Estos niños-ghola contienen antiguas almas no muy distintas de las voces que oye una Reverenda Madre en las Otras Memorias. El reto está en llegar a esas viejas almas y explotarlas.
DUNCAN IDAHO, entrada en el cuaderno de bitácora de la nave
Con el cuerpo larguirucho de un adolescente, los recuerdos de una larga vida y la vergüenza de las cosas que había hecho, Wellington Yueh caminaba con una lentitud dolorosa. Cada paso le acercaba más al momento que tanto temía. Notaba una sensación de ardor allí donde debiera haber llevado el diamante tatuado. Al menos ya no tenía que lucir aquella mentira.
Yueh sabía que si pretendía que esta vida fuera distinta de la propensión a los errores de su pasado, debía enfrentarse a las cosas terribles que había hecho.
En la no-nave, miles de años después, en el otro extremo del universo, la Casa Atreides le rodeaba: Paul Atreides, dama Jessica, Duncan Idaho, Thufir Hawat. Al menos al duque Leto no lo habían resucitado como ghola. Todavía. Yueh no habría podido mirar a los ojos al hombre al que había traicionado.
Enfrentarse a Jessica ya sería bastante duro.
Mientras caminaba pesadamente hacia sus alojamientos, Yueh oyó voces, las risitas de una niña, y una adulta que la regañaba. De pronto, la pequeña Alia salió gateando de una puerta y entró por otra, seguida por una censora de rostro severo. La pequeña de dos años era extremadamente precoz, y manifestaba indicios del genio de la primera Alia; la saturación de especia en el tanque axlotl la había alterado en parte, pero no tenía acceso a todas las Otras Memorias como su predecesora. La censora entró detrás y selló la puerta. Ninguna de las dos había mirado siquiera a Yueh.
Alia era el ghola nacido más recientemente; el programa se había interrumpido después del espantoso asesinato de los tres tanques y los bebés no nacidos. Al menos este crimen no tengo que llevarlo en mi conciencia. Pero las Bene Gesserit pronto reiniciarían el programa. Ya habían empezado a discutir qué células debían implantar en los nuevos tanques. ¿Irulan? ¿El emperador Shaddam? ¿El Conde Fenring… o alguien mucho peor? Yueh se estremeció ante la idea. Temía que las brujas hubieran superado la mera necesidad y ahora simplemente estuvieran jugando con sus vidas, dejando que una curiosidad infernal les hiciera saltarse toda precaución.
Se detuvo ante las habitaciones de Jessica, tratando de ser fuerte. Afrontaré mi miedo. ¿No decía eso la Letanía que las brujas tan a menudo citaban? En sus presentes encarnaciones como gholas, Jessica y Yueh estaban lo bastante próximos para verse como amigos. Pero desde que volvía a ser el doctor Wellington Yueh, todo había cambiado.
Ahora tengo una segunda oportunidad, pensó, pero el camino de la redención es largo, y la pendiente es acusada.
Jessica abrió cuando llamó a la puerta.
—Oh, hola, Wellington. Mi nieto y yo estábamos leyendo un libro de hologramas sobre los primeros años de Paul, uno de esos volúmenes que la princesa Irulan escribía continuamente. —Le invitó a pasar y dentro Yueh vio a Leto II sentado en el suelo enmoquetado con las piernas cruzadas. Leto era un solitario, aunque frecuentaba la compañía de su «abuela».
Yueh se sintió nervioso cuando Jessica cerró la puerta a su espalda, como si quisiera sellar su destino y evitar que huyera. Mantuvo la vista gacha y, tras dar un suspiro dijo:
—Deseo disculparme ante vos, mi Señora. Aunque sé que jamás podréis perdonarme.
Jessica le puso una mano en el hombro.
—Ya hemos hablado de eso. No puedes cargar con la culpa de cosas que sucedieron hace tanto. No eras realmente tú.
—Sí, lo era, puesto que lo recuerdo todo. A los gholas se nos creó con un propósito, y debemos aceptar las consecuencias.
Jessica lo miró con impaciencia.
—Todos sabemos lo que hiciste, Wellington. Yo lo acepté y te perdoné hace tiempo.
—Pero ¿volveréis a hacerlo cuando recordéis? Un día esas compuertas se abrirán en vuestra mente, las terribles heridas del pasado. Debemos afrontar la culpa que nuestros predecesores nos dejaron, porque de lo contrario todas esas cosas que no hicimos nos consumirán.
—Es un terreno desconocido para todos, pero sospecho que todos tenemos muchas cosas que justificar. —Trataba de consolarlo, pero Yueh no creía merecerlo.
Leto paró el holograma y levantó los ojos con una extraña mirada de inteligencia.
—Bueno, personalmente solo pienso responsabilizarme por lo que haga en esta vida. —Jessica estiró el brazo para tocar el rostro de Yueh con delicadeza—. No puedo entender lo que tuviste que pasar, lo que todavía estás pasando. Supongo que pronto lo sabré. Pero deberías pensar en lo que querrías ser, no en lo que temes ser.
En la boca de ella sonaba tan sencillo…, pero a pesar de sus esfuerzos, la voluntad de Yueh ya había sido doblegada una vez.
—¿Y si también hago algo malo en esta vida?
La expresión de Jessica se endureció.
—Entonces nadie puede ayudarte.