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Milena se veía tan temblorosa que Reacher quitó los restos de loza rota del mostrador de la cocina con el antebrazo para que pudiese sentarse. La joven se sentó de un salto con los codos hacia afuera y las manos apoyadas en la superficie de plástico, las palmas hacia abajo, sujetas debajo de las rodillas.

—Necesitamos saber en qué trabajaba Jorge —dijo Reacher—. Necesitamos saber qué ha causado toda esta destrucción.

—No sé lo que era.

—Pero ustedes se veían con frecuencia.

—Mucho.

—Y se conocían muy bien el uno al otro.

—Muy bien.

—Durante años.

—Con alternancias.

—Por tanto debió hablarle de su trabajo.

—Todo el tiempo.

—Entonces, ¿qué tenía en mente?

—El negocio no iba muy bien —dijo Milena—. Era lo que más le preocupaba.

—¿Su negocio aquí? ¿En Las Vegas?

Milena asintió.

—Al principio era fenomenal. Años atrás siempre estaban ocupados. Tenían muchos contratos. Pero los grandes casinos les fueron dando de lado, uno tras otro. Todos tenían sus propios departamentos de seguridad. Jorge dijo que era inevitable. Una vez que alcanzaban un determinado tamaño, tenía más sentido.

—Conocimos a un tipo en nuestro hotel que dijo que Jorge todavía estaba muy ocupado. Como un empapelador manco.

Milena sonrió.

—El tipo estaba siendo cortés. Y Jorge lo enfrentaba con valentía. Manuel Orozco también. Al principio solían decir: fingiremos que todo va sobre ruedas hasta que lo consigamos. Luego dijeron: ahora fingiremos que ya no lo estamos consiguiendo. Continuaron plantando cara. Eran demasiado orgullosos para mendigar.

—¿Qué quiere decir, que estaban en las últimas?

—Se hundían deprisa. De cuando en cuando trabajaban de gorilas. De porteros en alguno de los clubes, expulsando a tramposos de la ciudad, cosas por el estilo. También algunas consultorías para los hoteles. Pero nunca nada de envergadura. Esas personas creen que lo saben todo, incluso cuando no es verdad.

—¿Vio lo que Jorge escribió en la servilleta?

—Por supuesto. Quité la mesa después de que él se marchara. Escribió números.

—¿Qué significaban?

—No lo sé. Pero estaba muy preocupado por ese tema.

—¿Qué hizo después de la llamada de Franz?

—Llamó a Manuel Orozco. De inmediato. Orozco también se mostró muy preocupado por los números.

—¿Cómo comenzó todo esto? ¿Quién acudió a ellos?

—¿Acudir a ellos?

—¿Quién era su cliente? —preguntó Reacher.

Milena lo miró a los ojos. Luego se giró para mirar a O’Donnell, a Dixon y a Neagley.

—No me están escuchando —se quejó—. No tenían ningún cliente. Ya no.

—Algo tuvo que ocurrir —insistió Reacher.

—No sé a qué se refiere.

—Me refiero a que alguien tuvo que acudir a ellos con el problema. En alguno de sus trabajos o en el despacho.

—No sé quién acudió a ellos.

—¿Jorge no lo dijo?

—No. Un día estaban sentados sin hacer nada, y al día siguiente iban de puto culo. Era la expresión que usaban. Ir de puto culo, no empapeladores mancos.

—¿Pero no sabe por qué?

Milena sacudió la cabeza.

—No me lo dijeron.

—¿Quién más podría saberlo?

—Quizá lo sepa la esposa de Orozco.