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En otro tiempo, nací de madre natural, luego he vuelto a nacer varias veces como ghola. Considerando los milenios que las Bene Gesserit, los tleilaxu y otros llevan manipulando los genes, yo me pregunto… ¿sigue siendo alguno de nosotros natural?

DUNCAN IDAHO, entrada en el cuaderno de bitácora de la nave

En el día de hoy Gurney Halleck volvería a nacer. Paul Atreides llevaba esperando este momento desde que se había iniciado el período de gestación. Desde el reciente nacimiento de su hermana Alia, la espera se le había hecho casi insoportable. Pero en cuestión de horas, sacarían a Gurney del tanque axlotl. ¡El renombrado Gurney Halleck!

En sus estudios bajo la tutela de la censora superior Garimi, Paul había leído muchas cosas sobre el guerrero trovador, había visto imágenes, había escuchado grabaciones con sus canciones. Pero él quería conocer al Gurney real, su amigo, su mentor y protector de tiempos épicos. Algún día, aunque ahora sus edades estaban invertidas, los dos recordarían cuán estrecha había sido su amistad.

Paul no pudo evitar sonreír mientras se preparaba apresuradamente. Silbando una vieja canción Atreides que había aprendido de la colección de grabaciones de Gurney, salió al corredor; Chani salió de sus alojamientos para acompañarle. Ella tenía trece años, dos menos que él, y era delgada como un junco, de habla rápida y dulce y hermosa, tan solo un anticipo de la mujer que sería. Conociendo sus destinos, ella y Paul ya eran inseparables. Él la cogió de la mano y corrieron felices hacia el centro médico.

Paul no sabía si Gurney ya sería un bebé feo, o si se convirtió en el despojo que era después de que los Harkonnen lo machacaran. También esperaba que el ghola de Gurney tuviera un talento natural para el baliset. Confiaba en que los almacenes de la no-nave podrían recrear uno de aquellos antiguos instrumentos. Quizá podrían tocar juntos.

Habría otras personas presentes para el nacimiento: su «madre» Jessica, Thufir Hawat, y casi con total seguridad Duncan Idaho. Gurney tenía muchos amigos a bordo. En la nave nadie había conocido a Xavier Harkonnen o Serena Butler, los otros dos gholas que serían decantados ese día, pero eran leyendas de la Yihad Butleriana. Según Sheeana, cada ghola tenía un papel que desempeñar, y uno de ellos —o todos juntos— podía ser la clave para derrotar al Enemigo.

Aparte de los ghola muchos otros niños habían nacido en el Ítaca durante sus largos años de viaje. Las hermanas se apareaban con operarios Bene Gesserit que también habían huido de Casa Capitular; comprendían la necesidad de incrementar la población y preparar una base sólida para una nueva colonia, si es que algún día la no-nave encontraba un planeta apropiado para establecerse. Los refugiados del rabino, que también se habían casado y formado nuevas familias, seguían esperando ese hogar que satisficiera su larga búsqueda. La no-nave era tan inmensa y la población que viajaba a bordo era aún tan pequeña que a nadie le preocupaba realmente que pudieran quedarse sin recursos. Todavía no.

Cuando Paul y Chani se acercaban a la principal sala de partos, cuatro censoras salieron corriendo por el pasillo, pidiendo a voces un doctor Suk cualificado.

—¡Están muertos! ¡Los tres!

A Paul el corazón le dio un vuelco. A sus quince años, ya se estaba entrenando en algunas de las capacidades que en otro tiempo le convirtieron en el líder histórico conocido como Muad’Dib. Poniendo toda la sangre fría que pudo en su voz, exigió a la segunda censora que se detuviera.

—¡Explícate!

La Bene Gesserit contestó con sorpresa.

—Tres tanques axlotl, los tres gholas. Sabotaje… y asesinato. Alguien los ha destruido.

Paul y Chani corrieron hacia el centro médico. Duncan y Sheeana ya estaban en la puerta con aspecto convulso. En el interior de la cámara, los tres tanques axlotl habían sido desconectados de sus mecanismos de soporte vital y yacían en un charco de carne calcinada y fluidos. Alguien había utilizado un rayo incinerador y corrosivo para destruir no solo la maquinaria de soporte, sino también la carne de los tanques y a los gholas no nacidos.

Gurney Halleck, Xavier Harkonnen, Serena Butler. Todos perdidos. Y los tanques, que en otro tiempo fueron mujeres.

Duncan miró a Paul, articulando el verdadero motivo de preocupación que había en todo aquello.

—Tenemos un saboteador a bordo. Alguien que desea perjudicar al proyecto ghola… o quizá a todos nosotros.

—Pero ¿por qué ahora? —preguntó Paul—. La nave lleva huyendo dos décadas, y el proyecto ghola empezó hace años. ¿Qué ha cambiado?

—Quizá alguien tiene miedo de Gurney Halleck —sugirió Sheeana—. O de Xavier Harkonnen, o de Serena Butler.

Paul vio que los otros tres tanques de la sala no habían sido dañados, incluyendo el que recientemente había dado a luz a una Alia saturada de especia.

En pie, junto al tanque de Gurney, vio al bebé muerto entre los pliegues quemados y disueltos de carne. Se arrodilló, asqueado, y tocó las escasas hebras de cabello rubio.

—Pobre Gurney…

Mientras Duncan ayudaba a Paul a incorporarse, Sheeana dijo con voz fría y pragmática:

—Seguimos teniendo material celular. Podemos crear sustitutos para los tres. —Paul intuía su ira, apenas controlada por su estricto adiestramiento Bene Gesserit—. Necesitaremos más tanques axlotl. Haré un llamamiento pidiendo voluntarias.

El ghola de Thufir Hawat entró y contempló la escena con incredulidad, con rostro ceniciento. Tras la dura prueba en el planeta de los adiestradores, él y Miles Teg estaban más unidos que nunca. Ahora Thufir ayudaba al bashar con la seguridad y las defensas en la nave. El joven de catorce años trató de sonar autoritario.

—Descubriremos quién ha hecho esto.

—Comprueba las imágenes de seguridad —dijo Sheeana—. El asesino no puede esconderse.

Thufir parecía abochornado, además de furioso, y muy joven.

—Ya las he comprobado. Las cámaras fueron desactivadas deliberadamente, pero tiene que haber otras pruebas.

—Esto es un ataque a todos nosotros, no solo a los tanques axlotl. —Cuando se volvió hacia el joven Thufir, la ira de Paul era evidente—. El bashar ha mencionado varios incidentes anteriores que podrían ser sabotajes.

—No se ha podido demostrar —dijo Thufir—. Pudo tratarse de cortocircuitos mecánicos, fatiga de los sistemas, fallos normales.

Paul habló con voz gélida mientras miraba una última vez al bebé que habría sido Gurney Halleck.

—Esto no ha sido ningún fallo.

Y entonces, de pronto, Paul sintió que las piernas le fallaban. Le dio un vahído y su conciencia se enturbió. Mientras Chani corría a sujetarle, se tambaleó, perdió pie y al caer se golpeó la cabeza contra el suelo. Por un momento la oscuridad lo envolvió, pero las tinieblas dieron paso a una visión atemorizadora. Paul Atreides la había visto antes, pero no sabía si era un recuerdo o presciencia.

Se vio a sí mismo en el suelo en un lugar espacioso y desconocido. Una profunda herida de cuchillo se estaba llevando su vida. Una herida mortal. Su sangre se derramaba por el suelo, y su visión pasó a una oscura estática. Cuando levantó la vista, vio su propio rostro devolviéndole la mirada, riendo.

«¡Te he matado!».

Chani le estaba sacudiendo, le gritaba al oído.

—Usul, Usul, mírame.

Paul sintió la mano de Chani en su mano, y cuando su visión se aclaró vio otra cara preocupada. Por un momento pensó que era Gurney Halleck, con su cicatriz violácea en el mentón y los ojos como fragmentos de cristal, los cabellos rubios.

La imagen cambió, y se dio cuenta de que era Duncan Idaho, de pelo negro. Otro viejo amigo y guardián.

—¿Me protegerás del peligro, Duncan? —Paul hablaba con voz entrecortada. Como prometiste cuando era niño. Gurney ya no podrá estar.

—Sí, mi señor. Siempre.