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La humanidad lleva en sí misma una gran brújula genética que siempre la impulsa hacia delante. Nuestra misión es mantenerla siempre orientada en la dirección correcta.

REVERENDA MADRE ANGELOU, renombrada Amante Procreadora

Wellington Yueh sentía la poderosa necesidad de que le perdonaran. La laguna que había en su mente estaba llena de culpabilidad. No era más que un ghola, solo tenía trece años, pero sabía que había hecho cosas terribles. Su historia se enganchaba a él como alquitrán a un zapato.

En su primera vida, había roto su condicionamiento Suk. Le había fallado a su esposa, Wanna, al permitir que los Harkonnen le utilizaran como un peón y había traicionado al duque Leto, provocando la caída de los Atreides en Arrakis.

Tras estudiar los archivos de su existencia anterior y descubrir con doloroso detalle lo que había hecho, Yueh trató de buscar consuelo en la Biblia Católica Naranja, junto con otras antiguas religiones, sectas, filosofías e interpretaciones que se habían desarrollado a lo largo de milenios. La tan reiterada doctrina del pecado original, —¡tan injusta!— le dolía especialmente, como una espina en el costado. Yueh podía haberse excusado cobardemente alegando que no recordaba y, por tanto, no merecía que le culparan, pero eso no era el camino de la redención. Tendría que buscarla en otro lado.

Jessica era la única persona que podía perdonarle.

Los ocho gholas del proyecto de Sheeana habían sido criados y adoctrinados juntos. Debido a sus personalidades habían formado vínculos y amistades personales. Antes incluso de conocer la historia que los separaría, Yueh había buscado la amistad de Jessica.

Había leído los diarios y los escritos de la dama Jessica original, concubina ligada al duque Leto Atreides. También había sido Reverenda Madre, exiliada, madre de Muad’Dib y abuela del Tirano. Jessica había sido una mujer fuerte, un modelo, a pesar de la forma en que la Bene Gesserit la denostaba por su defecto, su debilidad. El amor.

Juntos, los gholas se enfrentaban a un enemigo mucho más poderoso que los Harkonnen. Cuando los recuerdos de Jessica despertaran ¿sería la amenaza común suficiente para evitar que deseara matarle? Yueh había leído sus palabras de intensa agonía y dolor tal y como las registró la princesa Irulan: «¡Yueh! ¡Yueh! ¡Yueh! ¡Un millón de muertes no serían bastante para Yueh!».

Sí, ella era la única que podía ofrecerle alguna esperanza de perdón. Yueh rezaba para que esta vez pudiera llevar una vida honorable, partiendo de cero y con el corazón abierto.

Jessica pasaba mucho tiempo en el invernadero principal, cuidando las plantas que servían de fuente suplementaria de alimento a los cientos de personas de la nave. Le gustaba el trabajo en el invernadero, se sentía feliz cerca de la tierra fértil, de los nebulizadores, de las hojas carnosas y las flores de olores dulces. Con sus cabellos de bronce y el rostro ovalado, joven y noble, se la veía de una belleza exquisita. Cuánto debieron de amarse ella y el duque Leto hace tiempo… hasta que Yueh lo destruyo todo.

Jessica levantó la vista de las flores y las exuberantes hierbas para clavar sus ojos torturados en Yueh.

—¿Te molesto? —dijo él.

—No, tú no, Es un descanso estar con alguien que no me culpa por cosas que no recuerdo haber hecho.

—Espero que me concedáis la misma consideración, mi señora.

—Por favor, no me llames así, Wellington. Al menos no todavía. No puedo ser dama Jessica hasta que… bueno, hasta que me convierta en dama Jessica.

Yueh trató de adivinar el motivo de aquel ánimo tan negro.

—¿Ha estado Garimi sermoneándote otra vez?

—Algunas Bene Gesserit no me perdonan que fuera en contra de las estrictas normas de la Hermandad, que traicionara su programa de reproducción. —Parecía como si estuviera recitando algo que había leído—. Las consecuencias de mis actos provocaron la caída de un imperio y llevaron a la humanidad a miles de años de tiranía y a cientos de privaciones. —Dejó escapar una risa amarga—. De hecho, si tus actos hubieran desembocado en mi muerte o la muerte de Paul, quizá las historias de las Bene Gesserit te describirían como a un héroe.

—No soy un héroe, Jessica. —En su favor, había que decir que el Yueh original proporcionó a Jessica y Paul medios para sobrevivir en el desierto cuando los Harkonnen arrasaron Arrakeen. Les había facilitado la huida, pero ¿bastaba eso para redimirle? ¿Era posible?

Ella siguió oliendo flores, comprobando la tierra húmeda. Le gustaba pasar los dedos por las hojas, tocar el envés.

Yueh la siguió por un pequeño bosquecillo de árboles de cítricos. Por encima de sus cabezas, los paneles segmentados de las ventanas mostraban tan solo la luz distante de las estrellas; no había ningún sol cercano.

—Si tanto nos odian las hermanas ¿por qué nos han hecho volver?

La expresión de ella era divertida y amarga.

—Las Bene Gesserit tienen un terrible hábito, Wellington. Aunque sepan que dentro del jugoso gusano hay un gancho, ellas muerden. Siempre piensan que pueden evitar las trampas que nos atrapan a los demás.

—Pero tú también eres una Bene Gesserit.

—No, ya no… o todavía no.

Yueh se llevó la mano a su frente lisa y sin distintivos.

—Hemos empezado de nuevo Jessica. Como una hoja en blanco. Mírame. El primer Yueh rompió su condicionamiento suk… pero yo nací sin el diamante tatuado. Sin tacha.

—Quizá eso significa que algunas cosas se pueden borrar.

—¿Tú crees? Como gholas se nos creó para que volviéramos a ser quienes fuimos. Pero ¿somos alguien por derecho propio? ¿O no somos más que una herramienta, inquilinos que están viviendo de prestado en una casa hasta que los verdaderos amos vuelvan? ¿Y si no queremos nuestras vidas pasadas? ¿Es correcto que Sheeana y los otros nos las impongan? ¿Qué hay de las personas que somos ahora?

De pronto, el entramado de paneles solares interconectados pareció volverse más brillante, como si el sistema hubiera absorbido una oleada de energía exterior. Las apretadas hileras de plantas del invernadero se volvieron más definidas, como si de pronto sus ojos fueran más sensibles. Sobre la cámara Yueh vio una compleja red formada por unas líneas finas e iridiscentes, cada vez más definidas y enfocadas.

Algo estaba pasando… algo que Yueh nunca había experimentado. Las líneas se hicieron visibles a su alrededor, como una fina malla que se deslizaba por el aire. Y chisporroteaban por la energía.

—Jessica, ¿qué es eso? ¿Lo puedes ver?

—Una malla… una red. —Contuvo el aliento—. ¡Es lo que Duncan Idaho dice que ve!

A Yueh el corazón le dio un vuelco. ¿Sus perseguidores?

Una fuerte sirena de emergencia empezó a sonar, acompañada por la voz de Duncan.

—¡Preparados para la activación de los motores Holtzman!

Cada vez que la no-nave plegaba el espacio, sin la guía de un navegante, se arriesgaban a un desastre. Hasta el momento, las advertencias de Duncan no habían tenido el apoyo de otros testigos, aunque los adiestradores habían demostrado que la amenaza del misterioso Enemigo era real.

Desde los corredores a Yueh le llegaban los gritos de la gente que corría a los puestos de emergencia. La red era cada vez más brillante y poderosa, y estaba rodeando e infiltrando la nave entera. ¡Sin duda todos podían verla!

Yueh sintió que la nave vibraba y una intensa sensación de desorientación cuando la inmensa nave plegó el espacio. Mirando hacia la cúpula del invernadero, vio sistemas estelares, formas y color que giraban como remolinos… como si alguien hubiera metido el contenido del universo en un cuenco y lo estuviera batiendo.

Y de pronto el Ítaca estaba en otra parte, lejos de las trampas. La voz tranquila de Duncan se oyó por los intercomunicadores.

—Estamos a salvo, de momento.

—¿Por qué hemos visto la red ahora y no antes? —preguntó Jessica.

Yueh se frotó el mentón, con el pensamiento agitado.

—Quizá el Enemigo está utilizando un tipo de red diferente, una más fuerte. O quizá están probando nuevas formas de rastrearnos y atraparnos.