Hay tantas personas del pasado que no han vuelto a nacer… incluso si no las recuerdo, las añoro. Los tanques axlotl pronto remediaran esto.
DAMA JESSICA, el gola
A bordo del Ítaca, la no-nave errante, Jessica presenció el nacimiento de su hija, pero solo como observadora. Solo tenía catorce años, y estaba junto con muchos otros en el centro médico, mientras las doctoras Suk Bene Gesserit de la sala adyacente se preparaban para extraer a la diminuta niña de un tanque axlotl.
—Alia —murmuró una de las doctoras.
Aquella no era realmente hija de Jessica, sino un ghola desarrollado a partir de células que se habían conservado. Ninguno de los gholas de la no-nave era todavía «él mismo». No había recuperado ninguno de sus recuerdos, de sus pasados.
En el fondo de su mente Jessica notaba que algo trataba de aflorar a la superficie y, aunque le daba vueltas y vueltas como a un diente flojo, no conseguía recordar la primera vez que Alia nació. En los archivos, había leído y releído los relatos históricos generados por los biógrafos de Paul Muad’Dib. Pero no podía «recordar».
Lo único que tenía eran imágenes de sus estudios: «Un sietch seco y polvoriento en Arrakis, rodeada de fremen. Jessica y su hijo Paul huyeron, y la tribu del desierto los acogió. El duque Leto había muerto asesinado a manos de los Harkonnen. Jessica bebió el Agua de Vida estando embarazada y cambió para siempre el feto que llevaba en su interior». Desde el momento de su nacimiento, la Alia original fue diferente de los otros bebés, una niña impregnada de un antiguo saber y de locura, capaz de llamar a las puertas de las Otras Memorias sin haber pasado por la Agonía de Especia. ¡Una Abominación!
Aquella era otra Alia. Otro tiempo, otras formas.
En aquellos momentos, Jessica estaba junto a su «hijo» ghola Paul, que cronológicamente era un año mayor que ella. Paul esperaba junto a su amada compañera fremen, Chani, y el ghola de nueve años del que fuera su hijo, Leto II. En un grupo anterior de vidas, aquella había sido su familia.
La Orden de las Bene Gesserit había resucitado a aquellas figuras de la historia para que ayudaran en la lucha contra el temible Enemigo exterior que les perseguía. Con ellos tenían a Thufir Hawat, al planetólogo Liet-Kynes, al líder fremen Stilgar, e incluso al destacable doctor Yueh. Y ahora, después de un intermedio de diez años en el programa de los gholas, Alia se unía a ellos. Pronto llegarían otros; los tres tanques axlotl que quedaban estaban ya embarazados de tres nuevos niños: Gurney Halleck, Serena Butler, Xavier Harkonnen.
Duncan Idaho le dedicó a Jessica una mirada burlona. El eterno Duncan, ya con todos los recuerdos de sus vidas anteriores… ¿Qué pensaría de aquel nuevo bebé-ghola, una burbuja del pasado que llegaba al presente? Tiempo atrás, el primer ghola de Duncan Idaho fue consorte de Alia…
— o O o —
Duncan, que disimulaba muy bien su edad, era un hombre hecho y derecho con pelo oscuro y ensortijado. Exactamente como el héroe que aparecía en tantos registros de archivo, desde los tiempos de Muad’Dib, pasando por los tres mil quinientos años de reinado del Dios Emperador, hasta el momento presente, quince siglos después.
El viejo rabino entró en la sala de partos, tarde y sin aliento, acompañado por el ghola de doce años de Wellington Yueh. La frente del joven Yueh no lucía el diamante tatuado de la famosa Escuela Suk. Según parece, el rabino creía poder evitar que aquel joven larguirucho cometiera los mismos crímenes horribles de su vida anterior.
En aquellos momentos, el rabino parecía furioso, como sucedía invariablemente cada vez que se acercaba a los tanques axlotl. Las doctoras Bene Gesserit no le hicieron caso, así que el anciano volcó su disgusto sobre Sheeana.
—Después de años de sentido común, ¡has vuelto a hacerlo! ¿Cuándo dejarás de desafiar a Dios?
Después de tener un ominoso sueño presciente, Sheeana había declarado una moratoria temporal en el proyecto ghola, que había sido su pasión desde el principio. Pero la terrible experiencia en el planeta de los adiestradores y el hecho de haber estado a punto de caer en manos del Enemigo que les perseguía, había obligado a Sheeana a reconsiderar su posición. La riqueza de la experiencia histórica y táctica que los gholas podían ofrecer era tal vez el arma más poderosa de la no-nave. Sheeana había decidido arriesgarse.
Quizá algún día Alia nos salvará, pensó Jessica. O alguno de los otros golas…
Tentando al destino, Sheeana había hecho un experimento con este ghola no nacido en un intento de lograr que se pareciera más a la Alia auténtica. Tras calcular el momento del embarazo en que dama Jessica había consumido el Agua de Vida, Sheeana dio instrucciones a las doctoras Suk Bene Gesserit para que inyectaran una sobredosis casi fatal de especia en el tanque axlotl. Que saturaran el feto. La idea era intentar recrear una Abominación.
Cuando se enteró, Jessica se quedó horrorizada… pero ya era demasiado tarde, y no pudo hacer nada. ¿Cómo afectaría la especia a aquel bebé inocente? Una sobredosis de melange era distinto a pasar por la Agonía.
Una de las doctoras Suk dijo al rabino que saliera de la sala de partos. Con expresión ceñuda, el anciano levantó una mano, como si estuviera bendiciendo la carne pálida del tanque axlotl.
—Las brujas actuáis como si estos tanques ya no fueran mujeres, como si no fueran seres humanos… pero esta sigue siendo Rebecca. Sigue siendo una oveja de mi rebaño.
—Rebecca satisfizo una necesidad vital —dijo Sheeana—. Todas las voluntarias sabían exactamente lo que estaban haciendo. Ella aceptó su responsabilidad. ¿Por qué no hace usted otro tanto?
El rabino se volvió con exasperación al joven que estaba a su lado.
—Háblales, Yueh. Quizá a ti te escucharán.
A Jessica le pareció que aquel ghola macilento se sentía más intrigado que indignado por los tanques.
—Como doctor Suk —dijo—, traje al mundo a muchos bebés. Pero nunca de este modo. Al menos eso creo. Mis recuerdos todavía me están vedados, y en ocasiones me siento confundido.
—Pero Rebecca es un ser humano, no es solo una máquina biológica para producir melange y camadas de gholas. Debes entenderlo. —La voz del rabino subió de tono.
Yueh se encogió de hombros.
—Puesto que yo he nacido de la misma forma, no puedo mostrarme del todo objetivo. Si recuperara mis recuerdos tal vez estaría de acuerdo con usted.
—¡No necesitas tus recuerdos originales para pensar! Porque, la capacidad de pensar la tienes, ¿no es cierto?
—El bebé está listo —dijo una de las doctoras interrumpiéndole—. Debemos decantarlo ahora. —Se volvió con impaciencia al rabino—. Déjenos hacer nuestro trabajo… si no, el tanque también podría resultar dañado.
Con un sonido de disgusto, el rabino se abrió paso al exterior de la sala. Yueh se quedó atrás, mirando.
Una de las doctoras Suk ató el cordón umbilical del tanque de carne. Su compañera, más baja, lo cortó; luego secó el cuerpo pequeño y resbaladizo y levantó a Alia en el aire. Al momento la niña empezó a llorar con fuerza, como si hubiera estado esperando con impaciencia su nacimiento. Jessica suspiró con alivio al oír aquel llanto sano, que indicaba que esta vez su hija no era una Abominación. En el momento de nacer, la Alia original había mirado al mundo con determinación, con la expresión y la inteligencia de un adulto. El llanto de este bebé parecía normal. Pero se interrumpió bruscamente.
Mientras una de las doctoras se ocupaba del tanque flácido, la otra secó a la niña y la envolvió en una mantita. Jessica no pudo evitar sentir una punzada en el corazón, necesitaba coger al bebé en brazos, pero se contuvo. ¿Se pondría Alia a hablar de pronto con las voces de las Otras Memorias? Pero no, la pequeña se limitaba a mirar a su alrededor, sin acabar de enfocar.
Otros se ocuparían de Alia, de un modo no muy distinto de las hermanas Bene Gesserit, que cogían a las niñas recién nacidas bajo su tutela. La primera Jessica, nacida bajo la estrecha vigilancia de las Amantes Procreadoras, nunca supo lo que era una madre en el sentido tradicional. Tampoco lo sabría esta Jessica, ni Alia, ni ninguno de los otros bebés ghola experimentales. La nueva hija sería criada comunitariamente en una sociedad improvisada, más como objeto de curiosidad científica que de amor.
—Somos una familia extraña —susurró.