71

Esperar a que anochezca siempre es un largo y tedioso proceso. Algunas veces la Tierra parece girar deprisa, y otras lenta. Esta vez parecía lenta. Aparcaron en una calle tranquila a tres manzanas de la planta de New Age, en lados opuestos de la calle. El Civic de Neagley miraba al oeste; el Prelude de Reacher, al este. Ambos veían el lugar. Las cosas habían cambiado al otro lado de la cerca. Los coches de los trabajadores de montaje habían desaparecido del aparcamiento. En su lugar había seis Chrysler 300C azules. Estaba claro que había acabado la jornada de trabajo. Todo había sido despejado para la inminente batalla. Más allá de los coches alcanzaban a ver el helicóptero, a unos cuatrocientos metros. Nada más que una pequeña silueta blanca, pero suponían que serían capaces de percatarse en caso de que se pusiese en marcha. Y si lo hacía, quedaban cerradas todas las apuestas.

Reacher había colocado sus móviles en modo vibración. Neagley le llamó dos veces, para pasar el tiempo. En realidad estaba tan cerca que podría bajar el cristal de la ventanilla y gritarle, pero estaba claro que no quería llamar la atención.

La primera vez le preguntó:

—¿Has dormido con Karla?

—¿Cuándo? —preguntó Reacher a su vez para ganar tiempo.

—En este viaje.

—Dos veces —contestó Reacher—. Nada más.

—Me alegro.

—Gracias.

—Siempre quisisteis hacerlo.

La segunda vez que llamó fue quince minutos más tarde.

—¿Has hecho testamento? —preguntó.

—No me hace falta —respondió Reacher—. Ahora que han destrozado mi cepillo de dientes, no soy dueño de nada.

—¿Qué sientes?

—Cabreo. Me gustaba el cepillo. Llevaba conmigo mucho tiempo.

—No, me refiero al resto.

—Me parece bien. No veo que Karla o Dave estén más contentos que yo.

—Ahora mismo no lo están, eso está claro.

—Saben que venimos.

—Morir todos juntos les alegrará mucho.

—Es mejor que morir solo —afirmó Reacher.

Un gran semirremolque blanco avanzaba en dirección oeste por la I-70 en Colorado, en dirección al estado de Utah. Llevaba menos de media carga, un poco más de dieciséis toneladas en un remolque diseñado para llevar cuarenta. Así que iba poco cargado, pero circulaba a baja velocidad debido a las montañas. Iría a marcha lenta hasta doblar al sur por la I-15. A partir de allí sería un trayecto más rápido, cuesta abajo hasta California. El conductor había calculado un promedio de ochenta kilómetros por hora para todo el viaje. Dieciocho horas como máximo, de puerta a puerta. No iba a hacer ningún descanso. ¿Cómo podía? Era un hombre con una misión, no tenía tiempo para frivolidades.

Azhari Mahmoud consultó el mapa por tercera vez. Calculaba que necesitaría tres horas. O quizá más. Tenía que cruzar casi todo Los Ángeles, de sur a norte. No esperaba que fuese fácil. El camión alquilado era lento y difícil de conducir, y estaba seguro de que el tráfico sería horroroso. Decidió darse a sí mismo cuatro horas. Si llegaba temprano, podía esperar. No había nada malo en hacerlo. Puso la hora en el despertador, se tumbó en la cama e intentó dormirse a fuerza de voluntad.

Reacher miró el horizonte oriental en un intento por juzgar la luz. El tinte en el parabrisas no ayudaba. Desde el punto de vista óptico, era demasiado optimista. Hacía que el cielo pareciese mucho más oscuro de lo que era en realidad. Bajó el cristal de la ventanilla y se asomó. En realidad, nada bueno. Les quedaba por lo menos otra hora de luz. Después quizás una hora de crepúsculo. Luego la total oscuridad. Subió el cristal de la ventanilla, se acomodó en el asiento y descansó. Se obligó a bajar las pulsaciones, respiró hondo y se relajó.

Permaneció relajado hasta que le llamó Allen Lamaison.