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No lo comprendieron. Ni aprovecharon el momento. Sin embargo, O’Donnell sí que levantó la cabeza y los pies del suelo y se desplazó como una tortuga unos quince centímetros hacia Reacher y Dixon rodó hacia el otro lado y unos preciosos treinta centímetros de espacio se abrieron entre ellos. Reacher entró agradecido en ese espacio y golpeó a Parker en el vientre con el cañón de la SIG. El aliento escapó de sus pulmones, se dobló por la cintura y dio un paso instintivo por el canal que O’Donnell y Dixon habían creado. Reacher pasó a su lado como un torero, plantó la suela de su bota en el culo de Parker, lo empujó por detrás y lo envió tambaleante sobre las piernas rígidas a través de la cabina, y ciegamente atravesó la puerta hacia la noche. Antes de que su grito se hubiese apagado, Reacher ya tenía el brazo izquierdo alrededor de la garganta de Lamaison con la SIG apuntando al piloto y la Glock bien apretada en la nuca de Lamaison.

Después todo fue más fácil.

El piloto permaneció inmóvil en los controles. El helicóptero colgaba allí en su ruidosa posición estática. El rotor batía con fuerza y todo el aparato continuaba con su lento giro. La puerta se mantenía abierta, ancha e invitadora, sujetada por la corriente de aire. Reacher cerró bien el codo y tiró hacia atrás y hacia arriba del cuello de Lamaison como si fuese a arrancarlo del asiento hasta que las correas de los hombros se tensaron. Dejó la Glock en el suelo y buscó en el bolsillo los nudillos de O’Donnell. Los sujetó en los dedos como si fuese una herramienta y miró detrás. Extendió el brazo, empujó a Dixon para ponerla de frente y utilizó los bordes afilados de los nudillos para rozar las ligaduras de las muñecas. Ella tensó los brazos y las fibras de sisal se partieron lentamente, una tras otra. Reacher notaba cada éxito con toda claridad a través del duro material cerámico, suaves notas armónicas, algunas veces dos a la vez. Lamaison comenzó a resistirse y Reacher apretó el codo, que tenía la ventaja de asfixiar a Lamaison hasta someterlo, pero con la desventaja de apuntar la pistola detrás del piloto. Pero el piloto no hizo ningún intento de aprovechar la ventaja. No reaccionó en absoluto. Permaneció sentado, las manos en la palanca de vuelo, los pies en los pedales, para mantener el helicóptero en su lento movimiento giratorio.

Reacher continuó serrando, a ciegas. Un minuto. Dos. Dixon continuaba moviendo los brazos, para ofrecerle nuevas hebras, para comprobar el progreso. Lamaison forcejeaba con fuerza. Era un tipo grande, fuerte y poderoso, de cuello grueso, los hombros anchos. Y estaba asustado. Pero Reacher era más grande, más fuerte, y estaba furioso. Más furioso que Lamaison asustado.

Reacher apretó el brazo. Lamaison continuó resistiéndose. Consideró si se tomaba un momento para golpearlo, pero quería mantenerlo consciente para después. Así que continuó ocupándose de las cuerdas y de pronto se desató todo un trozo, las muñecas de Dixon se soltaron y ella se puso de rodillas. Reacher le dio los nudillos y la Glock y pasó la SIG de la izquierda a la derecha.

Después todo fue mucho más fácil aún.

Dixon hizo lo correcto, que fue no hacer caso de los nudillos y arrastrarse a través de la cabina como una sirena hasta los bolsillos de Lamaison, donde encontró una cartera, una pistola y la navaja de O’Donnell. Dos segundos más tarde tenía los pies libres, y al cabo de otros cinco O’Donnell estaba libre. Ambos llevaban atados desde hacía horas, y estaban acalambrados, rígidos y sus manos temblaban mucho. Pero no tenían por delante ningún trabajo complicado. Solo tenían que controlar al piloto. O’Donnell sujetó el cuello de la cazadora del tipo con un puño y le metió el cañón de la SIG bajo la barbilla. No había manera de errar con un disparo a quemarropa, por mucho que le temblasen las manos. Ninguna en absoluto. El piloto lo tenía claro. Permaneció pasivo. Reacher metió el cañón de la SIG en la oreja de Lamaison y se inclinó hacia el otro lado, hacia el piloto y le preguntó:

—¿Altura?

El piloto tragó saliva.

—Mil metros.

—Vamos a subir un poco —dijo Reacher—. Probemos con mil quinientos metros.