¿Por qué es importante la religión? Porque por sí sola la lógica no impulsa a la gente a hacer grandes sacrificios. Sin embargo, con el fervor religioso suficiente, la gente se arrojará contra lo imposible y considerará una bendición poder hacerlo.
MISSIONARIA PROTECTIVA, primera premisa
Dos operarios se presentaron ante la puerta de la ostentosa y fría Cámara de Consejo de Murbella durante una tensa reunión. Llevaban un robot inmóvil con ayuda de unas garras suspensoras.
—¿Madre comandante? Habéis pedido que trajéramos esto.
La máquina de combate estaba hecha de metal azul y negro, reforzada con abrazaderas y un blindaje superpuesto. Su cabeza cónica presentaba una serie de sensores y dispositivos para localizar objetivos, y los cuatro brazos impulsados por motores estaban rodeados de cables y armas incorporadas. El robot de combate había resultado dañado en una escaramuza reciente, y en su torso voluminoso había señales oscuras, allí donde las descargas de energía habían dejado fuera de combate sus procesadores internos. Aquella cosa estaba apagada, muerta, derrotada. Pero incluso desactivada, era una imagen de pesadilla.
Las consejeras de Murbella, sobresaltadas por aquella interrupción en sus discusiones y argumentos, miraron la gran máquina. Todas las mujeres allí reunidas llevaban el sencillo unitardo negro de la Nueva Hermandad, siguiendo un código homogéneo en el vestir que no permitía ninguna alusión a sus orígenes como Bene Gesserit o como Honoradas Matres.
Murbella hizo una señal a aquellos operarios de aspecto apocado.
—Traed esa cosa aquí dentro, para que podamos verla cada vez que hablamos del Enemigo. Nos hará bien tener algo que nos recuerde a qué nos enfrentamos.
Incluso con la ayuda de las garras suspensoras, los operarios entraron la máquina con gran esfuerzo y sudor. Murbella se acercó al voluminoso robot de combate y miró con gesto desafiante a sus sensores ópticos apagados. Lanzó una mirada orgullosa a su hija.
—La bashar Idaho trajo este espécimen de la Batalla de Duvalle.
—Tendríamos que mandarlo con el resto de las basuras. O lanzarlo al espacio —dijo Kiria, una antigua y severa Honorada Matre—. ¿Y si conserva una programación espía pasiva?
—Ha sido sometido a una purga exhaustiva —dijo Janess Idaho. Como comandante recién nombrada de las fuerzas militares de la Hermandad, se había convertido en una joven muy pragmática.
—¿Un trofeo, madre comandante? —preguntó Laera, una Reverenda Madre de piel oscura que con frecuencia apoyaba discretamente a Murbella—. ¿O un prisionero de guerra?
—Es el único que nuestros ejércitos encontraron intacto. Volamos cuatro naves mecánicas antes de retirarnos y dejar que destruyeran el planeta. Ya habían liberado sus epidemias en Ronto y Pital, y no había supervivientes. Las pérdidas entre la población se cuentan por billones.
Las de Duvalle, Ronto y Pital eran tan solo las bajas más recientes causadas por el avance del ejército de las máquinas por los sistemas periféricos. Debido a las distancias y el poderío de las naves atacantes, los informes eran fragmentarios y a menudo desfasados. Los refugiados y los correos huían de las zonas de conflicto, dirigiéndose hacia el interior desde los límites de la Dispersión.
Murbella dio la espalda al robot desactivado para mirar a las hermanas.
—Sabemos que la tormenta se acerca. Tenemos la opción de limitarnos a evacuar… de abandonar todo lo que tenemos. Esa es la manera de las Honoradas Matres.
Algunas hermanas pestañearon por el comentario. Tiempo atrás, las Honoradas Matres habían escogido huir del Enemigo, saqueándolo todo a su paso, con la esperanza de mantenerse siempre un paso por delante de la tormenta. Para ellas, el Imperio Antiguo no fue más que una simple barricada que arrojar contra el Enemigo y que pudiera darles tiempo para escapar.
—O podemos proteger las ventanas, reforzar las paredes y expulsarlo. Y rezar para que sobrevivamos.
—Esto no es una simple tormenta, madre comandante —dijo Laera—. Las repercusiones ya se están haciendo sentir. Los refugiados que huyen del frente están colapsando los sistemas de soporte de los mundos de la segunda oleada, que también se están preparando para la evacuación. La gente no se quedará a luchar.
—Como ratas que se arraciman en una esquina cuando el barco de hunde —musitó Kiria.
—Y eso lo dice una Honorada Matre, que hizo exactamente lo mismo —dijo Janess desde el extremo de la mesa, y trató de disimular el comentario sorbiendo ruidosamente su café de especia. Kiria la miró furiosa.
—Una sombra que enturbia nuestro pasado de Honoradas Matres —dijo Murbella—. Por culpa de su soberbia y la tendencia a golpear primero y pensar después, las rameras han provocado todo esto. —Buscando en las profundidades de su mente y en la historia, ella había sido la primera en recordar cómo las hermanas fallecidas tiempo atrás habían provocado estúpidamente a las máquinas pensantes.
Kiria estaba indignada, pues obviamente seguía considerándose una Honorada Matre. A Murbella le resultaba turbador.
—Usted misma reveló por que las Honoradas Matres son lo que son, madre comandante. Descendientes de tleilaxu torturadas, Reverendas Madres salvajes y unas pocas Habladoras Pez. Tenían todo el derecho a buscar venganza.
—¡No tenían derecho a ser estúpidas! —espetó Murbella—. Su pasado doloroso no les daba derecho a arremeter contra todo lo que encontraban. No podían salvar su conciencia fingiendo que sabían lo que estaban haciendo cuando atacaron una avanzadilla de las máquinas y robaron un armamento que no entendían. —Sonrió levemente—. Si acaso, puedo entender, aunque no la apruebo, su venganza contra los mundos de los tleilaxu. Por las Otras Memorias sé lo que los tleilaxu hicieron a mis antepasadas… recuerdo haber sido uno de sus odiosos tanques axlotl. Pero no os equivoquéis, este tipo de violencia provocativa y mal planificada ha causado un daño inconmensurable a la raza humana. ¡Y mirad a lo que nos enfrentamos ahora!
—¿Cómo podemos prepararnos para la tormenta, madre comandante? —La pregunta venía de la anciana Accadia, una reverenda madre que vivía en los Archivos de Casa Capitular. Accadia casi nunca dormía y rara vez dejaba que la luz del sol tocara su piel ajada—. ¿Qué defensas tenemos? —Desde el rincón donde lo habían dejado los operarios, el voluminoso robot de combate parecía burlarse de ellas.
—Tenemos el arma de la religión. Sobre todo a Sheeana.
—¡Sheeana no nos es de ninguna utilidad! —dijo Janess—. Sus seguidores creen que murió en Rakis hace décadas.
En otro tiempo, los sacerdotes de Rakis habían sabido sacar partido a aquella joven capaz de controlar a los gusanos de arena. Las Bene Gesserit habían creado una religión local en torno a Sheeana, y la aniquilación de Dune si acaso sirvió a los propósitos más elevados de la Hermandad. Tras su supuesta muerte, la joven rescatada fue aislada en Casa Capitular, para que algún día pudiera «regresar de entre los muertos» entre bombo y platillo. Pero la Sheeana real había huido con Duncan Idaho en la no-nave hacía más de veinte años.
—No es necesario que la tengamos a ella físicamente. Solo tenemos que buscar hermanas que se parezcan y aplicar el maquillaje y las modificaciones faciales necesarias. —Murbella tamborileó con los dedos sobre sus labios—. Sí, empezaremos con doce nuevas Sheeanas. Las repartiremos ente los mundos de los refugiados, porque sin duda los desplazados serán los reclutas más impresionables. Quedará como si la Sheeana resucitada hubiera reaparecido en todas partes a la vez, como un Mesías, una visionaria, una líder.
Laera habló con voz razonable.
—Las pruebas genéticas demostrarán que esas impostoras no son Sheeana. Su plan se volverá en nuestra contra cuando la gente comprenda que hemos tratado de engañarles.
Kiria ya había pensado en la solución más obvia.
—Podemos hacer que sean doctoras Bene Gesserit, doctoras Suk, quienes hagan esas pruebas… y que mientan por nosotras.
—Y tampoco debemos subestimar nuestra mejor baza. —Murbella extendió la palma como un mendicante pidiendo limosna—. La gente quiere creer. Durante miles de años, nuestra Missionaria Protectiva ha inculcado creencias religiosas entre las gentes. Ahora debemos utilizar esas técnicas no solo para protegernos, sino como arma, como un medio para influir en los ejércitos. Ya no será una fuerza pasiva y protectora, sino activa. Una Missionaria Aggressiva.
A las otras mujeres pareció gustarles la idea, sobre todo a Kiria. Accadia miró con expresión ceñuda sus láminas de cristal riduliano, como si tratara de encontrar profundas respuestas en aquellos caracteres incomprensibles.
Murbella lanzó una mirada desafiante al robot de combate.
—Las doce Sheeanas llevarán especia de nuestros stocks. Y cada una la repartirá con generosidad mientras pronuncia sus discursos. Dirán que Shaitán les ha dicho en un sueño que la especia pronto volverá a fluir. Aunque Dune ha quedado tan muerto y quemado como Sodoma y Gomorra, muchos nuevos Dunes aparecerán por todas partes. Sheeana lo prometerá. —Años antes, algunas reverendas madres habían sido enviadas en una dispersión secreta, llevando consigo las importantísimas truchas de arena para sembrar nuevos planetas y crear otros mundos desérticos para los gusanos.
—Falsos profetas y avistamientos del Mesías. Se ha hecho antes. —Kiria parecía aburrida—. Diga, en qué puede beneficiarnos.
Murbella le dedicó una sonrisa calculada.
—Sacaremos partido de la superstición. La gente cree que debe sufrir tribulaciones, un ciclo tan antiguo como las más antiguas religiones, mucho antes del Primer Gran Movimiento o el hajj zensuní. Y amoldaremos esa creencia a nuestros propósitos. Las máquinas pensantes son el mal que debemos destruir antes de que la humanidad pueda conseguir su recompensa.
Se volvió hacia la anciana ama de los archivos.
—Accadia —dijo—, lee todo lo que puedas encontrar sobre la Yihad Butleriana y cómo Serena Butler guio a sus fuerzas. Y lo mismo con Paul Muad’Dib. Hasta podemos decir que el Tirano empezó a prepararnos para esto. Estudia sus escritos y saca las secciones que haga falta de contexto para apoyar nuestro mensaje, así la gente se convencerá de que este conflicto universal estaba anunciado: el Kralizec. Si creen en las profecías, seguirán luchando mucho después de que cualquier esperanza racional desaparezca.
Hizo un gesto para indicar a las mujeres que siguieran con sus tareas.
—Entretanto, yo he preparado un encuentro con los ixianos y la Cofradía. Dado que Richese ha sido destruido, exigirá que pongan todas sus instalaciones industriales al servicio del esfuerzo de guerra. Necesitamos cada pedazo de resistencia que podamos arañar.
Cuando ya se iba, Accadia preguntó:
—¿Y si las viejas profecías resultan ser ciertas? ¿Y si realmente estamos en los Tiempos del Fin?
—Entonces nuestros esfuerzos están más justificados. Y seguiremos luchando. Es lo único que podemos hacer. —Mirando al robot, Murbella habló como si la mente de la máquina aún pudiera oírla—. Y así es como te derrotaremos.