.
Cuando el transporte aterrizó sin anunciarse en el límite del campamento, los hombres de la Cofradía esperaron instrucciones de Waff. El tleilaxu se puso gafas de protección en los ojos para protegerlos del viento cáustico y salió. Para desplazamientos largos por el exterior, quizá necesitaría una mascarilla suplementaria de oxígeno. Pero la atmósfera rakiana resultó sorprendentemente respirable.
Seis hombres altos y sucios salieron del campamento. Se cubrían la cabeza con trapos, llevaban cuchillos y antiguas pistolas maula. Sus ojos estaban surcados de venillas rojas, la piel se veía áspera y agrietada. El que iba delante tenía el pelo estropajoso y negro, pecho fornido y una tripa dura como una piedra.
—Tenéis suerte de que sienta curiosidad por saber que os trae por aquí. De otro modo, habría derribado vuestra nave.
Waff levantó las manos.
—No somos una amenaza para vosotros, quienquiera que seáis.
Cinco hombres apuntaron sus pistolas maula, el sexto cortó el aire con su cuchillo.
—Hemos reclamado Rakis para nosotros. Toda la especia que haya es nuestra.
—¿Habéis reclamado un planeta entero?
—Sí, el jodido planeta. —El primer hombre se echó el pelo hacia atrás—. Soy Guriff, y estos son mis prospectores. Ha quedado muy poca especia en la superficie calcinada, y es nuestra.
—Podéis quedárosla. —Waff hizo una reverencia oficiosa—. Nosotros tenemos otros intereses, somos geólogos y arqueólogos. Venimos a tomar lecturas y hacer análisis para determinar el daño causado al ecosistema. —Los cuatro ayudantes de la Cofradía esperaban junto a él en silencio.
Guriff lanzó una risotada sentida.
—Pues juraría que no queda ningún ecosistema.
—Entonces ¿de dónde sale el oxígeno que respiramos? —Sabía que Liet-Kynes había hecho esa misma pregunta en otros tiempos, intrigado porque en el planeta no había una vida vegetal generalizada ni volcanes que pudieran generar una atmósfera.
El hombre se lo quedó mirando. Evidentemente, no se había parado a pensarlo.
—¿Tengo yo pinta de planetólogo? Adelante, estudiad lo que queráis, pero no esperéis ninguna ayuda de nosotros. En Rakis o te vales por ti mismo o la diñas.
El tleilaxu arqueó las cejas.
—¿Y si quisiéramos compartir parte de nuestro café de especia con vosotros como muestra de amistad? Parece que es más fácil conseguir agua que en los viejos tiempos.
Guriff lanzó una mirada a sus prospectores.
—Aceptaremos vuestra hospitalidad encantados —dijo—. Pero no tenemos intención de corresponderos.
—Aun así la oferta sigue en pie.
— o O o —
En la caseta polvorienta de Guriff, Waff utilizó sus provisiones personales de melange (sobrantes de sus experimentos con los gusanos) para preparar un café. Guriff no tenía problemas de abastecimiento de agua en el campamento, aunque la caseta olía a cuerpos sin asear y al humo dulzón de una droga que Waff no fue capaz de identificar.
A su orden, los cuatro ayudantes de la Cofradía levantaron unos refugios que habían bajado del crucero, tiendas para dormir blindadas y recintos para trabajo de laboratorio. Waff no vio la necesidad de ayudarlos. Después de todo, él era un maestro tleilaxu y ellos sus ayudantes, así que mejor dejar que hicieran su trabajo.
Cuando empezaron con su segunda cafetera de café de especia, Guriff se mostró más relajado. No confiaba en el diminuto tleilaxu, pero no parecía confiar en nadie. Puso un gran énfasis en señalar que no tenía nada contra la raza de Waff, y que sus carroñeros no estaban enemistados con nadie de una posición social baja. A Guriff solo le interesaba Rakis.
—Toda esa arena fundida y hormiplaz. Arrancando la cubierta vitrificada de la superficie pudimos acceder a los cimientos de los edificios más sólidos de Keen. —Guriff sacó un mapa hecho a mano—. Arañar tesoros enterrados. Localizamos lo que creemos que fue la torre central de las Bene Gesserit… unos pocos refugios antiaéreos llenos de esqueletos. —Sonrió—. También encontramos el extravagante templo construido por los sacerdotes del Dios Dividido. Era tan enorme que no tenía pérdida. Estaba lleno de baratijas, aunque sigue sin ser suficiente para compensar tanto esfuerzo. La CHOAM espera que encontremos algo mucho más extraordinario, aunque parecen contentos vendiendo contenedores de «genuina arena rakiana» a un montón de idiotas.
Waff no dijo nada. Edrik y sus navegantes le habían conseguido auténtica arena de Rakis para sus experimentos.
—Pero aún hay que cavar mucho. Keen era una ciudad grande.
En su vida anterior, Waff había visto esas estructuras antes de que fueran destruidas. Conocía la ostentación que aquellos sacerdotes engañados desplegaron en cada sala y cada torre (¡como si a Dios le importara tanta extravagancia!). Ciertamente, Guriff y sus hombres encontrarían muchos tesoros allí. Pero de la clase equivocada.
—El templo del sacerdocio quedó más destrozado que la mayoría de los edificios grandes. Quizá fue uno de los objetivos directos del ataque de las Honoradas Matres. —El prospector sonrió con sus labios gruesos—. Pero muy abajo, en los niveles inferiores del templo, encontramos arcones llenos de solaris y melange. Una valiosa captura. Más de lo que esperábamos, aunque sigue sin ser suficiente. Estamos buscando algo importante. El Tirano enterró una gran reserva de especia en las regiones polares del sur… estoy seguro.
Waff profirió un sonido escéptico y sorbió su café.
—Nadie ha sido capaz de encontrar ese tesoro en mil quinientos años.
Guriff levantó un dedo, se vio un padrastro y lo mordisqueó.
—Aun así, es posible que el bombardeo haya removido lo bastante la superficie para sacar hasta los lodos de la creación. Y, alabados sean los dioses… ya no hay gusanos que nos atormenten.
Waff profirió un sonido indefinido. Todavía.
— o O o —
Sin molestarse en dormir, consciente de que le quedaba poco tiempo, el tleilaxu empezó a realizar los preparativos para continuar con su trabajo. Sus compañeros de la Cofradía parecían convencidos de que el navegante volvería, aunque Waff no estaba tan seguro. Estaba en Rakis, y eso le producía un inmenso placer.
Mientras los ayudantes de la Cofradía acababan de conectar los generadores y sellaban los refugios prefabricados, el investigador tleilaxu volvió al transporte casi vacío. En la cubierta de carga sonrió con gesto paternal a sus extraordinarios especímenes. Los gusanos blindados eran pequeños pero feroces. Parecían listos para adueñarse de un mundo muerto. Su mundo.
En otro tiempo, los fremen eran capaces de llamar y cabalgar a los gusanos de arena, pero las criaturas originales murieron cuando las terribles operaciones de terraformación de Leto II convirtieron Arrakis en un jardín, con plantas verdes, ríos caudalosos y humedad proveniente del cielo. Un entorno fatal para los gusanos. Pero cuando el Dios Emperador fue asesinado y su cuerpo se fusionó con las truchas de arena, el proceso de desertificación volvió a empezar. Los nuevos gusanos se volvieron más feroces que sus predecesores, y aceptaron el enorme desafío de recrear el Dune que había sido.
Ahora Waff se enfrentaba a un reto mucho mayor. Sus criaturas modificadas estaban blindadas para resistir incluso en el entorno más severo, con bocas y protuberancias cefálicas capaces de agrietar las dunas vitrificadas. Podían sumergirse muy adentro bajo la superficie negra. Podrían crecer y reproducirse… incluso allí.
Waff se quedó ante el tanque, donde los gusanos se movían. Cada espécimen medía unos dos metros de largo. Y era fuerte.
Intuyendo su presencia, las criaturas se agitaban inquietas. Waff miró al exterior, donde el cielo se había tornado del intenso púrpura y marrón del crepúsculo. Las tormentas agitaban un polvo granulado por la atmósfera.
—Tened paciencia, mascotas mías —dijo—. Pronto os liberaré.