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Los humanos nunca son capaces de una exactitud completa. A pesar de todo el conocimiento y experiencias que hemos absorbido a través de incontables «embajadores» Danzarines Rostro, la imagen que tenemos es confusa. A pesar de ello, los defectuosos registros de la historia humana nos ofrecen una divertida perspectiva de los delirios del humano.

ERASMO, registros y análisis, Copia 242

A pesar de décadas de esfuerzos, las máquinas pensantes aún no habían capturado la no-nave y su precioso cargamento. Sin embargo, esto no impidió que la supermente informática lanzara su vasta flota de exterminación contra el resto de la humanidad.

Duncan Idaho seguía eludiendo a Omnius y Erasmo, que arrojaban una y otra vez su reluciente red de taquiones a la nada, buscando a su presa. La capacidad de la no-nave de ocultarse normalmente evitaba que la vieran, pero de vez en cuando sus perseguidores captaban algún destello, como cuando ves algo oculto tras unos arbustos. Al principio, la búsqueda había sido un desafío, pero la supermente empezaba a impacientarse.

—Has vuelto a perder la nave —dijo la supermente con voz atronadora a través de los altavoces de la cámara central de la catedral de la metrópolis tecnológica de Sincronía.

—Eso es inexacto. Para perderla primero tengo que haberla encontrado. —Erasmo cambió su piel de metal líquido tratando de sonar despreocupado, y cambió su disfraz de dulce ancianita por la figura más familiar del robot de platino.

Como troncos arqueados, las agujas de metal se elevaban por encima de Erasmo para formar una cúpula abovedada en el interior de la catedral mecánica. Los fotones brillaban sobre la piel activada de los pilares, bañando su nuevo laboratorio de luz. Hasta había hecho instalar una fuente luminosa de lava burbujeante… una decoración inútil, aunque con frecuencia el robot se entregaba a aquella sensibilidad artística que tanto había cultivado en el pasado.

—No seas impaciente. Recuerda las proyecciones matemáticas. Todo está bellamente predeterminado.

—Tus proyecciones matemáticas podrían ser un mito, como cualquier otra profecía. ¿Cómo sé que son correctas?

—Porque yo digo que son correctas.

Con el lanzamiento de la flota mecánica, el largamente anunciado Kralizec había empezado, por fin. Kralizec… Armagedón. La Batalla del Fin del Universo… Ragnarok… Azrafel… el Tiempo del Fin, la Oscuridad de Nube. Se encontraban en un momento de cambios trascendentales, el universo entero estaba girando sobre su eje cósmico. Las leyendas humanas ya predecían este cataclismo desde los albores de la civilización. Ciertamente, ya habían pasado por numerosas reiteraciones de cataclismos similares: la Yihad Butleriana, la yihad de Paul Muad’Dib, el reinado del tirano Leto II. Al manipular las proyecciones informáticas y crear con ello ciertas expectativas en la mente de Omnius, Erasmo había conseguido poner en marcha los acontecimientos que llevarían a otro cambio fundamental. Profecía y realidad… el orden de las cosas no importaba.

Como una flecha, todos los cálculos infinitamente complejos de Erasmo, trillones de datos que pasaban por las más sofisticadas rutinas, señalaban un único resultado: el kwisatz haderach último —quienquiera que fuese— determinaría la marcha de los acontecimientos al final del Kralizec. La proyección también revelaba que el kwisatz haderach viajaba a bordo de la no-nave, así que, naturalmente, Omnius quería aquella baza de su lado. Luego, las máquinas pensantes debían capturar la no-nave. El primero que consiguiera controlar al kwisatz haderach ganaría.

Erasmo no acababa de entender qué haría aquel superhombre cuando lo localizaran y prendieran. A pesar del tiempo que llevaba estudiando al humano, seguía siendo una máquina pensante, en cambio el kwisatz haderach no lo era. Los nuevos Danzarines Rostro, que tanto tiempo llevaban infiltrados en la humanidad y facilitaban una información vital al Imperio Sincronizado, estaban en algún punto intermedio, como máquinas biológicas híbridas. Él y Omnius habían absorbido tantas de las vidas robadas por los Danzarines Rostro que a veces olvidaban quiénes eran. Los maestros tleilaxu originales no habían sabido prever la importancia de lo que habían ayudado a crear.

Sin embargo, el robot independiente sabía que debía seguir controlando a Omnius.

—Hay tiempo. Tienes una galaxia entera por conquistar antes de que necesitemos al kwisatz haderach que viaja en esa nave.

—Me alegro de no haber esperado a que lo tuvieras para empezar.

Durante siglos, Omnius había estado construyendo una flota invencible. Millones y millones de naves avanzaban en aquellos momentos, utilizando los tradicionales pero efectivos motores que viajaban a la velocidad de la luz, conquistando un sistema estelar tras otro. La supermente podía haber utilizado los sistemas matemáticos de navegación que los Danzarines Rostro habían «proporcionado» a la Cofradía Espacial, pero había un elemento en la tecnología Holtzman que, sencillamente, seguía resultando demasiado incomprensible. Para viajar a través del tejido espacial se requería algo indefiniblemente humano, un intangible «salto de fe». La supermente jamás admitiría que aquella abigarrada tecnología en realidad le ponía… nervioso.

Después de algunas escaramuzas de prueba, la muralla de naves robóticas había encontrado y destruido con rapidez una primera avanzadilla de mundos fronterizos establecidos por los humanos.

Las naves de vanguardia cartografiaban los mundos que había por delante y esparcían plagas biológicas mortíferas que Erasmo había desarrollado; para cuando la flota llegaba a cada objetivo, la acción militar normalmente era innecesaria, porque encontraban a una población moribunda. Cada combate, incluso los encuentros con grupos aislados de Honoradas Matres, era igualmente decisivo.

Para mantenerse ocupado, el robot independiente revisó la avalancha de datos que le enviaban. Aquella era la parte que más le gustaba. Un ojo espía zumbaba revoloteando ante él y Erasmo lo apartó.

—Si me permites que me concentre, Omnius, quizá encuentre la forma de acelerar nuestros avances contra los humanos.

—¿Cómo sé que no cometerás otro error?

—Porque confías en mis capacidades.

El ojo espía se alejó revoloteando.

Mientras la flota mecánica aplastaba un planeta humano tras otro, Erasmo iba dando instrucciones adicionales a los robots invasores. Los humanos infectados se retorcían en el suelo, entre vómitos, sangrando por los poros, y entretanto los exploradores mecánicos saqueaban tranquilamente las bases de datos, salas de registros, bibliotecas y otras fuentes. Era una información diferente de la que podía extraer de las vidas aleatorias que los Danzarines Rostro asimilaban.

Con la entrada de todos aquellos nuevos datos, Erasmo había podido permitirse el lujo de volver a convertirse en científico, como lo fuera en tiempos, la búsqueda de una verdad científica había sido siempre la verdadera razón de su existencia. Y ahora el flujo de información era mayor que nunca. Feliz por tener una cantidad tan grande de datos nuevos aún sin digerir, Erasmo concentró su mente elaborada en los hechos y las historias desnudos.

Tras la supuesta destrucción de las máquinas pensantes hacía más de quince milenios, los fecundos humanos se habían extendido, creando civilizaciones, destruyéndolas. Erasmo se sentía intrigado por la forma en que, después de la Batalla de Corrin, la familia Butler había fundado y gobernado un imperio bajo el nombre de Corrino durante diez mil años, con algunos lapsos e interreinados, para ser desbancados por un líder fanático llamado Muad’Dib.

Paul Atreides. El primer kwisatz haderach.

Sin embargo, con su hijo Leto II conocido como Dios Emperador o Tirano, se había producido un cambio aún más importante. Otro kwisatz haderach… un híbrido único entre hombre y gusano de arena que impuso su mandato draconiano durante tres mil quinientos años. Después de su asesinato, la civilización humana se fragmentó. Tras huir a los confines de la galaxia en la Dispersión, las dificultades endurecieron al humano, hasta que las Honoradas Matres —la peor entre las especies de humanos— fueron a parar al próspero imperio de las máquinas…

Otro ojo espía revoloteaba escaneando los mismos archivos que Erasmo estaba leyendo. Omnius habló con voz resonante a través de las placas de las paredes.

—Considero que sus contradicciones, planteadas como hechos, son inquietantes.

—Inquietantes, tal vez, sí, pero también son fascinantes. —Erasmo se desconectó de los montones de archivos históricos—. Sus historias nos enseñan cómo se ven a sí mismos y al universo que les rodea. Evidentemente, estos humanos necesitan a alguien que vuelva a tomar con firmeza el control.