75

Reacher se arrastró al sur por la hierba, atento a la presencia de Neagley en la oscuridad. Avanzó unos cincuenta metros y en cambio se encontró con un cadáver. Tropezó con él, primero con las manos y después con las rodillas. Era un hombre, que se enfriaba rápido. Traje azul, camisa blanca. El cuello partido.

—¿Neagley? —susurró.

—Aquí —susurró ella como respuesta.

Estaba a unos seis metros, tumbada de lado, apoyada en un codo.

—¿Estás bien? —preguntó Reacher.

—Bien.

—¿Dónde está el otro?

—Detrás de ti. A tu derecha.

Reacher se volvió. La misma clase de tipo, el mismo traje, la misma camisa.

La misma herida.

—¿Algún problema?

—Pues más fácil y más silencioso que tú. Oí el golpe de cabeza desde aquí.

Chocaron los puños en la oscuridad, el viejo ritual, que era el máximo de contacto físico que ella permitía.

—Lamaison cree que estamos afuera mirando hacia el interior —le informó Reacher—. Intenta engañarnos con un trato. Si nos rendimos nos tendrán encerrados aquí durante una semana y luego nos dejarán marchar cuando se acabe todo el jaleo.

—Como si fuésemos a creerle.

—Uno de mis tipos tenía los nudillos de Dave.

—No es una buena señal.

—Hasta ahora están bien. Le pedí una prueba de vida. Preguntas personales. Dixon dijo que estaba con la cincuenta y tres y O’Donnell, que estaba en el ciento treinta y uno.

—Eso es una tontería. Nunca ha existido la cincuenta y tres. Y Dave fue asignado al ciento diez en cuanto salió de la escuela de oficiales.

—Nos están diciendo algo —dijo Reacher—. Cincuenta y tres es un número primo. Karla sabía que pensaría en eso.

—¿Y?

—Cinco y tres suman ocho. Nos está diciendo que hay ocho hostiles.

—Entonces quedan cuatro. Lennox, Parker y Lamaison. Más uno. ¿Quién es el cuarto?

—Ese es el mensaje de Dave. Es un tipo de letras. Uno tres uno.

—La décimo tercera letra del alfabeto y la primera.

—M y A —dijo Neagley.

—Mauney —adivinó Reacher—. Curtis Mauney está aquí.

—Excelente —aprobó Neagley—. Nos evitará cazarlo más tarde.

Chocaron de nuevo los puños. Entonces comenzaron a sonar los móviles. Fuertes, penetrantes e insistentes. Dos de ellos, tonos diferentes, no sincronizados. Uno en cada bolsillo de los tipos muertos. Reacher no tenía ninguna duda de que lo mismo estaba ocurriendo cincuenta metros más allá. Otros dos tipos muertos, otros dos bolsillos, otros dos móviles que sonaban. Una llamada múltiple. Lamaison estaba intentando ponerse en contacto con su patrulla de infantería.

Algo imprevisible.

Los teléfonos sonaron seis veces y se detuvieron. Volvió el silencio.

—¿Qué harías tú ahora? —preguntó Reacher—. ¿Si tú fueses Lamaison?

—Cogería los Chrysler, encendería las largas y me montaría una pequeña patrulla motorizada. Nos encontrarían en menos de un minuto.

Reacher asintió. Contra un hombre a pie, el solar parecía grande. Contra un coche, parecería pequeño. Contra más de un coche, resultaría diminuto. En la oscuridad se sentía seguro. Con los faros de xenón encendidos sería como estar en una pecera. Imaginó a los coches saltando por el terreno irregular, se imaginó a sí mismo atrapado entre los faros, corriendo a la derecha, a la izquierda, protegiéndose los ojos, un coche persiguiéndolo, los otros dos cercándolos.

Miró la cerca.

—Correcto —dijo Neagley—. La cerca nos impide salir fuera como antes nos impedía entrar. Somos dos bolas en una mesa de billar y alguien está a punto de encender las luces y coger un taco.

—¿Qué van a hacer si no nos encuentran?

—¿Cómo es posible que no nos encuentren?

—Suponlo.

Neagley se encogió de hombros.

—Creerán que de alguna manera conseguimos salir.

—¿Y después?

—Les entrará el pánico.

—¿Y después?

—Matarán a Karla y a Dave y se atrincherarán.

Reacher asintió.

—Eso creo yo también.

Se levantó y corrió. Neagley le siguió.