Los científicos ven a los gusanos de arena como especímenes, los fremen los ven como un dios. Pero los gusanos devoran a quienes tratan de reunir información. ¿Cómo se supone que puedo trabajar con semejantes condiciones?
PLANETÓLOCO IMPERIAL PARDOT KYNES, Antiguos registros
Sheeana estaba en la galería de observación donde ella y Garimi habían subido en una ocasión a discutir el futuro de su viaje. La gran cámara de carga, de un kilómetro de largo, era lo bastante grande para dar sensación de libertad, aunque seguía siendo demasiado pequeña para una camada de gusanos de arena. Las siete criaturas crecían, pero estaban atrofiadas, en espera de la tierra árida prometida. Llevaban mucho tiempo esperando, tal vez demasiado.
Ya hacía más de dos décadas que Sheeana había subido a bordo a los pequeños gusanos, sustraídos de la franja desértica de Casa Capitular. Su idea siempre había sido instalarlos en otro planeta, lejos de las Honoradas Matres y a salvo del Enemigo. Durante años, los gusanos de arena se habían deslizado interminablemente por los confines arenosos de la cubierta de carga, tan perdidos como el resto del pasaje del Ítaca…
Sheeana se preguntó si la no-nave encontraría algún día un planeta donde poder detenerse, donde las hermanas pudieran establecer una nueva Casa Capitular, ortodoxa, no una organización mestiza que hiciera concesiones a la forma de hacer de las Honoradas Matres. Si la nave se limitaba a huir y huir durante generaciones, no podrían encontrar un planeta para los gusanos, para Garimi y sus conservadoras Bene Gesserit, para el rabino y sus judíos.
La noche antes recordaba haber buscado consejo en las Otras Memorias. Durante un rato no había recibido respuesta. Y entonces, Serena Butler, líder de la antigua Yihad, vino a ella, cuando Sheeana se estaba quedando dormida en sus alojamientos. Serena, muerta tiempo ha, le habló de su experiencia, de lo perdida y lo abrumada que se había sentido en medio de una guerra interminable, obligada a guiar a una población inmensa, cuando ella misma no sabía adónde ir.
—Pero encontraste el camino, Serena. Hiciste lo que tenías que hacer. Hiciste lo que la humanidad necesitaba que hicieras.
Igual que harás tú, Sheeana.
Ahora, mientras veía las ondulaciones de los gusanos abajo en la arena, Sheeana intuía sus sentimientos de una forma intangible, y ellos intuían los de ella. ¿Soñarían con una extensión interminable de dunas en la que establecer su territorio? El mayor de los gusanos, de casi cuarenta metros de largo y con una boca lo bastante grande para tragarse a tres personas una al lado de la otra, era claramente el dominante. A este Sheeana le había puesto nombre: Monarca.
Los siete gusanos apuntaron sus rostros sin ojos hacia ella, mostrando sus dientes cristalinos. Los más pequeños desaparecieron en las arenas bajas, y Monarca quedó solo. Parecía estar llamando a Sheeana. Ella miró al gusano dominante, tratando de entender qué quería. La conexión que había entre ellos empezó a arder en su interior, la llamaba.
Sheeana bajó a la cámara de arena. Salió a la extensión de dunas removidas y fue directa hacia el gusano, sin miedo. Muchas veces se había enfrentado a aquellas criaturas, no tenía nada que temer.
Monarca se elevó sobre ella. Poniéndose las manos en las caderas Sheeana miró y esperó. En los maravillosos días de Rakis, había aprendido a bailar sobre la arena y controlar a los behemoths, pero siempre supo que podría hacer más. Cuando estuviera preparada.
El gusano parecía jugar con la necesidad de ella de entender. Ella era la joven que podía comunicarse con las bestias, que podía controlarlas y entenderlas. Y ahora, si quería saber cuál era su futuro, debía ir más allá. Literal y metafóricamente. Es lo que Monarca quería. La criatura, peligrosa y amenazadora, expulsó una bocanada de fuego interno y melange pura.
—Bueno, ¿y ahora qué hacemos? ¿Eres Shaitan o solo eres un impostor?
El inquieto gusano parecía saber exactamente lo que Sheeana quería. En lugar de deslizar su cuerpo hacia ella para que pudiera trepar por sus segmentos, Monarca se puso ante ella con la boca abierta. Cada diente lechoso en aquella boca del tamaño de una caverna era lo bastante largo para usarse como crys. Sheeana no temblaba.
El gusano apoyó la cabeza sobre las dunas, justo delante de ella. ¿La estaba tentando a un viaje simbólico, como Jonás y la ballena? Sheeana se debatía con sus miedos, pero sabía lo que tenía que hacer… no como la actuación de un charlatán, pues dudaba que hubiera nadie mirando, sino porque era necesario para que pudiera comprender.
Monarca esperaba con la boca abierta. El gusano se había convertido en una entrada secreta que la seducía como un peligroso amante. Sheeana pasó por la reja de dientes crys y se arrodilló en el gaznate, respirando el intenso olor a canela. Se sentía mareada, tenía náuseas, casi no podía respirar. El gusano no se movió. Voluntariamente, ella se adentró más en su interior, ofreciéndose, aunque estaba convencida de que su sacrificio no sería aceptado. No era eso lo que el gusano quería de ella.
Sin mirar atrás, avanzó arrastrándose por la garganta a aquel mundo seco, caliente y oscuro. Monarca no se alteró. Sheeana siguió adelante, sintiendo que su respiración se volvía más lenta. Cada vez más y más adentro, hasta que supuso que ya habría recorrido al menos la mitad de la longitud del gusano postrado. Sin la fricción que producía el eterno vagar por desiertos interminables, el gaznate del gusano ya no era un horno. Cuando sus ojos se amoldaron, Sheeana se dio cuenta de que allí no había una oscuridad total, percibía una misteriosa iluminación que parecía salir más de algún nuevo sentido de su mente que de la vista tradicional. Veía vagamente la superficie membranosa que la envolvía y, conforme avanzaba, el olor indigesto de los precursores de la melange se hizo más intenso, más concentrado.
Finalmente, llegó a la cámara carnosa que debiera haber sido el estómago, pero sin ácidos digestivos. ¿Cómo lograban sobrevivir aquellos gusanos cautivos? El olor a especia era más fuerte de lo que jamás había percibido… tanto que una persona normal se habría asfixiado.
Pero yo no soy una persona normal.
Sheeana se quedó allí tendida, absorbiendo el calor, dejando que la intensa melange calara cada poro de su cuerpo, sintiendo que la conciencia imprecisa de Monarca se fundía con la suya. Aspiró profundamente y experimentó una sensación profunda y cósmica de calma, como si estuviera en el vientre de la Gran Madre del Universo.
De pronto, con aquel visitante inusual garganta abajo, el gusano de arena se sumergió en el desierto artificial y empezó a deslizarse por él, llevándola en un extraño viaje. Como si estuviera conectada con el sistema nervioso de Monarca, Sheeana veía a los otros gusanos bajo la arena. Trabajando en equipo, los siete gusanos estaban formando pequeñas vetas de especia en la cámara de carga.
Preparándose.
Sheeana perdió la noción del tiempo, y pensó de nuevo en Leto II, la perla de la conciencia del cual estaba ahora dentro de aquella bestia y las otras que había en la cámara. ¿Dónde encajaba ella en aquel reino? ¿Como reina del Dios Emperador? ¿Como parte femenina de la divinidad? ¿O como algo totalmente distinto, una entidad que ni siquiera acertaba a imaginar?
Los gusanos llevaban secretos en su interior, y Sheeana era consciente de que lo mismo sucedía con los niños ghola. Cada uno de ellos llevaba en sus células un tesoro mucho más importante que la especia: sus recuerdos y sus vidas pasadas. Paul y Chani, Jessica, Leto II, Thufir Hawat, Stilgar Liet-Kynes… y ahora la pequeña Alia. Cada uno tenía un papel crucial que desempeñar, pero solo si lograban recordar quienes eran.
Sheeana vio cada imagen, pero no en su imaginación. Los gusanos de arena sabían lo que aquellas figuras perdidas contenían. Una sensación de urgencia la azotó con violencia, como el viento del desierto. El tiempo se agotaba, y con él las posibilidades de sobrevivir. Vio una sucesión de los posibles gholas, todos preparados como armas, aunque no tenía muy claro lo que podía hacer cada uno.
No podía esperar al Enemigo. Tenía que actuar ahora.
El gusano de arena salió a la superficie y, tras deslizarse por la arena se detuvo con una sacudida. Dentro, Sheeana recuperó el equilibrio. Luego con un movimiento constrictor de las membranas de su interior, la criatura la expulsó con delicadeza. Sheeana salió a rastras de la boca y cayó dando tumbos por la arena.
El polvo y la arenilla se pegaban a la fina sustancia que recubría su cuerpo. Monarca le dio un toquecito, como un pájaro que anima a un pollito a andar por sí mismo. Atrapada aún en sus visiones desorientadoras, Sheeana trató de andar y cayó de rodillas. Los rostros de los niños ghola flotaban a su alrededor, disolviéndose en una luz brillante. ¡Despierta!
Se tumbó, respirando a boqueadas, con el cuerpo y la ropa empapados en esencia de especia. A su lado, el gran gusano dio la vuelta, se sumergió en las arenas poco profundas y desapareció.
Apestando, tambaleante, Sheeana se dirigió hacia las puertas de la cámara de carga, pero no dejaba de trastabillar y caer. Tenía que llegar a los niños ghola, el gusano le había dado un importante mensaje, algo que penetró en su conciencia como una forma muda de las Otras Memorias. En cuestión de momentos, supo con una abrumadora seguridad lo que tenía que hacer.