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Diana Bond salió para emprender el largo viaje de regreso a la base aérea Edwards. Reacher acomodó la pila de servilletas y colocó el azucarero de nuevo encima, en el mismo centro. Trajeron los postres, sirvieron más café y la hamburguesa de O’Donnell. Reacher se comió la mitad de la tarta y de pronto dejó de comer. Permaneció en silencio durante un momento, mirando de nuevo a través de la ventana. Luego se movió de pronto y señaló el azucarero, miró a Neagley y le preguntó:

—¿Sabes qué es esto?

—Azúcar —respondió ella.

—No, es un pisapapeles.

—¿Y?

—¿Quién lleva un arma con la recámara vacía?

—Alguien a quien le han enseñado de esa manera.

—Como un poli. O un antiguo poli. Alguien retirado del Departamento de Policía de Los Ángeles.

—¿Y?

—La Dama Dragón de New Age nos mintió. Las personas toman notas. Dibujan. Trabajan mejor con papel y lápiz. No existen entornos absolutamente libres de papeles.

—Las cosas pueden haber cambiado desde la última vez que tuviste un empleo —dijo O’Donnell.

—La primera vez que hablamos nos dijo que Swan utilizaba su trozo del muro de Berlín como pisapapeles. Es difícil utilizar un pisapapeles en un entorno absolutamente libre de papeles, ¿no?

—Podría ser una forma de hablar —precisó O’Donnell—. Pisapapeles, recuerdo, adorno de escritorio, ¿cuál es la diferencia?

—La primera vez que estuvimos allí, tuvimos que esperar para entrar en el aparcamiento. ¿Os acordáis?

Neagley asintió.

—Había un camión que salía por la verja.

—¿Qué clase de camión?

—El camión de una empresa de fotocopiadoras. De entregas o servicios técnicos.

—Es difícil utilizar una fotocopiadora en un entorno absolutamente libre de papeles, ¿no?

Neagley no dijo nada.

—Si nos mintió en eso, bien podría habernos mentido en todo lo demás —dijo Reacher.

Nadie habló.

—El director de seguridad de New Age es un poli de Los Ángeles —prosiguió Reacher—. Apuesto a que la mayoría de sus soldados de infantería también lo son. El seguro puesto, la recámara vacía; el entrenamiento básico.

Nadie habló.

—Llama de nuevo a Diana Bond. Que vuelva aquí ahora mismo —dijo Reacher.

—Acaba de marcharse —protestó Neagley.

—Entonces no habrá llegado muy lejos. Puede dar la vuelta. Estoy seguro de que su coche tiene un volante.

—No querrá hacerlo.

—Tendrá que hacerlo. Dile que si no vuelve habrá mucho más que el nombre de su jefe en los periódicos.

Diana Bond tardó poco más de treinta y cinco minutos en volver. Tráfico lento, las salidas que no le convenían en la autopista. Vieron entrar su coche en el aparcamiento. Un minuto más tarde estaba de nuevo en la mesa. De pie, no sentada. Furiosa.

—Teníamos un trato. Hablaba con ustedes una vez y me dejaban en paz.

—Otras seis preguntas —dijo Reacher—. Entonces la dejaremos en paz.

—Váyase al infierno.

—Esto es importante.

—No para mí.

—Ha vuelto. Podría haber continuado viaje. Podría haber llamado a Inteligencia de Defensa. Pero no lo ha hecho. Así que deje de fingir. Usted va a responder.

Silencio en el local. Ningún sonido, excepto el de los neumáticos en el bulevar y un distante zumbido procedente de la cocina. Quizás un lavavajillas.

—¿Seis preguntas? —preguntó Bond—. Vale, pero las contaré con esmero.

—Siéntese —dijo Reacher—. Pida un postre.

—No quiero postre. Aquí no. —Pero se sentó en la misma silla que había utilizado antes.

—Primera pregunta —comenzó Reacher—. ¿New Age tiene rival? ¿Un competidor en alguna parte con una tecnología similar?

—No —contestó Diana Bond.

—¿Nadie que esté resentido ni amargado porque se quedaron sin el contrato?

—No —repitió Bond—. La propuesta de New Age era única.

—Vale, segunda pregunta. ¿De verdad el gobierno quiere que Little Wing funcione?

—¿Por qué demonios no iba a quererlo?

—Porque los gobiernos se pueden poner nerviosos por el desarrollo de nuevas capacidades de ataque sin tener las defensas apropiadas.

—Es una preocupación que nunca he oído mencionar.

—¿De verdad? ¿Supongamos que roban el Little Wing y lo copian? El Pentágono sabe cuánto daño puede hacer. ¿Estamos dispuestos a enfrentarnos a la posibilidad de que lo utilicen contra nosotros?

—Ese no es el tema —señaló Bond—. Nunca haríamos nada si pensásemos de esa manera. El proyecto Manhattan hubiese sido cancelado, los aviones supersónicos, todo.

—De acuerdo —admitió Reacher—. Ahora hábleme de la cadena de montaje de New Age.

—¿Es su tercera pregunta?

—Sí.

—¿Qué pasa con la cadena de montaje?

—Dígame más o menos cómo funciona. Nunca he trabajado en los temas electrónicos.

—Se monta a mano —explicó Bond—. Mujeres en habitaciones bien esterilizadas, en bancos de laboratorio, con gorros y que utilizan lentes de aumento y soldadores.

—Lento —señaló Reacher.

—Es obvio. Una docena de unidades al día en lugar de centenares o miles.

—¿Una docena?

—Es el promedio ahora mismo. Nueve, diez, doce o trece al día.

—¿Cuándo comenzaron el montaje?

—¿Es la cuarta pregunta?

—Sí, lo es.

—Comenzaron el montaje hará unos siete meses.

—¿Cómo fue?

—¿Quinta pregunta?

—No, es una ampliación.

—Fue bien durante los primeros tres meses. Cumplieron con sus objetivos.

—Seis días a la semana, ¿no?

—Sí.

—¿Cuándo comenzaron los problemas?

—Hará unos cuatro meses.

—¿Qué clase de problemas?

—¿Es la última pregunta?

—No, es otra ampliación.

—Después de verificar las unidades montadas. Cada vez había más que no funcionaban.

—¿Quién las verifica?

—Tienen un director de control de calidad.

—¿Independiente?

—No. El ingeniero que la diseñó. En esta etapa es el único que las puede verificar porque es el único que sabe cómo deben funcionar.

—¿Qué pasa con las unidades descartadas?

—Las destruyen.

Reacher no dijo nada.

—Ahora sí que tengo que irme —afirmó Diana Bond.

—Una última pregunta —dijo Reacher—. ¿Les cortaron la financiación debido a los problemas? ¿Despidieron a gente?

—Por supuesto que no —contestó Bond—. ¿Está loco? No es así como funciona. Mantenemos su presupuesto. Mantienen a su personal. Tenemos que hacerlo. Ellos también. Tenemos que hacer que esa cosa funcione.