30

Su vieja unidad fue la primera en entrar por la puerta. O por lo menos, lo que quedaba de ella. O’Donnell, Neagley y Dixon, todos rápidos y ansiosos. Se detuvieron dominados por la sorpresa cuando lo vieron y él levantó una mano para saludarles.

—Todavía estás aquí —dijo O’Donnell.

—No, soy una ilusión óptica.

—Muy buena.

—¿Qué ha dicho Angela?

—Nada. No sabe nada de los clientes.

—¿Cómo estaba?

—Como una mujer cuyo marido acaba de morir.

—¿Qué opinas de Charlie?

—Guapo. Como su papá. En cierta manera, Franz vive en él.

—¿Por qué todavía estás aquí? —quiso saber Dixon.

—Buena pregunta —admitió Reacher.

—¿Y cuál es la respuesta?

—¿El poli todavía está allí?

Dixon asintió.

—Lo vimos desde el final de la calle.

—Subamos.

Utilizaron la habitación que Reacher y O’Donnell ocupaban. Era un poco más grande que la de Dixon porque era doble. Lo primero que hizo Reacher fue recuperar el dinero, el pasaporte y la tarjeta de la maleta de O’Donnell.

—Al parecer crees que vas a quedarte —comentó O’Donnell.

—Creo que sí —dijo Reacher.

—¿Por qué?

—Porque Charlie abrió la puerta él solo.

—¿Y eso qué significa?

—A mí me parece que Angela es muy buena madre. Normal, en el peor de los casos. Charlie estaba limpio, bien alimentado, bien vestido, bien equilibrado, bien cuidado, bien atendido. Por tanto, podemos llegar a la conclusión de que Angela está haciendo un buen trabajo como madre. No obstante, dejó que el chico abriese la puerta a una pareja de absolutos desconocidos.

—Acababan de matar a su marido —señaló Dixon—. Quizás estaba distraída.

—Lo más probable es que sea lo contrario. A su marido lo mataron hace más de tres semanas. Yo diría que ya ha superado la reacción inicial. Ahora se aferra a Charlie más que nunca porque es lo único que le queda. Sin embargo, deja que el niño abra la puerta. Luego le dice que salga a jugar. No le dice ve a jugar a tu habitación. Le dice que salga. ¿En Santa Mónica? ¿En un jardín que da a una calle llena de desconocidos? ¿Por qué haría eso?

—No lo sé.

—Porque sabía que era seguro.

—¿Cómo?

—Porque sabía que el poli estaba vigilando la casa.

—¿Tú crees?

—¿Por qué crees que esperó catorce días antes de llamar a Neagley?

—Estaba distraída —repitió Dixon.

—Es posible —admitió Reacher—. Pero puede que haya otra razón. Tal vez no pensaba llamarnos en absoluto. Somos historia antigua. Le gustaba más la vida actual de Franz. Más que nada porque ella era la vida actual de Franz. Nosotros representamos los malos tiempos, peligrosos, difíciles. Creo que no lo aprobaba. O al menos estaba un poco celosa.

—Estoy de acuerdo —señaló Neagley—. Es la impresión que tengo.

—Entonces, ¿por qué te llamó?

—No lo sé.

—Pensadlo desde el punto de vista de la poli. Un departamento pequeño, recursos limitados. Encuentran a un tipo muerto en el desierto, lo identifican, ponen la maquinaria en marcha. Lo hacen siguiendo las normas. Lo primero que hacen es un perfil de la víctima. A lo largo del camino encuentran que formaba parte de un equipo de investigadores militares. Y encuentran que todos salvo uno de sus viejos camaradas todavía están por alguna parte.

—¿Sospechan de nosotros?

—No, creo que nos descartaron como sospechosos, siguieron adelante y no llegaron a ninguna parte. Ninguna pista, ningún rastro. Ningún golpe de suerte. Estaban atascados.

—¿Y?

—Así que después de dos semanas de frustración se les ocurrió una idea. Angela les había hablado de la unidad, la lealtad, el viejo eslogan, y ellos vieron una oportunidad. Tenían a un equipo investigador que trabajaba por libre. Un equipo que es inteligente, con experiencia y que por encima de todo está muy motivado. Así que le dijeron a Angela que nos llamase. Solo que nos lo dijese, nada más. Porque sabían que es lo mismo que cambiarle las pilas al conejito. Sabían que vendríamos aquí a la carrera. Sabían que buscaríamos respuestas. Sabían que podrían permanecer en la sombra, vigilarnos y aprovecharse de nuestros frutos.

—Eso es ridículo —señaló O’Donnell.

—Pero creo que es lo que ha ocurrido. Angela les dijo que había hablado por teléfono con Neagley, pusieron su nombre en la lista de vigilancia, la siguieron desde que llegó a la ciudad y permanecieron ocultos y vieron cómo llegábamos los demás, uno tras otro. Han estado vigilando todo lo que hacemos desde entonces. Trabajo policial por delegación. Eso es lo que Angela no nos ha contado. Los polis le pidieron que nos pusiese como liebres y ella aceptó. Por eso todavía estoy aquí. No hay otra explicación. Habían considerado que una nariz rota es el precio a pagar por hacer negocios.

—Es una locura.

—Solo hay una manera de descubrirlo. Dad la vuelta a la manzana y hablad con el poli.

—¿Tú crees?

—Mejor que vaya Dixon. No estaba en Santa Ana. Así que si estoy equivocado, es probable que el tipo no le dispare.