No había nada que el piloto pudiese hacer sin que implicase también su propia muerte, así que lo dejaron solo en la carlinga. Pero no antes de mirar el combustible que quedaba. No mucho. Menos de una hora de vuelo, posiblemente menos. No tenían cobertura en los móviles. Reacher le dijo al piloto que bajase y fuese hacia el sur para encontrar cobertura. Dixon y O’Donnell colocaron los asientos traseros en posición normal y se sentaron. No se abrocharon los arneses. Reacher pensó que estaban hartos de estar atados. Se tumbó en el suelo con los brazos y las piernas abiertas. Estaba cansado y desanimado. Lamaison había desaparecido, pero ninguno de sus amigos había regresado.
—¿Adónde llevarías los seiscientos cincuenta misiles? —preguntó O’Donnell.
—A Oriente Medio —contestó Dixon—. Los enviaría por mar. La electrónica a través de Los Ángeles y los tubos por Seattle.
Reacher levantó la mano.
—Lamaison dijo que iban a Cachemira.
—¿Le creíste?
—A medias. Creo que él sí que escogió creer una mentira para salvar su propia conciencia. Fuera lo que fuese, estamos hablando de un civil. No quería saber la verdad.
—¿De qué se trata entonces?
—Terrorismo interno, aquí en Estados Unidos. Tiene que serlo. Es obvio. Cachemira es una disputa entre gobiernos. Los gobiernos compran de otra manera. No van por ahí con maletas Samsonite llenas de bonos al portador, códigos de acceso a cuentas bancarias y diamantes.
—¿Es lo que has encontrado? —preguntó Dixon.
—En Highland Park. Por valor de sesenta y cinco millones de dólares. Neagley los tiene. Tú puedes convertirlos en dinero, Karla.
—Si sobrevivo. Mi avión de regreso a Nueva York puede ser derribado.
—Si no mañana —asintió Reacher—, al día siguiente o al otro.
—¿Cómo los encontramos? Ocho horas a ochenta kilómetros por hora da un radio de seiscientos cuarenta kilómetros. Que equivale a ochocientos mil kilómetros cuadrados.
—Setecientos dos mil setecientos veinte —dijo Reacher automáticamente—. Si utilizas solo tres decimales para pi. Pero es el acuerdo al que llegamos. Podríamos haberlos detenido cuando el círculo era mucho más pequeño o venir a rescataros.
—Gracias —dijo O’Donnell.
—Eh, que yo voté por detener el camión. Neagley rechazó mi decisión.
—Bien, ¿y qué hacemos?
—¿Alguna vez has visto a un gran centrocampista jugar al béisbol? Nunca sigue la pelota. Corre hacia donde llegará la pelota. Como Mickey Mantle.
—No has visto jugar a Mantle en tu vida.
—Pero vi las noticias.
—Estados Unidos tiene una superficie de más de nueve millones seiscientos mil kilómetros cuadrados. Es más grande que el campo del estadio de los Yankees.
—Pero no mucho más —dijo Reacher.
—¿Entonces hacia dónde corremos?
—Mahmoud no es tonto. De hecho a mí me parece un tipo muy inteligente y cauteloso. Acaba de gastarse sesenta y cinco millones de dólares en lo que solo son componentes. Tuvo que haber insistido en que parte del trato era que alguien le mostrase cómo montar esos malditos cacharros.
—¿Quién?
—¿Qué nos dijo la tipa de Neagley, la política, Diana Bond?
—Muchas cosas.
—Nos dijo que el ingeniero de New Age hace las pruebas de control de calidad porque hasta ahora es el único tipo en el mundo que sabe cómo debe funcionar el Little Wing.
—Y Lamaison lo tenía cogido por las pelotas de alguna manera —señaló Dixon.
—Amenazaba a su hija.
—Si Lamaison iba a utilizarlo, iba a llevarle a alguna parte —dijo O’Donnell—. Y tú has arrojado a Lamaison fuera del maldito helicóptero antes de preguntárselo.
—Pero él estuvo hablando todo el tiempo como si eso fuese ya algo pasado.
Reacher negó con la cabeza.
—Dijo que era un trato finiquitado. Había algo en sus palabras. No iba a llevar a nadie a ninguna parte.
—Entonces ¿quién?
—No quién —dijo Reacher—. La pregunta es dónde.
—Si solo hay un tipo, y Lamaison no pensaba llevarlo a ninguna parte —señaló Dixon—, entonces son los misiles los que van a venir hasta él.
—Es ridículo —contradijo O’Donnell—. No puedes llevar un semirremolque lleno de misiles a un apartamento en Century City o donde sea.
—El tipo no vive en Century City —dijo Reacher—. Vive en el desierto. En el medio de la nada. ¿Qué mejor lugar para llevar un semirremolque cargado con misiles?
—Los móviles ya funcionan —avisó el piloto.
Reacher cogió su móvil. Buscó el número de Neagley. Apretó el botón verde. Ella respondió.
—¿La casa de Dean? —preguntó Reacher.
—Desde luego. Estoy a veinte minutos.