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Podemos conquistar a nuestro enemigo, desde luego. Pero ¿vale la pena lograr la victoria sin comprender los fallos de nuestro oponente? Es la parte más interesante.

ERASMO, Cuadernos de laboratorio

La catedral con base mecánica de Sincronía era una simple manifestación de lo que podía llegar a ser el resto de la galaxia. Omnius estaba satisfecho con los avances que la flota de máquinas pensantes había hecho en unos pocos años, pero Erasmo sabía que aún quedaba mucho por hacer.

La voz de Omnius retumbó con más fuerza de la necesaria, como a veces le gustaba hacer.

—La Nueva Hermandad es quien opone mayor resistencia, pero sé cómo derrotarla. Las naves de reconocimiento han verificado el emplazamiento secreto de Casa Capitular, y ya he enviado sondas con epidemias hacia allí. Esas mujeres pronto se habrán extinguido. —Omnius parecía aburrido—. ¿Quieres que despliegue el mapa de sistemas estelares para que sepas cuántos hemos conquistado? No ha habido ni un solo fracaso.

Los datos penetraron en la mente de Erasmo, tanto si quería verlos como si no. En el pasado, el robot independiente siempre pudo decidir lo que quería o no descargar de la supermente. Sin embargo, cada vez más Omnius encontraba la forma de soslayar las capacidades de decisión del robot e introducía los datos por fuerza en sus sistemas internos, evitando los múltiples firewalls.

—Eso son solo victorias simbólicas —dijo Erasmo, cambiando deliberadamente a su disfraz de anciana arrugada con ropa de jardinería—. Me complace que hayamos llegado al límite del Imperio Antiguo, pero aún no hemos ganado esta guerra. He pasado milenios estudiando a estos humanos obstinados y de recursos. No des por sentada la victoria hasta que no la tengamos en la mano. Recuerda lo que pasó la última vez.

El bufido de incredulidad de Omnius resonó por toda Sincronía.

—Por definición somos mejores que los defectuosos humanos. —A través de un millar de ojos espías, miró a Erasmo y su disfraz maternal—. ¿Por qué insistes en llevar ese disfraz embarazoso? Te hace parecer débil.

—Mi cuerpo físico no determina mi fuerza. Es mi mente la que me hace ser lo que soy.

—Tampoco me interesa tu mente. Solo quiero ganar esta guerra. Debo ganar. Necesito ganar. ¿Dónde está la no-nave? ¿Dónde está mi kwisatz haderach?

—Hablas con el mismo tono autoritario que el barón Harkonnen. ¿Estás imitándolo inconscientemente?

—Tú me diste las proyecciones matemáticas, Erasmo. ¿Dónde está el superhombre? Contesta.

El robot rio.

—Ya tienes a Paolo.

—Tu profecía también garantizaba que habría un kwisatz en la no-nave. Quiero las dos versiones… redundancia para asegurar la victoria. Y no quiero que los humanos tengan uno. Quiero controlarlos a los dos.

—Encontraremos la no-nave. Ya sabemos que hay muchas cosas intrigantes a bordo, incluido un maestro tleilaxu. Podría ser el único que queda con vida, y me gustaría mucho hablar con él… al igual que a ti. Quiero que ese maestro vea cómo los Danzarines Rostro nos han dado forma, nos han moldeado hasta convertirnos prácticamente en dioses. O al menos, más que los humanos.

—Seguiremos lanzando nuestra red. Y encontraremos esa nave.

Por toda la ciudad, en una dramática manifestación de la impaciencia de Omnius, los elevados edificios, las estructuras de metal se desplomaron sobre sí mismas. Al robot independiente no le impresionó el estruendo, o el temblor del suelo bajo sus pies. Había presenciado manifestaciones semejantes en demasiadas ocasiones. Para bien o, las más de las veces, para mal, Omnius disfrutaba con el espectáculo, aunque Erasmo trataba de controlar sus excesos. El futuro dependía de ello… el futuro que él había ideado.

Rebuscó entre las proyecciones que había digerido a partir de trillones de datos. Todos los resultados estaban coloreados exactamente para encajar en las profecías que él mismo había formulado. Omnius se las creía todas. Aquella supermente tan crédula se confiaba demasiado en las informaciones filtradas, y el robot jugaba como quería.

Con los parámetros adecuados, Erasmo estaba absolutamente convencido de que los milenios que tenían por delante saldrían como tenían que salir.