Un planeta no es únicamente un objeto de estudio. Es más bien una herramienta, o incluso un arma con la que podemos dejar nuestra huella en la historia.
LIET-KYNES, el original
Ahora que Stilgar y Liet habían recuperado sus recuerdos, se habían convertido en los expertos de la no-nave en reciclaje extremo y aprovechaban al máximo sus reducidos recursos. Los sistemas de soporte vital del Ítaca habían sido diseñados por genios de la Dispersión, descendientes de los supervivientes de los Tiempos de Hambruna. Aquella tecnología altamente eficiente podía servir a los pasajeros y la tripulación durante largos períodos, a pesar del aumento de la población. Pero no frente a los actos deliberados de sabotaje.
Alto y delgado, con el cuerpo de un joven y la mirada curtida de un naib, Stilgar parecía listo para embarcarse en un viaje por el desierto. Al principio él y Liet-Kynes se habían acercado por sus intereses comunes y, más recientemente, por su pasado recuperado. Liet se negaba a hablar de la crisis mediante la que Sheeana le había quebrantado… era un asunto demasiado íntimo para comentarlo incluso con los amigos más cercanos.
En cuanto a Stilgar, no podía olvidar lo que las brujas le habían hecho. Él era un hombre del desierto de Arrakis hasta lo más hondo de su ser. Bajo la supervisión de la censora superior Garimi, había leído su historia como joven soldado frente a los Harkonnen, como naib, como partidario de Muad’Dib. Pero para despertar sus recuerdos las hermanas habían tratado de ahogarle.
En un tanque de reciclaje lleno de agua, Sheeana y Garimi le habían sujetado unas pesas a los tobillos. Stilgar se resistió, pero las brujas estaban en forma.
—¿Qué he hecho? ¿Por qué me hacéis esto?
—Encuentra tu pasado —le dijo Sheeana— o muere.
—Sin tu recuerdos no nos sirves, estarás mejor ahogado —dijo Garimi, y lo arrojaron al agua.
Stilgar se hundió, sin poder deshacerse de las pesas de los tobillos. Luchó con todas sus fuerzas, pero el agua lo ocupaba todo, más opresiva que la nube de polvo más densa. En un intento desesperado miró hacia arriba, y entrevió las figuras imprecisas y onduladas de las dos mujeres. Ninguna movió ni un dedo por ayudarle.
Sus pulmones chillaban, la negrura se extendió por su campo de visión. Stilgar se debatió violentamente, más débil a cada segundo que pasaba. Necesitaba respirar. Quería gritar, necesitaba gritar, pero no había aire. Una bocanada de burbujas salió de su boca abierta. Cuando le resultó insoportable, aspiró agua, inundando sus vías respiratorias. No veía ninguna forma de salir de aquel tanque…
… Y de pronto ya no era un tanque, sino un río ancho y profundo, en uno de los planetas en los que había luchado por la yihad de Muad’Dib. Él estaba con un regimiento de soldados de Caladan y tuvieron que vadear un río. El río era más profundo de lo que esperaban, el agua cubría. Sus compañeros, que habían nacido nadando, no le dieron importancia, incluso reían mientras avanzaban hacia la otra orilla. Pero Stilgar se hundió. Estiraba los brazos, tratando de buscar aire. Y entonces también respiró agua y estuvo a punto de ahogarse…
Finalmente, Sheeana sacó a Stilgar del tanque y le ayudó a expulsar el agua de los pulmones. Ella y Garimi lo reanimaron, mientras una doctora Suk las miraba con aire de reprobación. Le dieron la vuelta y él vomitó agua agria. Apenas pudo ponerse de rodillas.
Cuando se volvió con mirada furiosa hacia Sheeana, era más que un jovencito de once años. Era el naib Stilgar.
Más adelante, cuando también Liet recuperó sus recuerdos, Stilgar tuvo miedo de preguntar por qué terrible prueba le habían hecho pasar a él…
En aquellos momentos, los dos se dirigían hacia la gran cubierta de carga para ver a los gusanos de arena, como habían hecho tantas y tantas veces. La cámara de observación era uno de sus lugares favoritos, sobre todo ahora. Los inmensos gusanos despertaban sentimientos fuertes y atávicos en los dos.
Cuando ya estaban cerca, Stilgar aspiró el reconfortante aroma del aire seco y caliente, impregnado de aquel característico olor de los gusanos y la canela. Sonrió brevemente, en un momento pasajero de nostalgia, y entonces arrugó la frente.
—No tendría que estar oliendo esto.
Liet también apretó el paso.
—La atmósfera debe estar cuidadosamente controlada. Si hay algún escape en las junturas, la humedad podría penetrar en la cubierta. —Otro fallo.
Entraron apresuradamente en la cámara de material y se encontraron al joven Thufir Hawat supervisando las reparaciones. Dos hermanas Bene Gesserit y Levi, uno de los judíos refugiados, estaban instalando nuevas láminas de plaz. Aplicaron una fuerte sustancia para sellar las junturas de la ventana. Thufir tenía el ceño fruncido. Stilgar se adelantó, con aire intimidatorio. La tarea de supervisar los gusanos de arena y los sistemas de reciclaje normalmente estaba reservada para él y Kynes.
—¿Qué haces aquí, Hawat?
Thufir se mostró sorprendido ante el tono frío y acusador del fremen.
—Alguien ha vertido ácido en las junturas. Y no solo ha corroído las junturas, también ha traspasado el plaz y las placas de la pared.
—Lo hemos arreglado a tiempo —dijo Levi—. También encontramos un mecanismo de relojería que habría vaciado una de nuestras reservas de agua en la cubierta de carga, anegándola.
Stilgar tembló de la rabia.
—¡Eso habría matado a los gusanos!
—Yo mismo comprobé esos sistemas hace dos días —dijo Liet—. Esto no es un simple fallo.
—No —concedió Thufir—. Nuestro saboteador ha vuelto a entrar en acción.
Mientras Stilgar paseaba la mirada con recelo sobre los presentes, Liet corrió a la consola de mandos para comprobar las lecturas del entorno desértico.
—Parece que no hay daños permanentes. Las lecturas aún están dentro del radio de tolerancia de los gusanos. Los filtros devolverán el aire a los niveles deseados en breve.
Stilgar comprobó con cuidado el sellado de las nuevas junturas y le parecieron adecuadas. Él y Kynes intercambiaron una mirada que decía que debían desconfiar de todos a bordo. Excepto de nosotros dos, decidió Stilgar.
Tiempo ha, la primera vez que se conocieron, habían compartido muchas aventuras luchando contra los nefastos Harkonnen. Al igual que su padre, Liet había tenido una doble vida, llevando grandes sueños a la gente del desierto al tiempo que actuaba como planetólogo imperial y Árbitro del Cambio. Liet también era el padre de Chani. Aunque el ghola de la niña fremen aún no le recordaba él si la recordaba a ella, la miraba con un amor extraño y antiguo.
Irritado por el fuerte olor del ácido y los sellos de las junturas, Stilgar dio la espalda a la ventana de observación con gesto sombrío.
—A partir de ahora dormiré aquí. No dejaré que Shai-Hulud muera, no mientras me quede aliento.
—Estoy trabajando en colaboración con el Bashar. Debe de haber algún rastro, solo tenemos que encontrarlo. El material corrosivo fue extraído de almacenes seguros, así que tiene que haber huellas o algún rastro genético. —Los labios de Thufir no estaban teñidos del rojo del safo, su piel no estaba ajada, sus ojos no se veían cansados por la edad y la experiencia, como en los famosos retratos—. Quizá las cámaras han grabado al saboteador colándose en la cubierta de observación. Cuando le hayamos atrapado, todos dormiremos mejor.
—No —dijo Stilgar—. Incluso entonces, yo no bajaré la guardia.
— o O o —
En un repentino rebrote, aquel enloquecedor sabotaje continuó en un millar de formas y en lugares escogidos aleatoriamente por toda la nave. Todos estaban con los nervios de punta, Las Bene Gesserit estaban en guardia, recelosas, mientras que el rabino predicaba ante un número cada vez mayor de seguidores sobre espías y asesinos que acechaban.
Duncan estudió las lecturas, creó proyecciones. De nuevo, se preguntó si uno o dos Danzarines Rostro no habrían huido de entre los restos de sus naves destrozadas y estarían a bordo. ¿Dónde sino podía estar ocultándose el saboteador? Después de buscar durante años, Duncan y Teg se habían quedado sin ideas. ¿Cómo era posible que éste enemigo engañara a las cámaras de vigilancia, a las Decidoras de Verdad, que eludiera los concienzudos registros? En algunos incidentes sospechosos, en las grabaciones aparecía una figura borrosa moviéndose por zonas restringidas, pero ni siquiera con técnicas de mejora de la imagen podían realzarse las facciones del rostro en algo reconocible.
El saboteador parecía saber exactamente dónde y cuándo atacar. Una sucesión interminable de pequeños fallos y accidentes, cada uno de los cuales pasaba factura a la nave, y los llevaba a todos al agotamiento.
En una ocasión, una cámara detectó lo que parecía un hombre que avanzaba furtivamente por un corredor, cerca de un banco de unidades de filtros de oxígeno y aparatos de recirculación del aire.
Vestía con ropas oscuras y una capucha cortada que le cubría buena parte del rostro, llevaba un largo cuchillo de plata y una palanca, y avanzaba encorvado para protegerse de la fuerte corriente de aire. Y entonces, como líquido derramándose por una esquina, entró en la cámara de recirculación principal, donde unos grandes ventiladores empujaban el aire a la nave a través de un sistema de arterias, tras hacerla pasar por unas gruesas cortinas de fibras afelpadas revestidas con biogeles para eliminar impurezas.
Con una furia repentina, el saboteador inidentificable se puso a acuchillar y golpear las esterillas porosas, arrancándolas de su estructura e inutilizándolas como medio de purificar el aire. Tras completar el destrozo, el saboteador huyó. Ni una sola de las cámaras mostraba el rostro; ni siquiera estaba claro si aquel vándalo encapuchado era hombre o mujer. Para cuando los equipos de seguridad llegaron a la zona, el saboteador se había evaporado con el rugido del aire recirculado.
Duncan no tuvo necesidad de decir lo obvio. Danzarín Rostro. Estudió todos los registros sobre las naves kamikaze de los adiestradores, prestando especial atención al lugar donde habían impactado en el casco, y en cómo se había certificado la muerte de los ocupantes y se había dispuesto de los cadáveres. Uno de aquellos adiestradores cambiadores de forma debía de haber escapado de los restos de su nave.
Y lo que es peor; es posible que hubiera más de uno.
— o O o —
El aire olía a humedad y putrefacción, como algas y cloacas. Duncan estaba en una de las pasarelas mojadas, por encima de uno de los grandes tanques de algas. La cuba entera se estaba muriendo. Envenenada.
A su lado, sujetándose a la baranda de hierro con los nudillos blancos, Teg miraba con gesto hosco los análisis químicos que aparecían en su datapad.
—Metales pesados, potentes toxinas, una lista de sustancias químicas mortíferas que ni siquiera estas algas pueden digerir. —Levantó un puñado de aquella sustancia antes fecunda y verde. Ahora se había vuelto marronosa y se deshacía.
—El saboteador está tratando de destruir nuestros suministros de comida —dijo Duncan.
—Y el aire.
—¿Con qué propósito? Matarnos, parece.
—O, simplemente, para dejarnos desprotegidos.
Duncan miró la cuba sintiéndose furioso y violado.
—Que vengan cuadrillas de trabajo a drenar y limpiar el tanque. Hay que descontaminarlo enseguida. Y que luego recojan material de inicio de otros tanques para fertilizar la biomasa, Tenemos que estabilizarla antes de que se tuerza alguna otra cosa.
— o O o —
Duncan estaba solo en el puente de navegación cuando se produjo el nuevo desastre. Con los años, los pasajeros se habían acostumbrado a no hacer caso de las leves vibraciones que provocaba el movimiento de la nave. Pero esta vez, una súbita sacudida y un evidente desvío en su trayectoria casi le hace caer de su asiento.
Llamó enseguida a Teg y Thufir y se puso a manipular los controles, escaneando el vacío del espacio a su alrededor. Temía que se hubieran topado con basura espacial o con alguna anomalía gravitacional. Sin embargo, no encontró evidencia de ningún impacto, ni obstáculos en las proximidades. Obviamente el Ítaca había empezado a girar, y Duncan trató de estabilizarlo utilizando los numerosos motores más pequeños repartidos por el casco. Esto redujo el desvío, pero no lo detuvo.
Mientras la inmensa nave giraba, Duncan vio una especie de reguero reluciente y plateado, como un fular de niebla que salía de la popa. Una de las tres reservas principales de agua de la nave estaba derramándose al espacio… Y aquella gran cantidad de agua había sido expulsada con la suficiente fuerza para desestabilizar el rumbo del Ítaca. El agua desalojada alteró el lastre de la nave e hizo que empezara a girar. La pérdida del momento angular empeoró la situación, mientras el agua seguía escapando, como la cola de un cometa. ¡Las reservas de la nave!
Manipulando febrilmente los controles, Duncan consiguió controlar la escotilla de la reserva, rezando para que el misterioso saboteador se hubiera limitado a abrirla y no hubiera utilizado ninguna de las mortíferas minas de la armería.
Teg entró a toda prisa en el puente de navegación justo cuando Duncan conseguía cerrar las escotillas de carga y restablecer el control. El Bashar se inclinó sobre las pantallas, con su rostro joven pero curtido lleno de arrugas de preocupación.
—¡Esa agua bastaba para abastecernos durante un año! —Sus ojos grises miraron a su alrededor con nerviosismo.
Caminando arriba y abajo por el puente, Duncan miró el velo nebuloso de agua dispersado en el espacio.
—Podemos recuperar una parte… recogerla en forma de hielo, cuando consigas estabilizar del todo la nave…
Pero, mientras miraba la mancha de agua que se extendía contra el fondo estrellado, vio que aparecían otras líneas, hilos relucientes y multicolores que se acercaban y envolvían la no-nave como una tela de araña. ¡La red del Enemigo! Y era lo bastante brillante para que Teg la viera también.
—¡Maldita sea! ¡Ahora no!
Duncan saltó al asiento de piloto y activó los motores Holtzman. Teniendo como tenían uno o más saboteadores a bordo, cabía la posibilidad de que los hubieran manipulado para que estallaran, pero no tenía elección. Forzó a las enigmáticas máquinas a plegar el espacio sin pararse siquiera a pensar en un rumbo. La no-nave, todavía dando vueltas, saltó hacia otro lugar.
Y sobrevivieron.
Después, Duncan miró a Teg y suspiró.
—De todos modos tampoco podríamos haber recuperado gran cosa del agua expulsada.
Incluso los sofisticados recicladores de la no-nave tenían sus límites, y ahora los actos del saboteador les habían abocado a una conclusión inevitable. Después de años de huida continua, tendrían que parar a reponer suministros en cuanto localizaran un planeta aceptable. No era tarea fácil en una galaxia que abarcaba vastas distancias. No habían encontrado ningún lugar adecuado en años. No desde el planeta de los adiestradores.
Pero Duncan sabía que ese no sería su único problema, cuando encontraran un lugar, se verían obligados a descubrirse… una vez más.