Diana Bond se marchó por segunda vez y Reacher volvió a su tarta. Las manzanas estaban frías, la masa correosa y el helado se había derretido por todo el plato. No le importaba. En realidad le daba lo mismo.
—Tendríamos que celebrarlo —propuso O’Donnell.
—¿Seguro? —dijo Reacher.
—Por supuesto que sí. Ahora sabemos lo que pasó.
—¿Eso significa que debemos celebrarlo?
—Bueno, ¿no?
—Explícamelo y lo verás por ti mismo.
—Vale, Swan no estaba investigando un asunto particular. Estaba investigando a su propia compañía. Estaba verificando por qué el promedio de éxitos había bajado de esa manera alarmante después de los tres primeros meses. Le preocupaba que fuese alguien desde dentro. Por tanto, necesitaba ayuda del exterior debido a los espías y el control al azar de información en su despacho. Por eso reclutó a Franz, Sánchez y Orozco. ¿En quién más podía confiar?
—¿Y?
—Primero analizaron las cifras de producción, que eran todos esos números que encontramos. Siete meses, seis días por semana. Después descartaron el sabotaje. New Age no tiene rivales que pudiesen ganar nada con ello y el Pentágono no estaba trabajando contra ellos entre bambalinas.
—¿Y?
—¿Qué más había? Dedujeron que el tipo encargado del control de calidad había descartado con toda intención seiscientas cincuenta unidades útiles y la empresa las estaba haciendo figurar como destruidas cuando en realidad las estaban vendiendo en la trastienda por cien mil dólares cada una a alguien llamado Azhari Mahmoud, también conocido como sea. De allí la lista de nombres y la nota en la servilleta de Sánchez.
—¿Y?
—Se enfrentaron a New Age antes de tiempo y en consecuencia los mataron. La empresa se inventó una historia para cubrir la desaparición de Swan y la Dama Dragón te la contó.
—¿Así que ahora debemos celebrarlo?
—Sabemos lo que pasó, Reacher. Siempre lo celebrábamos.
Reacher no dijo nada.
—Es un acierto completo, ¿no te parece? —añadió O’Donnell—. ¿Y sabes qué? Resulta casi divertido. ¿Dijiste que debíamos hablar con el antiguo jefe de Swan? Bueno, creo que ya lo hemos hecho. ¿Quién si no podía estar al otro lado del móvil? Era el director de seguridad de New Age.
—Probablemente.
—Entonces ¿cuál es el problema?
—¿Qué dijiste cuando estábamos en aquel hotel de Beverly Hills?
—No sé. Muchas cosas.
—Dijiste que te querías mear en las tumbas de sus antepasados.
—Y lo haré.
—No lo harás —dijo Reacher—. Tampoco yo o ninguno de nosotros. Algo que no nos va a sentar muy bien. Por eso no vamos a celebrarlo.
—Están aquí mismo en la ciudad. Son blancos fijos.
—Han vendido seiscientos cincuenta unidades en perfecto estado por la puerta trasera. Y eso tiene implicaciones. Alguien quiere la tecnología, compra una unidad y la copia. Pero si alguien compra seiscientas cincuenta, también quiere los misiles. No compra la electrónica aquí a menos que también esté comprando los misiles y los tubos de lanzamiento en Colorado. A eso es a lo que nos estamos enfrentando. Un tipo llamado Azhari Mahmoud ahora es propietario de seiscientos cincuenta SAM de última generación, nuevos. Sea quien sea, podemos adivinar para qué los quiere. Es un negocio muy, muy grande. Así que, gente, se lo tenemos que decir a alguien.
Nadie habló.
—Y al minuto siguiente de que dejemos caer esa moneda, estaremos metidos hasta el cuello entre agentes federales. No podremos cruzar la calle sin permiso, mucho menos ir a por esos tipos. Tendremos que sentarnos y ver cómo consiguen abogados y comen tres comidas al día durante los próximos diez años mientras esperan el resultado de las apelaciones.
Nadie abrió la boca.
—Por eso no podemos celebrarlo —añadió Reacher—. Se han metido con los investigadores especiales y no les podemos poner un dedo encima.