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Como era obvio, finalmente Reacher abrió el expediente personal de Tony Swan. No fue más allá de la fotografía Polaroid. Era de hacía un año y no tenía ni remotamente la calidad de un estudio fotográfico, pero así y todo era de mejor calidad que la imagen del vídeo de vigilancia de Curtis Mauney. Diez años después del ejército, el pelo de Swan era más corto que cuando estaba de servicio. Por aquel entonces la moda de las cabezas afeitadas ya se había impuesto entre los reclutas, pero no había alcanzado a los oficiales. Swan llevaba un corte de pelo normal, peinado con raya. Pero como los años no perdonan, el pelo había ido raleando y decidió cambiar por un corte a lo Julio César. Durante su estancia en el ejército su color era castaño. En la fotografía era de un tono gris polvoriento. Tenía bolsas debajo de los ojos y la articulación de la mandíbula abultada por el músculo y algo de grasa. Su cuello era más ancho que nunca. Reacher se asombró de que alguien fabricase camisas con cuellos de aquel tamaño. Como neumáticos.

—¿Y ahora qué? —preguntó Dixon en el silencio. Reacher sabía que no era una pregunta. Solo quería evitar que continuase leyendo. Intentaba proteger sus sentimientos. Cerró el expediente. Lo arrojó sobre la cama bien lejos de los demás, en una categoría propia. Swan se merecía algo mejor que estar asociado con sus recientes colegas, aunque solo fuese en papel.

—Quién lo sabía y quién iba en el helicóptero —dijo Reacher—. Es todo lo que necesitamos saber. Los demás pueden vivir un poco más.

—¿Cuándo lo sabremos?

—Hoy mismo, más tarde. Tú y Dave podéis ir a echar una ojeada a Highland Park. Neagley y yo volvemos a Los Ángeles Este. En una hora. Así que dormid una siesta, y que os aproveche.

Reacher y Neagley salieron del motel a las cinco de la mañana. En Hondas separados, ambos conduciendo con una mano y ha blando por teléfono como todos los demás automovilistas. En opinión de Reacher, cuando saltó la alarma Lamaison y Lennox acudieron a Highland Park. Ese debía de ser el protocolo de emergencia habitual, porque Highland Park era la instalación más importante. El ataque en Los Ángeles Este podía ser perfectamente una maniobra de distracción. Pero tras una noche sin sobresaltos, todos esos temores seguro que desaparecieron y entonces habrían acudido a la escena del crimen alrededor del alba. Declararían el cubo de cristal inservible para la actividad normal y les darían a todos el día libre. Excepto a los jefes de departamento, quienes serían llamados para hacer un inventario de los daños y una lista de lo que faltaba.

Neagley estuvo de acuerdo con el análisis. Comprendió la siguiente parte del plan sin tener que preguntar, era una de las razones por la que le gustaba tanto a Reacher.

Aparcaron a cien metros el uno del otro en calles diferentes, ocultos a plena vista. El sol asomaba por el horizonte y el alba era gris. Reacher estaba a cincuenta metros del edificio de New Age y veía su coche reflejado en el vidrio espejo, pequeño, distante y anónimo, uno de los centenares aparcados por todas partes. Había un camión grúa en la destrozada zona de recepción. Un cable de acero entraba en la penumbra. El tipo llamado Parker continuaba allí con su gabardina. Dirigía las operaciones. Tenía a un soldado de a pie con él. Reacher se dijo que los otros tres habían sido enviados a Highland Park para relevar a Lamaison y Lennox.

El cable de la grúa se tensó y comenzó a tirar. El Chrysler azul salió del vestíbulo, mucho más lento que cuando entró. Tenía arañazos en la pintura y la parte delantera dañada. El parabrisas estaba hecho añicos y un poco cóncavo. Pero en general el coche estaba en excelente estado. Tan sutil como un martillo, tan vulnerable como un martillo. Subió hasta la plataforma de la grúa, el conductor sujetó las ruedas y partió. Tan pronto como salió del aparcamiento, entró un gemelo impecable. Otro 300C azul, rápido y seguro. Se detuvo apenas entró en el aparcamiento y Allen Lamaison se bajó para inspeccionar la puerta destrozada.

Reacher lo reconoció de inmediato por la foto del expediente. En carne y hueso medía casi un metro ochenta y podía pesar unos ciento veinte kilos. Hombros anchos, caderas esbeltas, piernas delgadas. Parecía rápido y ágil. Vestía un traje gris con camisa blanca y corbata roja. Se sujetaba la corbata contra el pecho con una mano, pese a que no soplaba el viento. Echó una rápida ojeada a la verja, volvió a su coche y cruzó el aparcamiento. Se apeó de nuevo delante de las puertas destrozadas. Parker salió con su gabardina y comenzaron a hablar.

Solo para estar seguro, Reacher sacó el teléfono que había traído de Las Vegas y marcó. A cincuenta metros, la mano de Lamaison fue de inmediato a su bolsillo y sacó el teléfono. Miró la pantalla y se quedó inmóvil.

«Te pillé», pensó Reacher.

No esperaba una respuesta. Pero Lamaison aceptó el envite. Abrió el teléfono, se lo llevó a la oreja y dijo:

—¿Qué?

—¿Qué tal el día? —preguntó Reacher.

—Solo acaba de empezar —respondió Lamaison.

—¿Qué tal la noche?

—Voy a matarle.

—Muchas personas lo han intentado —comentó Reacher—. Sigo aquí. Ellos no.

—¿Dónde está?

—Dejamos la ciudad. Es más seguro así. Pero volveremos Quizá la semana que viene, tal vez el próximo mes o dentro de un año. Será mejor que se acostumbre a mirar por encima del hombro. Tendrá que hacerlo con frecuencia.

—No me da miedo.

—Entonces es usted un tonto —dijo Reacher, y cortó la llamada. Vio a Lamaison mirar el móvil y después marcar un número. No era una llamada de respuesta. Reacher esperó, pero su móvil permaneció en silencio, y Lamaison continuó hablando, sin duda con algún otro.

Diez minutos más tarde Lennox apareció con otro 300C azul. Traje negro, cabello corto, fornido, rostro rojo y carnoso. El otro número tres, el subordinado de Swan. Al mismo nivel que Parker. Traía una bandeja de café y desapareció en el edificio. Cincuenta minutos más tarde, Margaret Berenson se hizo presente. La Dama Dragón. Recursos humanos. Las siete de la mañana. Venía en un Toyota plateado. Salió de la carretera, condujo a través del aparcamiento y aparcó cerca de la puerta. Luego buscó un camino hacia el interior entre los escombros. Lamaison salió por un momento y envió al soldado de a pie restante a la verja, para que montase guardia. Parker formó una segunda línea de defensa en la puerta. Seguía con la gabardina. Se presentaron otros dos gerentes. Con toda probabilidad el de finanzas y el de mantenimiento, se dijo Reacher. El centinela les dio paso por la verja ausente, y Parker los recibió en la puerta. Luego apareció alguien que debía de ser el director ejecutivo. Un hombre mayor, en un Jaguar, deferencia en la entrada, una postura impecable de Parker. El tipo habló con Parker a través de la ventanilla del Jaguar y se marchó. Era obvio que su estilo de mando era mantenerse a distancia.

Luego reinó la calma, y siguió así durante más de dos horas.

A mitad de la espera, Dixon llamó desde Highland Park. O’Donnell y ella llevaban en posición desde antes de las seis de la mañana. Habían visto llegar a los tres soldados de infantería. Habían visto marchar a Lamaison y Lennox. Habían visto llegar a los trabajadores. Habían conducido a través de toda la planta en un radio de dos manzanas, para hacerse una idea más certera.

—Es el lugar auténtico —manifestó Dixon—. Múltiples edificios, una cerca de verdad, una seguridad excelente. Tienen un helipuerto atrás. Con un helicóptero. Un Bell 222 blanco.

A las nueve y media de la mañana se marchó la Dama Dragón. Buscó de nuevo un camino entre los escombros y se detuvo en el escalón bajo delante de la recepción por un momento y luego fue hacia su Toyota. Sonó el móvil de Reacher. El comprado, no el del tipo de Las Vegas. Era Neagley.

—¿Vamos los dos? —preguntó.

—Por supuesto —respondió Reacher. Tú de cerca y yo más atrás. Es hora de bailar.

Se calzó los guantes y puso en marcha el Honda al mismo tiempo que Berenson arrancaba su coche. Había virado por la derecha al entrar, y por lo tanto iría a la izquierda al salir. Reacher se apartó del bordillo, condujo veinte metros y giró en redondo en la siguiente calle lateral. Estaba entumecido después de permanecer durante tanto tiempo sentado. Dio la vuelta despacio, a lo largo de la cerca de New Age. Berenson cruzaba el aparcamiento. Una manzana más allá vio el Honda de Neagley, bajo, con una nube de vapor blanco que salía por el tubo de escape. Berenson llegó a la verja destrozada y pasó sin detenerse. Dobló a la izquierda. Neagley hizo un giro paralelo y se situó veinte metros detrás de ella. Reacher redujo la marcha y esperó antes de hacer su propio giro y situarse a unos setenta metros detrás de Neagley y noventa de Berenson.